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lunes, 21 de noviembre de 2011

Cuatro cabecillas son juzgados por el exterminio de dos millones de personas entre 1975 y 1979 bajo el régimen de Pol Pot.

«El Partido Comunista de Kampuchea convirtió Camboya en un campo de concentración masivo, produciendo así una nación entera de prisioneros viviendo bajo un sistema de brutalidad». Así de contundente se ha mostrado este lunes la Fiscalía en el arranque del juicio contra el despiadado régimen de los Jemeres Rojos (1975-79). Más de tres décadas después, Camboya vuelve a asomarse al horror de los «Campos de la Muerte» para ajustar cuentas con su traumático pasado. Ancianos ya, cuatro de sus principales cabecillas están siendo procesados ante un tribunal internacional de la ONU por crímenes de guerra y contra la humanidad, genocidio, torturas y persecución religiosa.
Con su principal líder, Pol Pot, muerto desde 1998, los acusados son Nuon Chea, de 84 años, ideólogo y número dos del régimen; Khieu Samphan, de 79 y antiguo presidente de la República Democrática de Kampuchea; Ieng Sary, de 85 y ex ministro de Exteriores; y su esposa, Ieng Thirith, de 79 y responsable entonces de asuntos sociales. Un cargo que suena a broma macabra porque, durante los cuatro años que los Jemeres trataron de imponer una utópica sociedad agraria en Camboya, murieron dos de sus siete millones de habitantes por ejecuciones sumarias, hambre, extenuación o precarias condiciones sanitarias. Enferma de Alzheimer, Ieng Thirith no podrá asistir a la vista oral para responder ante la justicia por el horror que sufrió Camboya en los años 70.
Tras ocho años de guerra civil y una explosiva situación política marcada por la guerra en la vecina Vietnam y el golpe de Estado del primer ministro Lon Nol que derrocó al rey Norodom Sihanouk en 1970, la insurgencia comunista de los Jemeres Rojos, apoyada por la China de Mao y el exiliado monarca, tomó Phnom Penh el 17 de abril de 1975. Empezaba así el horrendo «Año Cero» que Pol Pot implantó en Camboya, y que devolvió el país a la Edad de Piedra, con la complicidad de los cuatro últimos gerifaltes que aún quedan con vida.
Los cuatros imputados se declaran inocentes, pero este nuevo juicio es la continuación del proceso que condenó a 35 años de cárcel a Kaing Guek Eav, alias «Duch», por sus torturas durante los interrogatorios en la antigua escuela de Tuol Sleng. Reconvertida en la Oficina de Seguridad 21 (S-21), una siniestra prisión hoy abierta a los turistas, por allí pasaron entre 15.000 y 20.000 detenidos. De ellos, sólo sobrevivieron una veintena de afortunados. De las víctimas se guarda un recuerdo muy especial en el museo del genocidio en que se ha transformado la cárcel: sus retratos. En terrorífico blanco y negro, miles de detenidos fueron fotografiados al llegar a S-21, donde se les marcaba con un número y la fecha de detención. Estas fotografías son, al mismo tiempo, espeluznantes e hipnóticas porque muestran una amplia tipología humana, que va desde adultos hasta ancianos y niños, caracterizada por un sentimiento común: el miedo y la aniquilación absoluta de su individualidad.

Crueldad sin límites

Igual de sobrecogedores son los cuadros de torturas pintados por uno de los supervivientes, Van Nath, quien falleció el pasado mes de septiembre. Durante su confinamiento en la cárcel S-21, salvó la vida gracias a su habilidad con los pinceles, ya que el régimen lo escogió para que pintara los retratos de Pol Pot como consecuencia de esa otra característica común a toda dictadura: el culto a la personalidad.
La otra es la crueldad sin límites, como demuestra una de las normas del decálogo del centro: «Los prisioneros no chillarán cuando reciban latigazos o electrochoques». La paranoia del Jemer veía enemigos por todas partes y cualquier método era bueno para descubrir a los traidores, como propinar brutales palizas, arrancar con tenazas las uñas o los pezones de las mujeres, aplicar electrochoques en los oídos o colgar a los detenidos boca abajo en la barra de gimnasia del colegio y luego zambullirlos en tinajas llenas de agua.
Para impedir el suicidio de los presos que no podían seguir resistiendo las torturas, incluso cubrieron con una alambrada el edificio de las celdas. Los Jemeres disponían sobre la vida y la muerte y nadie más que ellos podía decidir cuándo había llegado la hora.
La Fiscalía acusa a los Jemeres Rojos de hacer de Camboya «un campo de concentración masivo»
reuters
Imagen de la vista por el juicio contra el régimen de los Jemeres Rojos, este lunes
Y la hora llegaba, una o dos veces por semana, al filo de la medianoche, cuando, después de seis meses de interrogatorios y palizas, los prisioneros eran montados en camiones y trasladados al «campo de la muerte» de Choeung Ek, a 15 kilómetros de Phnom Penh. Atados en fila india y con los ojos vendados, allí eran liquidados uno tras otro por los verdugos, que los golpeaban con una azada o una caña de bambú y luego los remataban cortándoles el cuello. «Yo maté a miles de personas porque, de haberme negado, me habrían asesinado a mí también», confesó a ABC uno de estos verdugos, Him Huy, durante la vista oral celebrada contra «Duch» en febrero de 2009. Mientras sonaban los himnos revolucionarios de Angkar, como se conocía popularmente en jemer a la desquiciada Organización liderada por Pol Pot, otros verdugos estrellaban los cuerpos de los bebés contra un árbol y luego los lanzaban a las fosas comunes.
En total, en Choeung Ek se han descubierto 129 fosas, de las cuales se han abierto 89, y se han hallado 8.895 cadáveres. A fecha de 2001, por toda Camboya se habían localizado 343 “campos de la muerte”, 19.440 fosas comunes, once millones de minas y 167 prisiones.
Para honrar a las víctimas de esta locura, que terminó cuando el Ejército de Vietnam “liberó” Camboya y desalojó a los Jemeres del poder en enero de 1979, en Choueng Ek se ha levantado un tétrico mausoleo con forma de estupa repleto de calaveras. En Camboya, hasta los homenajes huelen a muerte y destrucción.
Aunque los juicios contra los Jemeres pretenden ser una especie de catarsis colectiva, en este paupérrimo país del Sureste Asiático siguen conviviendo víctimas y verdugos. Raro es el camboyano que no perdió a cinco, diez, quince o veinte familiares durante aquella época. Y raro es el funcionario de la Administración o político que no formó parte de Angkar, como el primer ministro Hun Sen, quien desertó a Vietnam antes de la caída del régimen, lleva en el poder desde 1985 y ha hecho todo lo posible por demorar el juicio.

Más de 100 millones desde 2006

Auspiciado por la comunidad internacional, el proceso judicial contra los Jemeres Rojos llega tarde e incompleto, pero sigue levantando ampollas en la sociedad camboyana. Sobre todo cuando los familiares de las víctimas contemplan espantados los polémicos escándalos de corrupción que han salpicado al tribunal, en el que la ONU ha gastado más de 100 millones de euros desde 2006 para que los Jemeres Rojos comparezcan ante la justicia y la historia.
En total, sólo cinco acusados de avanzada edad para responder por el exterminio de millones de vidas, lo que ha frustrado a la sociedad camboyana porque Pol Pot falleció hace trece años y el responsable militar de los Jemeres, Ta Mok «El Carnicero», murió en 2006 mientras esperaba a ser juzgado.
En las Cámaras Extraordinarias de los Tribunales de Camboya, el Caso 001 contra «Duch» acabó en condena. Ahora empieza el Caso 002 contra los últimos altos cargos del régimen de Pol Pot, pero todos dudan de que haya un Caso 003 aunque todavía queden vivos muchos antiguos Jemeres Rojos en Camboya.



Fuente: ABC (www.abc.es)

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