El alcalde batasuno de San Sebastián no condena la violencia de ETA en su investidura. - La Nación Digital

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domingo, 12 de junio de 2011

El alcalde batasuno de San Sebastián no condena la violencia de ETA en su investidura.

Fue el día más grande en la abyecta historia del brazo político de ETA y uno de los más tristes para las víctimas y los demócratas probados. Los herederos de Batasuna han pasado en dos meses de la clandestinidad a la hegemonía municipal en el País Vasco. Ayer tomaron posesión de un centenar de ayuntamientos, en ocasiones merced a pactos vergonzantes y por momentos delatando el matonismo apenas disimulado que los constituye, así en Elorrio. Y encima les hizo sol.

“Estamos agilipollados y así nos va”, sentenciaba un taxista para explicar lo que iba a pasar esa mañana en el consistorio donostiarra. La sala se llenó pronto de periodistas, políticos y pueblo llano. Entre el público sonreían Pello Urízar y Martín Garitano, dos de los frankenstein de este engendro político con permiso de Pascual Sala, presidente del Tribunal Constitucional. La liturgia laica de la toma de posesión, con los ediles recogiendo su acta y prometiendo o jurando el cargo, dio paso a la votación, que consumó lo esperado y puso en las sombrías manos de Juan Carlos Izagirre la makila de mando cedida por un Odón Elorza en camiseta y pañuelo de acampado. Fue Ramón Gómez Ugalde, el candidato del PP, quien aportó la dignidad moral que pedía la jornada –también el socialista Ernesto Gasco fue inequívoco en su demanda– recordando el asesinato de Gregorio Ordóñez y emplazando a Izagirre a inaugurar su mandato con la exigencia de la disolución de ETA para despejar dudas. Pero duda no cabía ninguna sobre lo que haría Izagirre. Le faltó decir: ¿ETA, qué es ETA?, y se limitó a evacuar la infame cantinela del fin de “todas las violencias” que equipara a un juez con un pistolero. El nuevo regidor, que prometió cumplir la Constitución con lealtad al Rey “por imperativo legal” –coletilla que pronunciaban los independentistas como un supersticioso musita un conjuro al paso de un gato negro–, trufó su discurso de apelaciones de género y ahondó en el tópico de la mano tendida, vaya usted a dársela. Todo menos informar de programa alguno ni condenar el asesinato y la extorsión como continuaciones de la política por otros medios.

Afuera se desató el triunfalismo abertzale. El alcalde salió a la calle blandiendo su vara como un indio una ballesta nueva y allí estaba un centenar de los suyos, que se abrazaban a él como fieles camaradas. El propio Izagirre no se privó de arengar al público envalentonado –no faltaban, exultantes, los históricos batasunos Joseba Permach y Joseba Álvarez–, que lo interrumpió con cánticos proetarras como el de “¡Jo ta ke, izabazi arte!” –traducible por “dando sin parar hasta la victoria”–, que siempre se ha usado para jalear a ETA. Su regidor les recordó las metas del soberanismo y de la vuelta a casa de los presos etarras con mañas más de speaker tronado y callejero que de autoridad recién investida, y concluyó gritando: “¡Gora Euskal Herria askatuta! ¡Gora Euskal Herria sozialista!”. He aquí el programa, al parecer. El presidente del PP guipuzcoano, Borja Sémper, culpó de aquella escena al PNV, cuyo candidato Eneko Goia había proclamado durante el pleno “el fin del frentismo” aludiendo al pacto PP-PSE, y declaró: “Hoy se ha levantado un espeso muro de hormigón entre los donostiarras. Hemos retrocedido a los momentos más oscuros de los años ochenta”. Ciertamente, una redactora veterana comentó: “Llevo todo el día con sensación de dèjá vu”.

Otros escándalos

San Sebastián fue el símbolo, pero no el único lugar donde alborotaron los batasunos. En Elorrio interrumpieron la intervención del edil popular Carlos García, que impidió con su voto el Gobierno de Bildu en el pueblo en favor del PNV. Le dedicaron el himno abertzale “Eusko Gudariak”. Y lo esperaron a la salida y se pusieron a increparlo y a zarandearlo hasta el punto de que hubo de ser escoltado hasta su vehículo.

En el pleno de Lizarza, donde arrasó Bildu, se vetó a los medios “por manipular la realidad de este país”: todo un striptease de totalitarismo. Y dos mojones más en la historia local de la infamia: Lanestosa, donde el PSE apoyó a Bildu, y Lasarte, donde lo hizo el PNV.



Fuente: La Gaceta (www.intereconomia.com)

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