Son el nuevo “Dos de Mayo”: un movimiento cívico que, consciente de su responsabilidad para con la libertad educativa y con sus hijos, se alzan en ‘armas’ frente a la invasión. Esta vez no hay tropas napoleónicas. Se enfrentan a leyes y decretos que pretenden violentar las conciencias de sus hijos. “Han plantado cara al Gobierno, le han cerrado la puerta de su casa y no van a permitirle entrar en las conciencias de sus hijos; sencillamente, no le corresponde”, señalan Profesionales por la Ética en el libro Ni un paso atrás, crónica del heróico movimiento objetor.
Los Daoiz y Velarde de la época, padres de familia anónimos, ‘corrientes y molientes’. Como Daoiz y Velarde no cuentan con el apoyo de las élites ni tienen armamento para enfrentarse a un ejército. Muchos centros católicos han optado por “adaptar” la asignatura creando ‘guantánamos educativos’. Pero los objetores tienen coraje y valor. Y, sobre todo, conciencia. No piensan dar ni un paso atrás porque “lo que está en juego es la libertad y la educación de nuestros hijos”, señala a ALBA la coordinadora de las plataformas, Leonor Tamayo. “Dios nos protegerá; seguir adelante es lo que nos da paz”, relata una madre objetora.
La batalla ha sido anárquica y desorganizada. Pero la guerra de guerrillas ha funcionado. Si el Gobierno pretende imponer su adoctrinamiento, tendrá que hacerlo “casa a casa”, que diría Pérez Galdós. “Entre los escombros y entre los muertos habrá siempre una lengua viva para decir que Zaragoza no se rinde”.
Y tanto. Desde que las sentencias del Supremo impidieron la objeción, se han presentado 411 nuevas objeciones. En total: casi 53.000 voces que gritan alto y fuerte: “¡Zaragoza no se rinde!”. Y es que una vez que una familia ‘de orden’ decide tirarse a la piscina sin saber si hay agua, nadie da un paso atrás. “Objetar no es un derecho, es un deber”, señala la madre de un objetor de un colegio católico de Madrid.
La situación no es fácil. “O entra en clase o te llevas a tu hijo”, fue el discurso estándar. Los comienzos fueron peores. “Los padres lo hicieron porque sus hijos estaban por encima de todo”, explica Leonor Tamayo, coordinadora de las plataformas de objetores.
Al pasillo castigados
Atentos a la ‘Velarde’ santanderina. Se llama Mariana García de Alvear. Cuando hace tres años su hija tuvo que cursar la asignatura, objetó. Sin paracaídas. Sin conocer a nadie, sin haber contactado con nadie. Objetó porque no estaba dispuesta a que a su hija la adoctrinaran en la ideología de género. La directora del colegio no lo entendió. La hizo llamar en tres o cuatro ocasiones. Incluso en una de esas reuniones estuvo presente la inspectora. A García de Alvear la amenazaron con denunciarla por absentismo. Su hija permaneció de pie en el pasillo mientras que sus compañeros cursaban EpC. ¿Biblioteca? No, pasillo. Castigada por no aceptar el adoctrinamiento gubernamental.
Al hijo de Pili Colomina (La Carolina, Jaén) le amenazaron con que denunciarían a su madre por abandono. ¿La excusa? El director del instituto de su hijo argumentaba que la madre debía hacerse cargo del niño durante la clase de EpC. “Le llamaban cada 10 o 15 minutos para que fuera a recoger al niño, le amenazaron con que no promocionaría, con acusarle de absentista”, explica Tamayo. Colomina aguantó el tirón.
Una paciencia con recompensa porque su hijo fue uno de los protagonistas de las primeras ocho sentencias favorables del Superior de Justicia de Andalucía. Pero el ‘calvario’ no había acabado para esta familia jienense. El colegio del hijo de Colomina hizo caso omiso de la sentencias de TSJ de Andalucía y le siguió suspendiendo. Finalmente tuvo que intervenir la Consejería para advertir al director que el ‘chaval’ estaba protegido por el auto y que por tanto, técnicamente estaba exento.
Son sólo algunas pinceladas impresionistas de un movimiento que suma ya 54.000 objetores. Cada plataforma tiene un logo y un nombre diferente. Algunos cuentan con apoyo jurídico; otras no. En algunos casos, como en Talavera, el movimiento objetor empezó en una jamonería. “Cada cliente se lleva información y desde la jamonería se tramitan las objeciones y los recursos”, explica Tamayo. Son guerrillas locales unidas por un sólo nexo: su compromiso con la libertad y la defensa innegociable de la integridad de sus hijos. Sin componendas ni contraprestaciones.
A un grupo de Navarra les ofrecieron que sus hijos hicieran un trabajo para aprobar la polémica asignatura. La respuesta de todos fue rotunda. “¡Queremos nuestro suspenso!”. Otros padres, tras las sentencias del Supremo, tenían preparado el marco de fotos para colocar el suspenso de hijos. “Ese suspenso de mi hijo es todo un orgullo”, señala la madre de un objetor, de uno de esos héroes bajitos.
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