El Real Madrid ruge al Athletic y golea. - La Nación Digital

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domingo, 21 de noviembre de 2010

El Real Madrid ruge al Athletic y golea.

Más que un partido fueron dos, dos Athletic y dos Madrid, dos mundos que dignificaron a cada contendiente aunque la última parte es la que queda y casi siempre queda el Madrid, líder en el Camp Nou y equipo adiestrado en buenos y malos momentos, Cristiano al frente y un ejército detrás. Sigue ganando el Madrid y lo sigue mereciendo.

Lo dicho. El partido traza una línea roja en el minuto 55. Hasta entonces, el Athletic tuteó al anfitrión y le sostuvo la mirada como no lo había hecho nadie en el Bernabéu. Casillas puede dar fe. El mérito del visitante es todavía mayor si pensamos que el líder, en ese tramo, se puso dos goles por delante. Otros equipos interpretan tanta contrariedad como una señal del destino y rinden la bandera. El Athletic, no. Acortó distancias y se sintió cada vez más importante, más león. En los minutos que siguieron el partido estuvo en el aire, totalmente incierto, aislado de la influencia del estadio y más inclinado hacia el empate que a la sentencia.

Al poco del descanso se dibuja la raya roja. En ese instante, Susaeta cometió el error de tantos delanteros que quieren ayudar en tareas defensivas. Un error que es pecado mortal cuando la jugada se desarrolla dentro del área. Hablo de meter la pierna, de suplantar al defensa, de buscar el contacto. Los delanteros no saben medir y Susaeta no midió. Ni el lugar ni la intensidad. Se vio encarado por Di María y se vio seducido por su música de caracoleos y amagos. Estoy absolutamente convencido de que no quiso hacer penalti, pero lo hizo absolutamente.

Aquello desmontó a su equipo. El Athletic no tenía en su guión de mil páginas un penalti de Susaeta. Y eso anduvo rumiando mientras Sergio Ramos, lanzador sorpresa y sospecho que espontáneo, marcaba el tercero del Madrid y aún cuando Llorente sacaba el balón del centro, y rato después.

El escenario se transformó por completo. El estadio, con sus 80.000 personas, recuperó su lugar y su influencia. El líder sintió que lo era y prosiguió el relato cuesta abajo, como tantas noches, tan empujado por su instinto como por el abatimiento del contrario. En este sentido, el cuarto gol resultó implacable. Amorebieta interceptó a Cristiano sin más motivo que la frustración y el portugués se lo hizo pagar al contado. Su lanzamiento de falta voló con los átomos revolucionados y el balón burló a Iraizoz poco antes de llegar a sus guantes, como si dentro de la pelota hubiera un piloto travieso.

Resistencia.
Antes de que Cristiano consiguiera el quinto gol, propiciado por otro penalti (esta vez más vulgar, de un defensa), el Athletic mereció el segundo tanto. Básicamente, por no desfallecer. Y el tiro debió ser uno que Javi Martínez estrelló en el larguero. El problema es que ya no había fe, ni fuerzas, ni ánimos. Ya lo ven. Tanto puede cambiar la vida en sólo 55 minutos.

Cumplido el resumen, toca detenerse en los protagonistas y para ello seguiremos, como en las grandes producciones, el orden de aparición. Primero, Llorente. No se habían completado los dos minutos de juego cuando controló un balón con la tranquilidad de un domador de pulgas, se giró, superó la chicane que formaban Carvalho y Khedira y chutó a puerta; Pepe sacó bajo palos. Para hacerse una idea: fue un movimiento digno de Van Basten, de estrella mundial.

La jugada provocó un revuelo polisémico. Ya saben como son estas cosas: el madridismo entendió que Llorente se quiere venir y los seguidores del Athletic interpretaron que se quiere quedar. El jugador, por su parte, insistió en un argumento o en el contrario. Tocaba cada balón a su alcance, le daba un sentido, abría al espacio, miraba, tramaba y, entretanto, envejecía a Carvalho, al que le cayeron diez años de golpe y un golpe en la ceja.

El Bernabéu es tan sensible a esas exhibiciones en terreno propio que un día fichó a Munitis por una gran noche y durante bastante tiempo añoró a Adriano, o a Litmanen, igual que mucho antes se prendó de Di Stéfano o Kubala, héroes de noches inolvidables. Estoy por asegurar que ayer se retomaron los suspiros de pasados y antepasados.

Pese al protagonismo de Llorente, marcó Higuaín. Así ocurre casi siempre. Mientras evocamos el glamour de los delanteros guapos, él nos recuerda su importancia real y carnal, su barba de cuatro días. Esta vez lo hizo con un gol que combinó inteligencia y corpulencia, características que le definen. Digamos que le ayudó tanto el talento como el culamen, saber como proteger, resistir primero y matar después. Si el fútbol fuera como el cine, Higuaín terminaría por llevarse a la chica y acabaría rodeado de nietos. Lo merece por su tenacidad y, en ciertos casos, por nuestro menosprecio, y en este saco incluyo a Mourinho, que le volvió a sustituir.

Iker.
Llorente siguió vanbasteando y sólo Casillas le dejó a las puertas de la gloria. En su mejor intervención, Iker repelió un remate a media vuelta y en presencia de Pepe, lo que da testimonio de la habilidad del delantero y, sobre todo, de su valor.

El foco cambió de actor cuando Cristiano culminó un contragolpe de manual y puso el segundo gol en el marcador. Fue una jugada lanzada por Higuaín y a la que Özil dio continuación con un toquecito de terciopelo. Cristiano, solícito como un antílope, batió a Iraizoz con un zurdazo por bajo, hermoso de puro sencillo.

Y como tantas veces, el gol calmó al genio. Hasta ese momento, Cristiano, agitado por la exhibición de Messi, parecía algo ansioso. Tampoco le favorecía la rigidez del equipo, que sigue encontrando problemas cuando debe atacar defensas bien colocadas. Pero ni esos reproches rebajan su importancia. Aún cuando anduvo más obtuso, Cristiano estuvo cerca de marcar un gol de chilena que hubiera valido por ocho. Sus desmarques son esenciales en el despliegue de los contraataques, el arma letal del Madrid, y su actuación no necesita aproximarse a la perfección para sumar tres goles.

Otra cosa es el privilegio del que goza para jugarse tiros improbables, para entretenerse en protestas que le descuelgan de la acción o para jugarlo todo. El técnico debería disimular más estos favores o, más fácil, suprimirlos.

Y fin de la monotonía. En la próxima cita resolveremos la duda que nos queda: qué ocurre cuando chocan dos huracanes.



Fuente: AS (www.as.com)

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