El club de la lucha. - La Nación Digital

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martes, 4 de enero de 2011

El club de la lucha.

El Club de la Lucha es sin duda alguna una de mis películas favoritas. Considerada obra de culto, y no es para menos, está basada en la novela homónima de Chuck Palahniuk y fue dirigida por el sobresaliente David Fincher, que puede presumir de tener en su haber otras obras maestras como Seven o The Game, y protagonizada por Edward Norton, Brad Pitt y Helena Bonham Carter.

La película para mí es algo más que una alegoría a Jekyll y Mr. Hyde, personajes creados por Robert Luis Stevenson. Es algo más, representa una de las enfermedades más comunes entre los rebeldes de comienzos del siglo XXI… y de finales del XX. Por un lado la pasividad, el cumplir con un trabajo, unos horarios, lamer culos a los jefes… pero por el otro, esa parte reprimida que quiere explotar, que quiere mandar todo a la mierda, que sabe que nos estamos haciendo daño tal como mantenemos el mundo, aquella parte que ha descubierto que el bien y el mal son parámetros demasiado humanos y decide autodestruirse y destruir, crear e innovar, para situarse por encima de todo y decir de una vez: Yo soy el AMO, yo soy el que manda. El reprimir la bestia, aquello que nos hace hombres, aquello que nos dice sin moralinas lo que es bueno y justo, es la que fermenta la enfermedad, el virus del conformismo.

El Club de la Lucha representa la Revolución Pendiente, esa revolución que mi generación debería empezar ¡ya!, esa revolución que acabaría con los magnates, los rascacielos, las falsas morales, las grandes fortunas, los abusos… Y para ello usemos la violencia y la lucha sin miedo como expresiones nihilistas de un mundo sin sentido cubierto de sudor, sangre, saliva y algún diente suelto, la violencia como forma de superación, como acto de amar y de amarse.

Pero esa Revolución Pendiente deberá esperar, hoy los jóvenes cebados a buen comer, sin ganas de sufrir por amor a sí mismos, sin ganas de pelear por nada... ¡cómo vamos a luchar si no sabemos siquiera encajar nuestro propio dolor físico! Y es más, cómo vamos a luchar si todo se ve correcto, si se piensa que todo es por nuestro bien.

¡Ya basta!, ¡qué empiece de una vez la Revolución Pendiente, una revolución de verdad que deje en ridículo a los "hipposos" y progres del 68, esa falsa revolución! Si alguien se me acerca y me dice que le pegue un buen puñetazo, le responderé: TE QUIERO.

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