75 años después... ¡El hombre, nunca el mito, siempre presente! - La Nación Digital

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domingo, 20 de noviembre de 2011

75 años después... ¡El hombre, nunca el mito, siempre presente!

Escribo porque disfruto haciéndolo. Y, lo reconozco, también porque es una de las pocas cosas (si no la única) de esta vida que se me da bien y para las que no resulto ser un completo fiasco.
Además, como dejó escrito George Orwell, se podría decir que también escribo para dejar mi legado personal como una insignificante pero particular contribución en la Historia del hombre y por, evidentemente, motivos políticos. Y es que, por muy sorprendente que pueda parecer, mi pequeña habilidad con la escritura fue desarrollada y potenciada en mayor medida más por el tema político que por cualquier otra circunstancia vital.
Por todo lo dicho, porque disfruto escribiendo y porque utilizo mis cada vez más decadentes líneas como arma política, es por lo que he tenido como obligatorio escribir algo que sirviera para honrar a José Antonio Primo de Rivera en el 75º aniversario de su asesinato.
Pero, pese a todos mis intentos por sacar algo de provecho, me he dado cuenta de que mi esfuerzo es inútil. ¿Qué va a explicar alguien como yo que no se haya hablado o escrito antes, mil veces mejor de como podría hacerlo desde mi particular punto de vista, sobre el fundador de Falange Española?
Las biografías sobre la figura de José Antonio (algunas de las cuales se centran más en su faceta de político, otras en su vida personal, las hay que se dedican únicamente a exponer la ética y estilo que su persona encarnaba), de todos los tipos y tendencias, ya han dicho todo lo que se podía del personaje histórico, para bien y para mal (creo que no hace falta decir quién lo habrá dicho para bien y quién para mal). Insisto en ello, ¿qué puedo aportar yo sobre un hombre que ha hecho correr ríos de tinta antes de que el autor de estas líneas pusiera un pie en este mundo?

El primer conocimiento que tuve sobre José Antonio fue el de que había fundado Falange Española, que había resultado ser el partido único de aquel general llamado Franco del que decían que había sido horrible para los españoles. No recuerdo la edad exacta de esta visión, sólo sé que fue mi primer conocimiento sobre José Antonio.
Años después, decidido a ignorar abiertamente todas las injurias y tergiversaciones que pudiera escuchar de semejante figura mientras la iba descubriendo tal y como era realmente, encontré a un hombre joven que, pese a tener la vida resuelta por sus orígenes familiares, había decidido entregarse al servicio de una causa que superaba el entendimiento de la sociedad de su tiempo.
Y gracias a aquello, por cumplir (sin saberlo) aquel juramento de no dar por oída toda voz que pudiera debilitar el espíritu de la Falange, supe la verdad: que José Antonio no había luchado por el poder de las clases altas, sino por la justicia social para todos los hombres de España; que tampoco había promovido y lanzado a la violencia a sus partidarios, sino que había tratado de protegerlos y de que comprendieran por qué había que tener un espíritu diferente al del resto; y que su persona y obra, que no pueden entenderse una sin la otra, habían sido tergiversadas y utilizadas por un régimen que, pese a ser muchísimo mejor de lo que podríamos tener ahora, no alcanzó las metas y objetivos regeneradores y de futuro que se había propuesto en un principio cuando utilizaba la simbología y la propaganda de la obra de José Antonio.

En efecto, José Antonio fue hecho un mito. Su retrato se colocó en todas las escuelas españolas mientras el general Franco, nuevo Jefe de Estado tras el conflicto fraticida de la Guerra Civil Española, pedía a Dios que negara al descanso eterno a los españoles mientras no se recogiera la cosecha que sembraba la muerte del fundador de Falange.
Pero no voy a culpar a Franco de lo que pasó años después. Los verdaderos responsables de la conversión de José Antonio en un mito fueron todos aquellos conservadores que, de un día para otro, pasaron de calificar a la Falange como “Funeraria Española” para abrocharse una camisa azul, cantar el “Cara al Sol” y enrolarse en la UCD o la Alianza Popular cuando el general Franco, que les había dado mayores aspiraciones en su vida de las que ellos solos habrían logrado por su cuenta, se marchó (coloquialmente hablando) al otro barrio.
Tras su asesinato por el Frente Popular, las derechas conservadoras volvían a apuñalar a la figura de José Antonio, perjudicándola muchísimo más de lo que en su momento podrían haber hecho los socialistas que ejecutaron los tiros de gracia, al aclamar y luego negar el mito que ellos mismos habían construido.
Está claro que la cosecha de la muerte de José Antonio nunca se sembró. A aquellas clases poderosas y patrioteras, más empeñadas en ensalzar su figura de hombre joven y de familia militar asesinado por los sicarios de Moscú que su obra y doctrina auténtica, les convenía más un muerto al que idolatrar que una profunda justicia social que urgía en España para superar, definitivamente, las diferencias entre los diferentes sectores del pueblo. No pudo ser y hemos de dar las gracias a todos aquellos que aclamaron como “¡Presente!” a un José Antonio al que ni conocían ni en el que tampoco creían.
Tal y como recoge Juan Manuel Crepo en su libro “Memorias de un ultra”; Pilar Primo de Rivera, la hermana de José Antonio, nunca se equivocó al decir que a su hermano le mató la ignorancia de todos hacia su pensamiento.

En lo que a mí me concierne, puedo decir que yo sí creo en José Antonio, en el hombre y no en el mito. Los mitos están para adorarlos y dudo mucho que el José Antonio fundador de la Falange, católico devoto de espíritu templario, hubiera visto con buenos ojos que se le rindieran los honores de un semidios (más que nada, le habría sorprendido que se le admirara tanto después de que, durante su carrera política, sufriera tanto la indiferencia de las derechas como el odio de las izquierdas).
Por eso, y porque estoy muy contento con el Dios católico, no busco a nadie a quien convertir en un ídolo que adorar, sino que me muestre un ejemplo de cómo debe regirse un hombre a sí mismo, asimilando los valores positivos que descubramos en los demás pero adaptándolos a nuestra personalidad propia.
El José Antonio en el que creo es el hombre que llamó a superar, de una vez por todas, la estúpida división política entre izquierdas y derechas, propia del lejano siglo XIX; el hombre que, al igual que un servidor, suspendió en su día las asignaturas de Derecho Civil y Derecho Penal cuando cursaba la carrera de Derecho; el hombre que, pese a estar amenazado de muerte, siempre dio la cara ante sus enemigos; el hombre que soñaba con la unidad y la hermandad de todos los pueblos de España; el hombre que, ante la desconfianza de aquéllos hacia quienes iba dirigido su mensaje, entendía que la gente de las regiones más pobres le apedrearan al verle a él y a los suyos vestidos con traje y corbata; el hombre que nos llamaba a buscar en nuestro interior la identidad de España, a darle forma y a luchar por una sociedad futura en la que los españoles nos encontraramos unidos por la fe católica, la unidad de España y la justicia social...
Sí, yo creo en el José Antonio humano que murió perdonando a sus verdugos y que, años antes, se había avergonzado de ser un “señorito” al ver como la gente que creía en sus palabras era asesinada sin piedad por sus opositores... el mismo José Antonio al que le dolía la España de su tiempo y la muerte de cada uno de sus camaradas como si fuera la suya propia.

La fe, el patriotismo, la justicia social, la dignidad, la libertad, la justicia, el honor, el valor, la lealtad... ¿acaso no son valores por los que valga la pena dedicar nuestra vida y que nos lleven a separarnos radicalmente, en nuestra forma de ser, del resto de la sociedad?
Hoy, más que nunca, España necesita la doctrina joven y fresca de un hombre como José Antonio: nuestro pueblo llora las injusticias sociales que sufre a causa del capitalismo al tiempo que los habitantes de unas regiones odian mutuamente a los de otras por algo tan banal como el dinero y, además, no encuentran sentido a su vida porque ésta se haya completamente vacía de significado.
Por suerte para los españoles de nuestro tiempo, la doctrina está viva y la bandera lleva alzada desde hace mucho tiempo. Y la siembra es mucha pero los segadores muy pocos. El que lo quiera entender, sabrá a lo que me refiero.
Por mi parte, deseo terminar estas líneas llamando al recuerdo afectivo de José Antonio como visionario, pero alejándonos totalmente de visiones nostalgicas y trasnochadas. Ahora es nuestro momento y es a nosotros a quienes nos corresponde la obligación histórica con nuestro pueblo y su identidad. Y el mejor homenaje que le podemos rendir a un gran hombre es el de dejar de decir “hizo esto” o “dijo lo otro” y pasar a proponer la aplicación de la doctrina, por la que dio su propia vida, en la sociedad actual.

1 comentario:

Portus Victoriae dijo...

José Antonio Primo de Rivera ¡¡¡PRESENTE!!!

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