De las múltiples formas en que puede manifestarse la decadencia, posiblemente sea en “la política” donde se evidencie de forma más palpable. Pero no la política en sí es decadente, sino que, como en todo, es el propio hombre quien dedicado a la política manifiesta su decadencia. El hombre, siempre artífice de lo mejor y de lo peor y siempre o casi siempre más partidario de lo segundo. Y es que nuestra clase política son los representantes de la decadencia, es decir, de la sociedad, una decadencia a la vez financiada por la plutocracia -también decadente-, manejando, dirigiendo y dominando a: 1) la política mediante los cheques o consiguiendo asientos en las diferentes cámaras, ya sean locales, provinciales, nacionales...; 2) la sociedad con sus suculentos objetos y su mercado “repleto de felicidad”.
Ya Thiriart lo decía, «existe una escuela de “el tener más”». Yo quizá no habría dicho que existe una escuela, sino que además de existir tiene vida propia. Esa escuela se ha convertido en el Weltanschauung del hombre moderno. Y es posible que esa concepción del mundo del hombre moderno sea la misma que la de un hombre de hace mil años, es posible que, en definitiva, sea la concepción inherente en todo hombre mediocre ya viviera en una época o en otra. El tener encumbrado a las cimas del placer y de la felicidad, como si el placer y la felicidad no tuvieran lugares más bellos y puros. El placer y la felicidad no se buscan, ni siquiera se deben desear, pues ambas vienen de la mano de aquellos hombres que ante todo ponen por delante su esfuerzo y compromiso para ser los más grandes, para elevarse, para acercarse a los dioses. Digamos que el hombre del ser es un hombre elevado y que el hombre del tener es un hombre mediocre, un hombre que tiene vértigo y huye de las alturas. Pero que no parezca que condeno el tener. Que nadie piense que quiero desposeer "a todos" de sus cosas. Digamos que lo que quiero decir es que las cosas no nos posean a nosotros.
Es del ser de donde han surgido los grandes valores, desde donde se han forjado las más formidables batallas, desde donde la voluntad ejerce toda su fuerza. Es desde el ser donde la vida adquiere un poco de sentido, es desde el ser donde el hombre ha pintado las más grandes obras y escrito las más maravillosas historias y versos; es del único lugar –dentro de nosotros- que puede atesorar un mínimo de nobleza, de belleza, de grandeza y de dignidad que nos catapulte a la gloria, a lo sagrado, al superhombre... Al final, tanto tener, tanto materialismo, tanto bienestar y tanta comodidad nos han incapacitado para las grandes proezas, para las grandes gestas, reduciéndonos a víctimas satisfechas del economicismo y educándonos en la filosofía de que todo tiene un valor cuantificable, al pragmatismo y utilitarismo radicales. Hoy no somos “Yo soy”, sino “Yo tengo”.
Redundando en el asunto, la sociedad, indiscutiblemente materialista, por descuidar el ser –ya sea por propia voluntad, por educación, por control de los medios de comunicación o por su propia visión del mundo– y favorecer el tener –sin preocuparse en mantener un equilibrio-, ha despojado de espíritu a las personas, ahuecando su interior: nacimiento del nihilismo. Si bien podemos disfrutar del goce de una vida material plena –con esto me refiero a lo básico, lo demás es lujo y prescindible- que nos ayuda, sin duda, a llevar una vida mucho más tolerable y fácil (aunque díganle esto al 20% de la población española que vive con unos ingresos inferiores a la mitad de la renta media), no la aprovechamos como trampolín para satisfacer a nuestro ser, nuestro desarrollo personal en lo intelectual-mental y físico, prefiriendo dejarnos manipular por la publicidad y diversos medios de enajenación. Hoy más que nunca el nihilismo negativo (manifestado en la depresión, en los suicidios…), que no es una puerta hacia un mundo creativo, sino, todo lo contrario, hacia un mundo de destrucción gratuita, decadencia y vacío. La obsesión y el exceso de culto al tener han conseguido desencantar a un gran porcentaje de la población, un porcentaje dispuesto a venderse por un puñado de objetos. La tiranía del dinero, la tiranía del capital, la…
Es por todo esto que la política debe dominar a lo económico, es por ello que el mercado y sus mecanismos para atraer a las personas hacia él deben ser intervenidos. Pero antes lo político debe ser tomado por personas que obliguen a abdicar, ya sea pacíficamente o por la fuerza, a la actual clase política, por personas incorruptibles que se dediquen a la política por vocación personal y no por intereses economicistas: la política como una especie de sacerdocio. Nuevos hombres deben demostrar y mostrar a todos que existe una concepción distinta del mundo, una visión del mundo que sin olvidar las ventajas de una vida material y las facilidades que esta trae consigo, den un mayor valor al espíritu, a la voluntad y a los grandes valores que de él puedan surgir. Ha sido con valores como Europa se convirtió en el gran civilizador del mundo, y es por ello que nosotros debemos recoger el testigo y continuar la labor de nuestros ancestros, aunque… a nuestra manera. ¡Conquistemos nuestra libertad!
Hay que huir de la rutina marcada por la economía, por el capital. El bienestar material es sólo un medio, el mercado es también un medio, la economía es un medio… pero nunca deben ser el fin. Todo ello es el medio para que nosotros seamos cada vez mejores y no un fin que nos envilezca y nos haga esclavos de números, de precios, de rebajas, de descuentos… Y para esto es necesaria una nueva clase política y una sociedad dispuesta a cambiar, a mejorar, dispuesta a ser libre de verdad. «Si no, ¡a qué miserable humanidad iríamos a parar!», como dijo Jean Thiriart.
jueves, 4 de noviembre de 2010
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