Mi retorno a la naturaleza. - La Nación Digital

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viernes, 5 de febrero de 2010

Mi retorno a la naturaleza.

Una de las peores cosas de no tener Internet es que cada vez que me pasa algo interesante y digno de ser escrito y publicado en este espacio, no sé cuando podré echar mano a un ordenador para hacerlo.
Hace unas semanas leí las normas de ética revolucionaria nacionalsocialista del antiguo Club Español De Amigos De Europa. Pese a no considerarme nacionalsocialista, sino nacionalsindicalista, he de admitir que estoy bastante influenciado por lo primero.
Me fijé especialmente en el apartado del contacto con la naturaleza, ya que era muy parecido a la opinión que Onésimo Redondo tenía acerca del hombre y su entorno.
Una de las ventajas de ser de un pueblo (a pesar de que este haya crecido en los últimos años y ya no sea la vieja localidad rural de antaño) es que todavía puedo sentir a la naturaleza, o al menos intuirla. Todo lo contrario que en una gran ciudad como Madrid o Barcelona.
Cuando era niño solía andar bastante con mi abuelo (al que espero que Dios mantenga con buena salud por mucho tiempo) por los campos castellanos. Hasta el inicio de mi preadolescencia fueron bastante frecuentes esos paseos por el campo, viendo crecer los campos sembrados de trigo y cebada, viendo a las perdices y a las bandadas de palomas volar por el cielo y como mi perro se metía entre todos los rastrojos y después había que quitarle los que se le quedaba enganchados en el pelo.
Por desgracia, el comienzo de la enseñanza secundaria siempre marca a los jóvenes, y yo no fui menos. Los paseos por el campo fueron sustituidos por horas delante de una consola de videojuegos, discusiones con compañeros de clase (tanto para bien como para mal) y una inmersión de lleno en el Sistema actual, que aleja al hombre del entorno natural y lo mete en una realidad artificial, aunque yo era una persona reservada con los demás y solía crearme mi propio entorno artificial aislándome del resto.
La lectura de las normas anteriormente citadas, junto con el recuerdo de la afición de Onésimo Redondo por el campo, me hizo pensar que si quería ser un buen patriota también debía intentar retornar a la naturaleza, para así mejorarme como persona. Podría decirse que tenía que intentar volver a sacar la ilusión infantil de salir a campo abierto.
Aprovechando un día en que los estudiantes lo teníamos como festivo decidí poner en practica ese retorno, y eso que en principio pensaba dejarlo para cuando acabara con la obligación que suponen los estudios (es decir, para dentro de mucho, mucho tiempo).
Fue un pequeño paseo por que estaba cercana la hora de comer. Me encaminé a casa de unos familiares, donde años lleva mi perro viviendo encerrado en un patio, lo até a su cadena y dirigí mis pasos a uno de los caminos que tan bien me conocía.
Quizá no llevaba la mejor apariencia para ir de paseo al campo (normalmente por esos sitios no se llevan ni pantalones vaqueros ni gafas de sol) pero me sentía estupendamente.
El viento era fresco y el camino estaba algo embarrado, pero eso no me preocupaba. Por suerte, todavía nos queda algo de tierra castellana que ha sobrevivido a la especulación inmobiliaria. Hace años, toda esa tierra pudo haber desaparecido debido a la codicia de los empresarios del ladrillo. Por suerte, solo pudieron con la entrada del camino.
A medida que terminaba el camino, divisé una pequeña granja por donde tantas veces he pasado a lo largo de mi vida.
Mi objetivo era llegar a un pequeño cerro, subir y ver la vista de los olivares y tierras de cultivo mezclados con la carretera que se pierde en el horizonte.
A medida que me acercaba al cerro, me fijé en que, en un terreno vallado al lado del camino que esta enfrente de la cuesta de dicho cerro, había un animal que jamás había esperado encontrarme.
Frecuentemente había visto allí gallinas, gatos ovejas. Pero nunca un ciervo. Si, un ciervo. No tenía cuernos, así que no puedo asegurar si era una hembra o una cría ya crecida en tamaño pero joven para tener astas.
Miré al ciervo y vi que se levantaba, mostrando curiosidad en mi perro, que en ese momento estaba ocupado en comer rastrojos de hierba, seguramente para limpiar su intestino (curiosa la manera que tienen los canes de mantenerse sanos).
Lentamente y con cuidado, me acerqué a la valla. El ciervo todavía se mantenía lejos para tocarlo. El caso es que el animal seguía mirando fijamente al can que yo llevaba atado, que seguía con su misión de masticar hierba verde y fresca.
Viendo que no avanzaba en mí propósito de acariciar al ciervo, decidí subir a lo alto del cerro. Allí divisé aquellas tierras castellanas que se desplegaban ante mis ojos. Por desgracia, debido a que el recuerdo de aquellos paseos habituales está casi desvanecido de mi memoria, a todas las veces que visité ese lugar y vi esa escena y a todos los años alejado de la naturaleza, he sido casi incapaz de comprender la belleza de ese paisaje.
No es un paisaje bonito como puede ser la vista de una cordillera vista de frente. Pero tiene su encanto, y ese encanto tengo que reencontrarlo.
En el momento en que escribo estas líneas, estoy recordando a aquellos escritores españoles como Unamuno y Machado, para quienes, a pesar de las ideas políticas que pudieran tener, la belleza y la esencia española estaban en Castilla y sus paisajes.
Jamás llegué a pensar que la esencia de todo en lo que creo y lo que amo estuviera tan cerca de mí. Tanto tiempo que llevaba buscando la sensación que me hiciera sentir español y orgulloso y resulta que la tenia delante de mis narices y no me había dado cuenta.
Por desgracia, todo este caudal de sentimientos no me ha venido mientras veía ese paisaje, sino ahora. Soy una persona de efecto retardado, que siente y piensa casi siempre después de que sucedan los diferentes acontecimientos.
Al bajar del cerro, volví a acercarme a la valla donde se encontraba el ciervo, dándole unas briznas de hierba que el animal aceptó mientras miraba como mi perro se revolcaba en la hierba fresca. Después de conseguir que dejara que le tocara la nariz con la punta de los dedos (jamás llegué a pensar que llegara a tocar a un animal tan esquivo para el hombre, aunque en los últimos años se suelen criar en granjas), he retornado a mi vida diaria, pensando en escribir todas estas sensaciones al terminar de comer.
He decidido intentar escapar del mundo moderno una vez a la semana. Espero cumplirlo, si los estudios y el clima me lo permiten.
No me basta con intentar aprender sobre política e Historia. También tengo que aprender a sentirme libre consigo mismo, ser un Hombre. Reflexionar con la naturaleza rodeándome, tal y como propuso Onésimo Redondo.
Y no solo por mí, sino también por mi perro. El pobre animal ha pasado algunos años sin verme apenas, ha engordado mucho y solo disfruta de unos minutos diarios sueltos por el patio por donde vive. Le debo ese paseo semanal por la indiferencia que he tenido con él y de la que no me siento orgulloso.
Y quiero aprovechar esto último para decir que me parece horrible lo que hacen algunas personas con sus mascotas. Mi perro al menos ha tenido alguien que le diera de comer y un lugar donde vivir. Por desgracia, otros animales son abandonados en gasolineras, carreteras o campos, viéndose obligados a vivir de la basura y retornando a sus orígenes salvajes, convirtiéndose así en peligrosos para los seres humanos.
Por eso quiero pedir a todos mis camaradas que si tienen animales les cuiden, son criaturas fieles (la verdad es que mucho mas que las personas) y dependen de nosotros.
También os recomiendo (sobre todo a los que viváis en grandes ciudades) que intentéis volver a la naturaleza, tal y como pensaron nuestros antecesores ideológicos.
El campo, el mar, la montaña…son lugares fantásticos para pensar en nuestra existencia y el sentido que le damos a nuestra vida.

1 comentario:

inisfree dijo...

Yo vivo en un pueblo, Soldado. Mi contacto con la naturaleza es continuo. Delante de mi casa, ni siquiera hay una calle o una acera. Sólo hierba.
En cuanto a mi perra, creo que se puede considerar una privilegiada. Ahora mismo duerme, feliz como una perdiz, en la cama. Todos los días, sin excepción, llueva o haga Sol, sale de paseo en el coche a algún sitio.
Como ves, aunque he nacido en ciudad, me he hecho muy "rural". Cuando paseas por el monte, el campo, el pantano, no puedes evitar el pensar "esto es cierto, aquí no hay nada falso". No sé si me explico.

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