El Athletic Club golea y convence.

El Athletic prosigue su escalada. Ayer se acostó en una quinta plaza que aún no había ocupado y ahora le corresponde gracias a que ha encadenado cuatro triunfos. Y no encontró obstáculos insalvables porque las bonitas maneras que exhibió el Sporting no tuvieron nada que decir en el marcador, su influencia en el devenir del encuentro fue escasa, incomparable en términos de efectividad a lo ofrecido por el equipo local.

Poco o nada que reprochar a los de Preciado, una vez hecha la salvedad con Gregory, quien ocasionó un perjuicio irreversible a los suyos ganándose a pulso una segunda tarjeta cuando la lucha apenas se había declarado y el 0-0 lo presidía todo. El Athletic no se limitó a recoger el favor del defensa galo sino que hizo lo que debía y todavía algo más (buen fútbol) para asegurarse tres puntos más y reeditar así una registro exitoso que databa de la época de Luis Fernández.

Ganar cuatro partidos seguidos no es casualidad, no puede serlo en un fútbol tan igualado y ayer quedó claro que este Athletic posee mejores argumentos para alcanzar una marca a la que también el Sporting aspiraba.

Su acreditada eficiencia en el juego áereo y, en particular, como culminación de la estrategia, empieza a ser un factor que decide partidos hasta cuando nadie remata. Es evidente, los rojiblancos asustan cuando el balón vuela y los rivales recurren a lo que sea para evitar que la estadística engorde, lo que a menudo implica saltarse las normas. Son ya unas cuantas las víctimas de esta virtud, tan clásica por otra parte, que han desfilado este año por San Mamés, de modo que el Sporting adoptó ciertas medidas desde el inicio, estuvo tensionado y atento, pero pecó de exceso de celo.

En la primera falta que David López templó sobre el área astur se contabilizaron dos penaltis de libro, tres incluso con la ayuda de una repetición. La grada protestó con estrépito mientras Llorente y Gurpegi se incorporaban tras ser abatidos por sendos placajes. Ya había cierto resquemor por culpa de un gol de Gurpegi en el minuto uno anulado y aún no se sabe el porqué, pero esta segunda bronca del público hizo su efecto.

Imposible no verlo. Teixeira Vitienes estaba advertido cuando López volvió a tocar desde una esquina, y tuvo que castigar con penalti otro agarrón exagerado, indisimulado de Gregory a Llorente, innecesario además porque Cuéllar despejó cómodo. Pecado mortal del defensa, de los que condenan al infierno, pues como ya estaba amonestado tenía que irse a la ducha.

El Athletic rentabilizaba una tarde más una baza que ha convertido en filón: 1-0 y contra diez con todo el partido por delante. Crecidito se fue a por el segundo, que no tardó en lograr. Muniain se marcó una jugada de las que levantan del asiento y Toquero, oportuno, permitió que en adelante su equipo se gustase y deleitase al personal con jugadas ligadas o alguna otra ocurrencia de Muniain.

Llorente estrelló un cabezazo en la madera y tras el descanso continuaron las situaciones que presagiaban la goleada. El Sporting no bajó los brazos, trató de llegar arriba y a ratos sumó juego, sobre todo gracias a la inteligencia de Diego Castro entre líneas, pero el Athletic le exigió demasiado, un Athletic además particularmente dinámico e inspirado, bien conducido por un Orbaiz pletórico.

Que cayese el tercero, el de Llorente, respondió a la lógica del juego tal cual se desarrolló, de ahí que fuese de agradecer la perseverancia de los hombres de Preciado. La misma les hizo acreedores a algún consuelo. Bilic lo acarició tras un magnífico detalle, pero el disparo besó el lateral de la red por el exterior. También el capitán Castro estuvo cerca. El choque moría para entonces y La Catedral estaba deseosa de celebrar el enésimo triunfo del equipo ante sus ojos. Un triunfo convincente aparte de la facilidad dada por el enemigo, los futbolistas se soltaron en amplias fases y las aportaciones individuales fueron un mero adorno a un trabajo concienzudo y elaborado con gusto en el uso del pelotón.



Fuente: AS (www.as.com)