Ciclo "Genealogía de la moral": "Culpa", "mala conciencia" y similares (I). - La Nación Digital

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miércoles, 31 de agosto de 2011

Ciclo "Genealogía de la moral": "Culpa", "mala conciencia" y similares (I).



El segundo tratado de Genealogía de la Moral, «Culpa», «mala conciencia» y similares, es en mi opinión el más rico en conceptos e ideas. Literariamente es sobresaliente y filosóficamente es denso y brillante. Aquí solamente abordaré conceptos e ideas que me han parecido las más destacables.

Por parecerme un tanto extenso, he dividido en dos partes la que iba a ser solamente una la dedicada al segundo tratado de Genealogía de la Moral.■


I
Nietzsche nos habla de una característica del ser noble o, más bien, del animal-hombre, pues el alemán nos acerca en cierta medida a cómo el animal-hombre se convierte en soberano; hablamos de la «capacidad de olvido». Para Nietzsche, esta capacidad es premisa de toda felicidad, una forma de guardarse nada, de permanecer alejado del resentimiento y de otros venenos laureados por los esclavos: base para una buena conciencia. Pero he ahí que el hombre-animal hubo de poner en suspenso, en algunos casos, esa capacidad de olvido y fomentar «el hacer promesas», pero no como una mirada hacia atrás, sino como un salto al futuro, un adelantarse al futuro. Nietzsche la representa como una fuerza opuesta a la «capacidad de olvido» con la que el ser noble se forja una memoria y se hace “calculable” y “causal”: este tipo de hombre deviene. Así nace un hombre libre, un hombre soberano y activo, el único a quien le será lícito hacer promesas, pues tendrá la fortaleza suficiente para llegar siempre hasta el final y mantener su palabra. Sea este tipo de hombre el veraz por excelencia.■


II
(…) Ver-sufrir produce bienestar; hacer-sufrir, más bienestar todavía -ésta es una tesis dura, pero es un axioma antiguo, poderoso, humano-demasiado humano, que, por lo demás, acaso suscribirían ya los monos; pues se cuenta que, en la invención de extrañas crueldades, anuncian ya en gran medida al hombre y, por así decirlo, lo «preludian». Sin crueldad no hay fiesta: así lo enseña la más antigua, la más larga historia del hombre - ¡y también en la pena hay muchos elementos festivos! -■

FRIEDRICH NIETZSCHE, LA GENEALOGÍA DE LA MORAL (Un escrito polémico). Alianza Editorial, año 1998. BA 0610, Pág. 87. Traducción de Andrés Sánchez Pascual.

Tal vez Nietzsche parece cruel en su exposición, pero es algo tan real que no puede decirse de otra forma. Ver-sufrir y hacer-sufrir es gozoso, lo podemos observar cotidianamente cuando vemos a personas reírse cuando salen vídeos donde gente se cae al suelo y cosas por el estilo. Alguien que se haga sufrir y se deje hacer sufrir es un gran humorista; desde luego, con tal aptitud nacen los mayores histriones de la ludopatía torturadora: el judeocristianismo ha sido prolífico en el mundo del humor. Pero la crueldad y el sufrimiento tienen una gran función vital y ordenadora, y es que forjan la memoria; es, como dice Nietzsche, “un axioma antiguo, poderoso, humano-demasiado humano”. Pero claro, el sufrimiento del que Nietzsche habla no es gratuito, es, al contrario, necesario para toda elevación del tipo hombre.

El sufrimiento como algo imprescindible para la vida en lugar de uno de los reparos que ponen algunos en contra de la existencia. El sufrimiento, la sangre… todo ello tiene algo festivo y orgiástico, algo vital y exuberante. La vida es vida en cuanto es sufrimiento, sin sufrimiento no hay vida, no hay lucha, el hombre se queda sin memoria, autista, sumido en el tedio. Esto es patente en nuestra actualidad, en nuestra sociedad de bienestar, donde la juventud vive apática en un mundo donde todo está hecho, donde el sufrimiento queda anulado, donde la vida se transforma en hastío, en camino llano hacia un nihilismo pasivo y destructivo y una vida enclenque e insignificante. Entonces, ¿qué es gozar del sufrimiento? Pues así lo asevero categóricamente: “AFIRMAR LA VIDA”. Podría decirse que toda indignación actual hacia todo sufrimiento viene dada por su absurdo, por su gratuidad. Empero, el sufrimiento del héroe, en cuanto que sufre porque vive y no porque se autotortura, de ese sufrimiento es el del que debemos gozar, pues es un paradigma vital, un aire fresco, una vacuna contra el dichoso hastío. ¡Seamos heroicos!

Quisiera hacer énfasis en el sufrimiento como entrega, como forma activa, propia de hombres nobles y del hombre antiguo (hombre noble por excelencia), a pesar de algún loable aunque mortificador Sócrates (que murió como (semi)héroe, no como mártir –ya analizaremos esta antítesis). Entender que la vida es un sacrifico y entregarse a ella con goce es lo que diferencia a un hombre activo de otro pasivo o de mentalidad esclava. Sin esa actitud sufriente del hombre vigoroso y formidable en entrega no es posible entender al griego o al romano que veía en su sufrimiento una forma de engrandecer a los dioses. Hablamos del ofrecimiento a unos dioses donde los hombres se veían representados y divinizados. Sus dioses eran fuertes, exigían del hombre un sufrimiento-esfuerzo para crecer y les castigaban para ponerles a prueba, para que fueran hercúleos: “que los dioses se lo exigían” significa lo mismo que “ellos mismos se lo exigían”. Sin embargo, el Dios Singular, el Dios único, ha convertido al hombre en un ser mortificado y sobre todo en un pusilánime. Y a pesar de todo el cristianismo necesitó de los fuertes, de los cruzados, de los templarios… -paganos cristianizados-, que lucharon pensando que el Dios Singular era un Dios varonil… Estos guerreros eran activos paradójicamente, iracundos y “afectuosos” (en cuanto pasionales y entregados con temeridad y vitalidad) aunque fuera con una fe de siervos, y sin ellos el cristianismo… ¡Qué paradoja!

(…) ¿Qué sentido último tuvieron, en el fondo, las guerras troyanas y otras atrocidades trágicas semejantes? No se puede abrigar la menor duda sobre esto: estaban concebidas como festivales para los dioses; y en la medida en que el poeta está en esto constituido más «divinamente» que los demás hombres, sin duda también como festivales para los poetas... (…)

FRIEDRICH NIETZSCHE, LA GENEALOGÍA DE LA MORAL (Un escrito polémico). Alianza Editorial, año 1998. BA 0610, Pág. 90. Traducción de Andrés Sánchez Pascual.■


III
ANTÍTESIS HÉROE-MÁRTIR
Y DESMITIFICACIÓN DE SÓCRATES

Para mí la antítesis héroe-mártir es sumamente interesante pues se trata de una contraposición de conceptos radicalmente opuestos a pesar de que en la actualidad puedan observarse como algo semejantes. También son interesantes porque hablan del deber y del sufrimiento y de dos posturas religiosas enfrentadas, las concepciones grecorromana y abrahámica (en ésta incluyo a derivados como el progresismo).

En nuestros días se acuñan los conceptos héroe y mártir de forma demasiado generosa, cuando representan dos tipos de hombres distintos. El héroe es un tipo de hombre presente en las culturas paganas y se asocia a acciones heroicas, a hombres con voluntad propia que han acometido empresas legendarias. Por su parte, el mártir es principalmente un ser arquetípico de las religiones abrahámicas que obedece un mandato en lugar de su voluntad: no se inmolan, mueren o castigan a sí mismos por amor propio, sino por amor a su Dios o en busca del perdón.

El héroe no quiere fallecer, el héroe quiere ser eterno, dice sí a la vida y a todas las vidas, quiere vivir aún estando muerto. Su pulsión es, por lo tanto, activa y fuerte; sus arranques y padecimientos son exuberantes y van encaminados hacia la divinización de su unicidad como hombre. En definitiva, todo lo que concibe es por amor a sí mismo, a los dioses y a sus iguales (su comunidad); no conoce el odio, no es un odiador, aunque sí conoce el desprecio y a lo despreciable, es decir, aquello que no es digno de su amor porque no se lo ha ganado, o no obedece a su ética (costumbre), o no forma parte de su patria...

Sin embargo, el mártir es por necesidad un hombre ciego, un hombre sin voluntad únicamente solvente en la obediencia y en la debilidad. No hace más que someterse a su Dios sin más: ni elige ni decide, simplemente sufre y pide clemencia con las dos rodillas cosidas al suelo. Su destino está precisado, por lo que no es soberano de sus actos, no es la causa de sí mismo ni dueño de sus efectos, es propiedad de Dios y de nadie más. Dicho todo esto no es de extrañar que a este ser le aliente una pulsión de expiración: el ser mártir se relaciona irremediablemente con la muerte, ya que es un negador que no cree en esta vida y si en el más allá, un más allá estático asentado en la contemplación de Dios o en la esperanza de harenes y paraísos improbables. Y el mártir interioriza como una cloaca, se echa la culpa de su condición humana y de sus padecimientos: todo sufrimiento le parece incurable y un castigo; no goza de la vida en absoluto, pero se vanagloria de su propia humillación ante la idea de Dios. ¡Qué diferente al hombre pagano entonces!, que si bien obedecía a los dioses era porque mediante ellos la civilización se forjó un orden, una lógica y un sentido natural de las cosas; y el hombre antiguo se entregaba a sus dioses (a la naturaleza), tal como suena, por lo que no necesitaba interiorizar demasiado ni permitir a los gusanos de la mala conciencia que lo devorase: lo sagrado era el mundo, lo espiritual era el propio mundo y los dioses vivían entre los hombres, manifestándose mediante todas las formas posibles: el amor, el fuego, la lluvia... Así que el mundo entero era sagrado y de la misma forma el hombre era sagrado también. El abrahamismo desacralizó el mundo y obligó a los hombres a entregarse a una vida idílica. El hombre, en un mundo que ya no era sagrado, perdió toda su belleza.

Con esto queda claro que no solamente es héroe o mártir aquel que en los momentos que propician su muerte se comporta de tal o cual forma, sino que detrás de tales condiciones de ser podemos hablar de diferentes formas de enfrentarse a la existencia y de entender el orden de la vida. Y tal dicotomía vino a mis pensamientos debido a la inquietud que me provocaba la forma en que afrontó Sócrates su muerte. Con lo que sigue resolví tal inquietud.

Al griego, no sé cómo ni por qué, se le ha pretendido cristianizar (¡se le ha equiparado al propio Jesús de Nazaret!), además de convertirlo en un abanderado del progresismo, del feminismo y de otras tendencias modernas. Se le quiere apodar con conceptos no aptos para su tiempo y con tal afán llamarle equivocadamente mártir de muchas causas. Es cierto que Sócrates fue en cierto modo un advenedizo del cristianismo por la razón de haber dotado al hombre de alma, de haber abierto los caminos hacia la espiritualidad (arrancarle al hombre los pies del suelo), de haber sido creador de la moral y tutor de uno de los ideólogos involuntarios del cristianismo: Platón. Pero aún así yo veo en Sócrates a un griego y como a tal habrá que hacerle verdadera justicia, pues ni de lejos le imagino como quieren definirlo ciertos movimientos actuales utilizando la técnica del anacronismo.

Muchos piensan que Sócrates murió por sus ideas y que como tal fue un mártir. Yo digo que no fue así, que si bien es posible que muriera por sus ideas su muerte no estuvo bajo el régimen del martirio; ni siquiera pienso que se tomara la cicuta de forma voluntaria: lo hizo porque no tenía más remedio, la huída habría significado vivir con vergüenza eternamente. No obstante, un mártir no muere por sus ideas, alguien que muere por sus ideas es alguien que cree en sí mismo y en sus razonamientos, alguien que hace uso de su soberanía como ser en el mundo con voluntad propia, caso de Sócrates; porque un mártir obedece sin más un dictamen y lo cumple sin plantearse nada, carece de un pensamiento propio. Sócrates murió, en definitiva, con buena conciencia. Aunque es cierto que en cuanto a mala conciencia quizá Sócrates sufriera aquella que le produjera su mujer, Jantipa. ¡Qué diferente habría sido Sócrates y la historia de la filosofía con otra ama! De Jantipa dicen las crónicas que era una mujer horrenda, insolente, iracunda y atroz. Así es de entender cómo Sócrates se lanzara a la plaza pública a dar a conocer su sabiduría y resolver sus propias dudas, puesto que era mejor que estar en casa.

Así que Sócrates fue juzgado y castigado por diversos motivos: políticos, sociales, etc. ¿Todo el que es juzgado y castigado es un mártir o un héroe? Creo que no y el afirmarlo sería grotesco: dar por supuesta tal afirmación convertiría de repente en héroes o mártires a todos aquellos que reposan en las cárceles. Tampoco está claro por qué fue condenado el griego, se habla de que introdujo dioses extraños (cierta deidad como el daimon o voz interior mística) o de que negaba a los dioses establecidos (según qué fuentes cambia la versión), que corrompía la moral de la juventud (alejándolos de los ideales democráticos precisamente), de que introdujo un mundo etéreo sin que en ello mediara ningún Dios, etc. Aunque también se habla de que fue inculpado porque dos de sus discípulos fueron tiranos.

Así que cómo conclusión:

Que Sócrates fue condenado por sus ideas -consideradas éstas subversivas por la tan aclamada democracia ateniense en la actualidad- y que posteriormente prefiriese morir respetando la Ley de su polis, negándose a huir por vergüenza y honor -puesto que es sabido, según las fuentes, que sus amigos le podrían haber ayudado a sobrevivir-, demuestra que el filósofo griego fue un héroe porque su voluntad manifestó ante todo valentía y coraje, pero sobre todo porque decidió su sino y porque en decisión tan noble no intervino sobre su voluntad ningún designio divino ni ninguna revelación, ni siquiera se tiene constancia de que su polémico daimon influyera sobre él.

En definitiva, Sócrates siempre fue demasiado griego como para que se lo apoderen ahora tanto la cristiandad como el progresismo y le consideren aliado de sus causas modernas. Resulta irónico igualmente que defiendan a Sócrates como un abanderado de la libertad de expresión y que por lo mismo veneren la democracia ateniense.■

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