Calculen. El Real Madrid había marcado tres goles antes de cumplirse la primera media hora y seis cuando todavía faltaban 23 minutos para el final del partido. De la media docena de goles, cuatro llevaban la firma de Cristiano, quien al fallar el quinto se llevó un disgusto inconsolable, hay noches en las que uno no está para nada. Di María dio dos asistencias, provocó un penalti, pegó una rabona, tiró de chilena y ni siquiera fue eso lo más relevante que hizo. Su partido también se puede medir en kilómetros recorridos. Baste decir que terminó la faena como lateral zurdo presionante. En resumen: las millas que completó le valdrían la tarjeta platino de cualquier compañía aérea.
Para explicar lo ocurrido habrá que fijarse en el Madrid, en su repentina madurez. Para entender la velocidad de los acontecimientos habrá que preguntar al entrenador del Racing. Portugal colocó tan adelantada su línea de cinco defensas que al anfitrión le bastó con buscar los espacios para dibujar la marca del zorro en la espalda de sus guardianes. De ese modo llegaron los tres primeros goles, con la defensa racinguista volviendo sobre sus pasos como el ejército de Maximiliano. Di María asistió a Higuaín en el primero; pase largo, digno de Schuster. En el segundo fue Higuaín quien envolvió el regaló y Cristiano lo abrió. El tercero fue un calco, sólo cambien a Higuaín por Özil, gol de Cristiano, otro.
Admito que en ese instante temimos quedarnos sin partido. Pasó contra el Milán y ocurre muchas veces: quien se aproxima a la goleada se acuerda de que los otros muchachos también tienen madre, incluso esposa, quizá pequeñuelos. Y levantan el pie. Sucede con muchos equipos, pero no están entrenados por Mourinho.
Ogro bueno.
Entre las conquistas de este Shrek de los banquillos (valga la metáfora por ese carácter sulfuroso que esconde, aseguran los más cercanos, un ogro bueno) está el haber transmitido al grupo una ferocidad y una entrega encomiables. No hubo respiros, pues. Si el Racing asomó la cabeza fue por propia dignidad y por el talento de Kennedy, apellido que desde Bahía Cochinos no se veía envuelto en un desastre parecido.
El cuarto gol nació de un empeño doble, el de Di María por llevarse el balón y el de Cristiano por marcar. El quinto repitió protagonistas, para uno el penalti y el gol para el de siempre. El sexto fue obra de Özil tras bajar la pelota con su empeine de terciopelo.
Llegados a la media docena, los más piadosos recordaron que en el colegio tan incómoda situación se hubiera resuelto cambiando de bando al mejor de los buenos, o a un par, en caso de tanto desequilibrio. Cristiano y Di María, por poner un ejemplo. Esos dos, con el Racing, para que no decaiga. Y todos contentos, más dignos los vapuleados y más tonificados los abusadores. Sin posibilidad de regresar al patio del colegio, el Racing tuvo que conformarse con un gol de rebote, obra conjunta de Diop y el lomo de Rosenberg. Y no fue poco a tenor de lo que pudo ser.
La historia le apuntará la noche a Cristiano todopoderoso. Las brillantes tarjetas de viajero habitual pertenecen a Di María.
Fuente: AS (www.as.com)
domingo, 24 de octubre de 2010
Exhibición goleadora del Real Madrid ante el Racing en el Bernabéu.
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