Por la tarde, en el páramo de Kazan, Rubin y Panathinaikos volvieron a firmar un ejercicio de impotencia (0-0) que dejó el Grupo D listo para que el Barcelona le aplicara la extremaunción. Pudo hacerlo pero no lo hizo y dejó sin acabar los deberes. El pase a octavos está prácticamente sellado, pero no del todo. El primer puesto sigue en disputa, en ventaja, con el tenaz y meritorio Copenhague, que resistió en pie aferrado a su plan y que salvó sus propias cuentas en busca de una histórica clasificación para los cruces. Y de paso dio una alegría a una afición bulliciosa que creó un ambiente de partido grande en el coqueto y muy inglés Parken de la capital danesa. Mosaico inicial, canciones, abucheos y mucha energía para un equipo que supone la alternativa más saludable al Barcelona en su grupo. Más atrevido que el mezquino Rubin Kazan, más energético que el oxidado Panathinaikos.
El Barcelona no hizo un mal partido. Bien en el primer tiempo de menos a más, discreto tras el descanso de más a menos. Se adaptó al planteamiento de cuchillos largos del rival, acabó imponiendo su estilo y pudo (seguramente debió) ganar. Pero no lo hizo porque repitió algunos de los errores que le han costado disgustos (o sustos) en el arranque de temporada: falta de lucidez con el estoque y puntuales pero letales concesiones al rival. En el primer apartado queda un rosario de ocasiones que se fueron al limbo. El poste apareció hasta tres veces. Repelió un disparo cruzado de Villa (cómo no) y se tragó otro de Messi con la ayuda de un Wiland que se lució con un puñado de paradas, unas de colocación y otras por intuición y ángel. al final evitó el gol de Pedro sobre la hora. En el segundo apartado, el de los regalos, queda el gol danés, instrumental en todo lo que sucedió después. Sobre el ecuador del primer tiempo el Barça se hizo con el partido y comenzó un rondo que terminó con el gol de Messi (100 en 117 partidos bajo la dirección de Guardiola). Cuando lo peor parecía haber pasado el Copenhague empató. Un puñado de segundos después, sin tiempo para caer en la melancolía o la desilusión. Valdés ayudó con un mal despeje que dejó un balón franco a Claudemir, que marcó con una volea o muy buena o muy afortunada. O las dos cosas.
Choque absoluto de estilos
El partido fue un buen partido. El Copenhague es un equipo menor pero absolutamente digno y cuyo mérito es innegable. Su fútbol es fácil, práctico y valiente hasta donde le llegan una mezcla algo desequilibrada de fuerza y fe (mucho de ambas) y calidad (mucho más justa). Equipo de autor bajo el mando de Solbakken no pierde nunca el orden, presiona muy arriba e intenta adelantar las líneas, siempre bien cartografiadas. Cierra los espacios interiores y embosca al rival en busca de robos y salidas que pasan por Gronjkaer y Bolaños y terminan en N'Doye. Son afilados a balón parado y disparan en cuanto llegan a la zona de tres cuartos. Con eso les debería dar para maniatar a otros rivales pero no para igualar los envites del Barcelona. Por eso el empate queda en el debe del equipo de Guardiola.
Porque al Barcelona le estropeó el guión el citado gol encajado y una bajada de tensión física a partir del ecuador de la segunda parte. Con Keita por Pedro con respecto al equipo que destrozó al Sevilla, el Barcelona zozobró de salida. Claudemir remató al larguero y hubo un par de córners con amago de taquicardia. Fueron veinte minutos de empuje danés al estilo horda vikinga. Después apareció Xavi, rompió Iniesta y entraron en calor Messi y Villa. El Barcelona cogió el balón, mandó y acumuló ocasiones. Marcó en un rechace que Messi ganó por instinto y remachó con la puntera derecha. Encajó el empate y siguió galopando ante un rival que empezaba a acularse, cada vez más cerca de Wiland. El tramo final de la primera parte fue la antesala eterna de un segundo gol que nunca llegó. En eso falló un Barcelona que había entendido el partido y jugaba a la espalda de la defensa con pases filtrados, desmarques de Messi y rupturas de Keita.
Del vestuario salió el Barcelona otra vez mandón pero con un disparo de Messi como única baza real. El Copenhague cogió aire no sólo resistió sino que jugó con todo, atacó más y tuvo buenas ocasiones. N'Doye marcó pero el árbitro, rumano, lo anuló por empujón. Pavel Christian Balaj fue un protagonista demasiado notorio y finalmente nefasto. Seguido al gol anulado al Copenhague no vio un penalti a Villa. En la primera parte se tragó dos expulsiones. Sin cumplir un minuto Bolaños dio un codazo a Puyol. Minutos después Valdés salió de su área sin control y colisionó de forma brutal con N?Doye. El partido fue duro, tenso y de pierna fuerte. Y lo peor del Barcelona es que no pudo continuar en la última media hora la inercia que parecía haber tomado el partido. Xavi mandó menos, Iniesta se diluyó, llegaron las imprecisiones y la entrada de Pedro por Villa no cambió el panorama aunque el canario reventó un remate precioso en el poste (el tercero del equipo azulgrana) en la última jugada del partido.
El Barcelona tiene el primer puesto absolutamente a tiro pero perdió la ocasión de quitarse de delante la molestia de la fase de grupos de forma definitiva. Hizo una buena primera parte y una discreta segunda. Volvió a perdonar mucho y concedió un gol evitable, todo con una buena dosis de mala suerte. El partido no da ni para caer en estados de ansiedad ni para mantener la euforia del partido ante el Sevilla. Es un partido más, salvado sin daños graves y sin despliegues épicos. Fue un partido correcto del Barcelona y un interesante partido de fútbol del que sale el Barcelona con el reproche de haberse dejado los deberes a medio hacer.
Fuente: AS (www.as.com)
martes, 2 de noviembre de 2010
El Barcelona empata a 1 con el Copenhague.
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