El 7 de noviembre del año 1936, Santiago Carrillo fue nombrado consejero de Orden Público de la recién creada Junta de Defensa de Madrid. Ese mismo día, un convoy de presos fue fusilado en Paracuellos del Jarama. Otras 32 sacas, hasta el 4 de diciembre, vaciaron de presos las cárceles de Madrid y llenaron las fosas de Paracuellos.
Carrillo cumplía ayer 96 años en pleno uso de sus facultades, hasta el punto de presentar un libro sobre La difícil reconciliación de los españoles (Planeta), recopilación de textos, el más moderno de 1995. A la vista del título, LA GACETA le preguntó si consideraba que para la reconciliación sería positivo que pidiera perdón a las familias de las personas que mandó fusilar.
“Yo no mandé fusilar a nadie”, fue la respuesta. Aludió a la responsabilidad de los “generales facciosos” y de la “quinta columna”, en un Madrid, según citó, “semicercado, semirrodeado, rodeado con una sola salida, por las tropas de Franco, que estaba siendo bombardeado con aviación y con artillería día y noche, donde todos los días mueren cientos de mujeres, de niños, de viejos. ¿Imaginan la cantidad de odio que había en Madrid en ese momento?”
Daños colaterales
Tal como las pintó ayer Carrillo, las víctimas de Paracuellos eran reos de muerte: “La orden era trasladarlos a Levante, creo que eran alrededor de dos mil militares, sobre todo, que se habían negado a defender a la República, que se habían sublevado, que no habían sido fusilados, como había que hacer con los militares cuando se sublevan contra un Gobierno legítimo”.
Y lo que no hizo, según él, el poder, lo hizo el pueblo: “En el camino, la gente ataca ese convoy y mata. En esos momentos los milicianos que protegían ese convoy estaban protegiendo a esa gente contra sus sentimientos y, en un momento dado, desobedecieron las órdenes. Yo lamento mucho aquello. Hay que imaginarse lo que es una guerra. Ya saben lo que está pasando en guerras como la de Irak y Afganistán, eso que llaman los daños colaterales”.
Cumplían órdenes
Comentamos la tesis de Carrillo con José Rodríguez Labandeira, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Madrid, que ha estudiado a fondo la revolución de 1936 en la capital. “No sólo no desobedecen, sino que cumplen órdenes taxativas; no hay desobediencia posible”, asegura en referencia a los milicianos, y sin comentar el absurdo de que “la gente” pueda concentrarse fuera de una ciudad sitiada para detener un convoy de presos. “Que desentierren los cadáveres y verán la prueba clave: tienen las manos atadas con alambre. Iban con las manos atadas a la espalda”.
Rodríguez Labandeira piensa que la orden de fusilar a los presos la dio “el Estado mayor soviético”, pero en todo caso Carrillo “es el responsable del orden público”. Los fusilamientos resultan comprensibles para el profesor: “Una guerra es así, pero se reconoce y ya está”. Sin embargo, Carrillo insiste en proclamar su inocencia.
Documentos
Carrillo aseguraba ayer: “Decir que yo mandé fusilarlos es una calumnia que nadie ha podido demostrar hasta ahora”. Rodríguez Labandeira comenta la presunta falta de documentos: “Vaya si los hay, los mismos que lo hicieron lo declaran, en juicios sumarísimos donde van a ser condenados a muerte, sabiendo que los van a fusilar. Esos documentos están en el Archivo de la Fiscalía del Supremo”.
El historiador se explica la negativa de Carrillo a reconocer la verdad porque es “una mente escurridiza desde joven. Es difícil pillarle porque normalmente no asiste a las reuniones (en las que se ordenan las sacas de presos), nombra como representante suyo a Segundo Serrano Poncela, que es el que firma todas las sacas. Carrillo despachaba con él todos los días, y supongo que en vez de hablar de chicas hablarían de eso. Carrillo puede decir que Serrano abusaba de su confianza, pero él es responsable porque es el equivalente al director general de Seguridad en Madrid”.
Rodríguez Labandeira no duda en calificar de crímenes de guerra estos fusilamientos: “No se puede disparar a una persona con las manos atadas. Además, lo camuflan como un traslado, cuando los llevaban al matadero”. Y no vale argumentar que muchos fueran militares, pues tenían derecho a un consejo de guerra. En estas matanzas, el profesor ve “un maquiavelismo tremendo”, pues si se temía la inminente ocupación de Madrid, “lo normal es huir, no eliminar a los prisioneros”.
Fuente: La Gaceta (www.intereconomia.com)
miércoles, 19 de enero de 2011
Carrillo echa la culpa de Paracuellos a 'milicianos desobedientes'.
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