Frío, niebla y emociones en el Valle de los Caídos. - La Nación Digital

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lunes, 21 de noviembre de 2011

Frío, niebla y emociones en el Valle de los Caídos.

La mañana amanecía fría... demasiado fría. Parecía imposible que pocas semanas antes, pese a encontrarnos ya en pleno otoño, hubiera podido hacer una agradable temperatura primaveral por la cual apenas molestaba el llevar una chaqueta encima. Quizá el tiempo tan áspero y desagradable podría deberse al hecho de que los españoles estaban llamados a “decidir” su futuro en las urnas (sí, lo escribo entre comillas para que cualquiera sepa que mi intención es la de echarnos unas risas), pensando la gran mayoría de ellos sobre si optar por el tonto o el malo (adivinar quién es quién).
O, algo que también es probable, pueda ser que este último domingo me levantara demasiado pronto para ser un día festivo... y me encontrara con que vamos camino del invierno castellano y eso, queramos o no, se nota en estas secas tierras del centro de España.

Con las papeletas de la farsa conocida como “democracia liberal” en la mano (en algún momento tenía que echar mi voto nulo en la urna y, por desgracia, no pudo ser cuando me propuse), inicio un periplo que me llevará hasta el Valle de los Caídos, un lugar que visitaré por primera vez en mi vida.
Como suele pasar, los viajes de más de media hora se hacen largos y cansinos... y mucho más con la espesa niebla y la lluvia que uno se va encontrando por los diferentes puntos de la provincia de Madrid.
“Este puente, con el lago tan grande que hay debajo, pone de los nervios”, me comentan.
“¿Qué hay cerca un embalse?”, pregunto. No me conozco la geografía de Madrid; por ello, podrían decirme que no hay un embalse, sino una playa artificial, y daría la respuesta por válida.
“Sí, es que Franco... ¡Vaya cosas que tenía, que ordenaba construir embalses para que la gente tuviera agua!”.
Suenan las carcajadas. Como me gusta mucho el humor irónico, continúo con el tema: “Pues sí, vaya cosas que tenían Franco y los de la Falange, por implantar los derechos sociales de verdad”.
La niebla sigue siendo una compañera fiel, incómoda y silenciosa, hasta que deja ver las puertas de la entrada al Valle de los Caídos y a los varios guardias civiles que allí se encuentran para... todos sabemos para qué.

Durante el golpe de Estado llevado a cabo por los socialistas, en el año 1934, miembros de Falange Española de las JONS colaboraron con el cuerpo armado de la Guardia Civil para restablecer el orden, especialmente en Asturias (algunos incluso llegarán a morir a manos de los socialistas).
Muchas décadas después, cuando ya ha sido ejecutado desde dentro lo que quedaba del Estado regido por el Movimiento Nacional, la banda terrorista y marxista ETA asesina a muchos guardias civiles... los cuales son llorados y homenajeados por los falangistas. Esta tónica continuará, como se ha podido ver, a lo largo de todos estos últimos años hasta llegar al día de hoy.
Pero un día, y amparándose los gobernantes en la “legitimidad” supuestamente otorgada por el pueblo, se promulga la conocida “Ley de Memoria Histórica” y la Guardia Civil, cuerpo respetado y homenajeado por los falangistas, se convierte en su pesadilla: pese a llorar sus muertos, los falangistas no pueden acceder al Valle de los Caídos (gracias a la ley) sin ser identificados y examinados a conciencia por si llevan algo como una bandera de España (la misma que juran los guardias civiles al comprometerse a velar por la seguridad de los españoles y con la que, en caso de caer en acto de servicio, terminan arropando sus féretros) o algún símbolo falangista.
Ironías de nuestra España de hoy: la Guardia Civil, cuerpo honorable y noble donde los haya, ha terminado acatando los mandatos de aquellos que, en su momento y algunos ahora todavía, les califican de “cuerpo opresor al servicio de las clases adineradas”; mandatos precisamente contra los sucesores de aquellos hombres que cuando llegó la hora de luchar por España lo hicieron a su lado y que han sentido el dolor de sus muertos como el suyo propio.
¿Acaso el falangista que se emociona ante los testimonios de dolor de los familiares de los asesinados por ETA es un enemigo de la Guardia Civil? ¿No lo será, más bien, el socialdemócrata que negocia con los asesinos o el marxista que ni condena ni le entristece ninguna de esas atrocidades?

Por fin piso el suelo de la explanada del Valle de los Caídos y hace muchísimo más frío y niebla que en mi querida tierra toledana. No puedo ver ni la Cruz, tapada totalmente por las brumas, ni el paisaje de la sierra madrileña. Pese a todo, el lugar desprende una sensación muy agradable; en cierto modo, es como si aún perdurara un eco del pasado por el lugar, como si la vitalidad y el idealismo de quienes cantaron el “Cara al Sol”y homenajearon a José Antonio Primo de Rivera muchos años antes allí siguiera todavía pululando entre los que estamos presentes, en ese momento exacto de la Historia, frente a la basílica.
Mirando asombrado las gigantescas imagenes del Águila de San Juan que están alrededor de unas columnas, observó emocionado como la niebla, tímida y lentamente, se retira a trozos poco a poco por varias partes de la Cruz, mostrándola un pelín e insinuando la maravilla arquitectónica que esconde la propia niebla tras de sí.
A medida que me acerco a la basílica, siendo ya casi la hora para que comience la misa en recuerdo de Francisco Franco y José Antonio, me percató de la estatua de la Piedad. No puedo evitar sentir una profunda sensación de rabia e impotencia al recordar cómo desde el Gobierno se había justificado el atacar esa obra de arte a golpes de mazo.

Piso el templo. La sensación es muy diferente a la que siento en la iglesia de mi localidad o en cualquier otra... no se puede comparar. Me encuentro en una gran paz interior conmigo mismo.
Miro, de arriba a abajo, las estatuas de los arcángeles y los monjes, ambos con una espada entre las manos y los últimos con su capucha puesta y mirada al suelo, representando el estilo ascético y militar de la Falange.
Debido a que me encuentro detrás de los bancos, de pie, trato de enterarme de lo maximo posible acerca de la ceremonia. Escucho con atención las palabras acerca de la separación que Dios hará con los hombres el Día del Juicio Final, esperando encontrarme en el bando de los buenos.
Lo único que hecho en falta es un mayor silencio (sobran algunos cuchicheos) y más de un móvil sacando fotografías durante el acto religioso.

Al terminar la ceremonia, los hombres y mujeres presentes nos acercamos a las tumbas.
A mis pies, con algunos ramos de flores cariñosamente dejados en su recuerdo, contemplo la lápida con el nombre de José Antonio. No hay palabras que expresen con precisión cómo se me retuerce el estómago por dentro, igual que si me lo agarraran con intención de extirpármelo de cuajo, cuando alzo el brazo derecho ante el lugar donde reposan los restos del fundador de la Falange, el visionario que dio sentido a mi vida con su doctrina y su ética. Emocionado, me retiro del espacio para que otros españoles, orgullosos de seguir el legado de José Antonio, puedan rendirle su pequeño y sincero homenaje particular.
Después de la tumba de José Antonio toca visitar la de Francisco Franco, que se encuentra al lado. Con mucho respeto por la figura del general, me acerco despacio pero no levanto el brazo en esta ocasión; más que nada, para no aportar mi grano de arena a la confusión que existe actualmente entre las dos figuras históricas. Como falangista, y con todos mis respetos hacia el general que lideró al bando nacional a la Victoria, no considero adecuado alzar el brazo ante el lugar donde reposa Franco... por ahora.
Por encima de las tumbas podemos encontrarnos una preciosa pintura, donde se puede ver la representación de Cristo junto a los ángeles y varios grupos de hombres, algunos con banderas de España, de la Falange y del Requeté (aunque no creo que se distingan en la foto).

Caídos por Dios y por España. Y la Cruz como símbolo de reconciliación entre los españoles miembros de un pueblo que hace más de medio siglo que se embarcó en un conflicto fraticida del que aún perduran las heridas.
¿Tanto cuesta de entender el significado de la basílica del Valle de los Caídos? Cuanto más observaba el interior de la basílica, tratando de empaparme del frío de la piedra con el objetivo de purificar mi espíritu para hacerlo más proclive a la asimilación de los valores religiosos y castrenses que honran el estilo falangista, más me enfurecía al recordar los objetivos de la “Ley de Memoria Histórica” y de los anormales que califican a un templo religioso católico, inspirado en la unidad y el perdón en Cristo Rey, de “parque temático fascista”.
Por suerte, pude quitarme los malos pensamientos al encontrarme y poder hablar unos minutos con alguna cara conocida que comparte los mismos ideales. No hay nada mejor que la camaradería para dejar a un lado los malos pensamientos provocados por los sectores opositores que tratan de destruir un trozo de la Historia de España.

Una vez abandono el interior de la basílica, la niebla sigue dejando ver la Cruz tan sólo cuando se disipa por partes. Está claro que el día ya no va a cambiar en esa zona de la sierra.
Ya me encuentro en el borde de la explanada cuando se escucha, a lo lejos, el “Cara al Sol”, cantado por los que todavía se encuentran en la puerta de la basílica. Mi voz les acompaña, clamando como presentes a José Antonio y a los Caídos por Dios y por España y dando arribas a nuestra Patria.
Parece ser que, tras terminar los cánticos y los gritos de rigor, son repartidas varias multas (lo que justificaría por qué el integrante más joven de una familia que pasa a mi lado pregunta a su padre por qué razón no se puede cantar el “Cara al Sol”).
Nuevamente, comprendí que en nuestro mundillo tenemos a gente válida, muy válida. Pero hay que saber encarar el futuro, que no se nos presenta muy positivo precisamente. Y ese futuro pasa porque los principios que construyeron esa maravilla en que consiste la basílica del Valle de los Caídos se mantengan vivos en el corazón de los españoles y sepan calar en el de aquellos que los rechazan, por ignorancia, cobardía o estupidez.

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