El príncipe Ashitaka lucha contra Nago, un jabalí endemoniado que se dirige hacia su aldea para destruirla. Herido durante la disputa, el jabalí (un semidios) le dice antes de morir que maldice a todos los seres humanos y Ashitaka queda marcado en la parte de su cuerpo donde había sido herido por la bestia. Siguiendo la recomendación de los líderes de su aldea, Ashitaka viaja, con la única compañía de su ciervo Yakul, hacia las tierras del oeste para buscar el origen de la maldición que el jabalí Nago le ha transmitido y tratar de encontrar una cura. La única pista que tiene es la de un trozo de hierro encontrado entre los huesos de Nago tras su muerte. Antes de partir, es advertido de que debe observar el mundo que se encuentre sin odio alguno.
Durante su viaje, Ashitaka llega a un poblado mientras es saqueado por un grupo de samuráis. Para ahuyentarlos, toma su arco y dispara a dos, arrancándole la cabeza a uno y el brazo a otro (consecuencia de la maldición que, a la vez que aumenta su fuerza, se extiende más rápido). En la siguiente aldea, le seguirá un monje llamado Jigo (quien se fija en Ashitaka tras un incidente que éste tuvo con una vendedora de arroz que no le aceptaba, en un principio, piezas de oro) y será él quien le indique, tras ver el objeto extraído a Nago, que vaya a la “Ciudad del Hierro”.
De camino a la ciudad que le han indicado, Ashitaka se topa con una loba y sus hijos, quienes han atacado previamente a un grupo de hombres que se dirigían con provisiones a la “Ciudad del Hierro”. Entre los hijos de la loba se haya una chica joven, algo que sorprende al muchacho. Los lobos se muestran indiferentes y le dejan allí, en la ribera de un río, junto a un par de hombres de la comitiva de la “Ciudad del Hierro” que se despeñaron con la loba y se encuentran heridos de gravedad.
Ashitaka y los hombres de la “Ciudad del Hierro” cruzan el bosque, acompañados por varios y pequeños espíritus inofensivos, hasta llegar a un gran lago. Allí se recuperan y continúan su viaje, a la vez que Ashitaka cree haber visto a un ser especial entre los árboles.
Una vez llegan a la “Ciudad del Hierro”, Ashitaka es acogido por su gente y observa cómo se desarrolla allí la rutina habitual. La líder de la ciudad es una mujer llamada Lady Eboshi, quien tiene trabajando para ella a personas provenientes de colectivos marginados como prostitutas y leprosos. Lady Eboshi le enseña a Ashitaka el modelo de rifle que están diseñando los leprosos bajo sus ordenes y le dice que ella fue quien disparó al jabalí Nago cuando éste se enfrentó a los humanos por la explotación de hierro que hacían los hombres en el bosque. Ashitaka comprende que la mujer es la responsable de su mal y de que el jabalí Nago enloqueciera hasta quedar maldito y convertirse en un demonio. Lady Eboshi también le habla de San, la chica lobo, y de la guerra que se encuentran librando los habitantes de la “Ciudad del Hierro” con los animales del bosque.
La misma noche en que Ashitaka está en la ciudad, San acude allí con la intención de acabar con Lady Eboshi (tras varios intentos frustrados) y cae en una emboscada. Ashitaka trata de mediar y recibe un disparo. Ante la sorpresa de todos, sale de allí con la chica inconsciente a cuestas y abriendo la puerta con sus manos gracias al poder de la maldición). Ashitaka trata de llevarla de vuelta al bosque pero, de camino, cae de su ciervo inconsciente por el disparo. San recupera el sentido e impide que sus hermanos lobos devoren a Ashitaka y Yakul. Confusa por las emociones que él despierta en ella, decide no matarlo (impidiendo además que unos simios lo devoren porque creen que obtendrán la fuerza del humano) y le lleva al lago del bosque para que el espíritu que lo protege le cure. Ashitaka termina recuperándose del balazo, pero no de su maldición.
Mientras el muchacho está recuperándose en el bosque conoce a Moro, la loba madre de San (quien también acabará sucumbiendo a la maldición a causa de un disparo recibido de Lady Eboshi en la emboscada que realizaron días antes), que le cuenta que la adoptó cuando los padres de la chica la abandonaron allí cuando la loba los encontró destruyendo el bosque. Moro se apiadó de la joven y decidió adoptarla como hija. Ante la amenaza de muerte de Moro de no abandonar el bosque, Ashitaka se marchará; no sin antes haber conocido al jabalí Okkoto, líder del clan de Nago, que ha declarado la guerra a los humanos y que dirige a su ejército a la lucha.
Mientras los animales se preparan para atacar a los humanos, el monje Jigo visita a Lady Eboshi con el objetivo de que le ayude a matar al espíritu del bosque. El emperador está dispuesto a ofrecer mucho oro por la cabeza del espíritu porque piensa que le concederá la inmortalidad. La líder se marcha de la ciudad en dirección hacia el bosque, dejando en la defensa a las mujeres entrenadas por ella para combatir a los samuráis que pretenden apoderarse del metal producido allí.
La batalla entre los animales y los humanos resulta ser una carnicería y tan solo sobreviven los lobos, Okkoto y San (que ha actuado como guía para el jabalí a causa de su ceguera). Okkoto se dirige hacia el lago para pedir al espíritu del bosque que resucite a sus guerreros cuando los hombres le engañan al ir cubiertos con las pieles de los jabalíes muertos en la lucha. A pesar de las palabras de San para hacerle ver que los humanos le están engañando, Okkoto termina siendo objeto de la maldición y atrapa a la chica junto a su cuerpo.
Con la ayuda de uno de los lobos, Ashitaka llega hasta Okkoto y trata de sacar a San de entre los efectos de la maldición del jabalí, pero termina cayendo al agua del lago. Cerca de ellos se encuentra Moro, quien saca a San de la maldición de Okkoto lamentando que sus últimas fuerzas no sean para acabar con Lady Eboshi.
El espíritu del bosque aparece y quita la vida a Okkoto y a Moro. Aprovechando el momento, Lady Eboshi dispara al espíritu y le arranca la cabeza. Tras perderla, el cuerpo del espíritu se transforma en un lodo que destruye todo lo que encuentra a su paso.
La cabeza de Moro arranca un brazo a Lady Eboshi antes de que todos los hombres salgan corriendo de allí. La gente de la ciudad se refugia en el lago que rodea la fortaleza mientras Jigo y sus hombres tratan de huir con la cabeza del espíritu. Acorralados por Ashitaka y San, terminan dejando que estos entreguen la cabeza al espíritu. Por desgracia para ellos, el Sol termina de salir y la entrega no puede realizarse, por lo que el espíritu muere.
Sorprendido por ver que su maldición ha desaparecido, Ashitaka decide quedarse con la gente de la “Ciudad del Hierro” para reconstruir la aldea. Por su parte, San regresa al bosque con sus hermanos lobos.
El manga japonés no es una de mis aficiones, pero esta película tiene un par de temas interesantes que invitan a la reflexión: uno, más simple y sobre el que poco se puede decir, es el del enfrentamiento entre la naturaleza y el ser humano; y el otro, algo más complejo y que podría relacionarse con varios acontecimientos históricos, es el del conflicto entre la tradición y la modernidad.
Como se puede ver a lo largo de la película, los animales del bosque y los seres humanos de la “Ciudad del Hierro” libran una guerra cuyo objetivo es la aniquilación total del adversario: los animales, defensores de la naturaleza, ansían acabar con los humanos para evitar que éstos destruyan el bosque en su continua extracción de metales; por su parte, los humanos tienen el objetivo de acabar con los animales del bosque para así no tener peligro alguno a la hora de llevar a cabo sus labores cotidianas.
Entre medias de ambos bandos, el joven Ashitaka tratará de mediar y de evitar que el enfrentamiento llegue a mayores pero resulta inútil. Su mentalidad pacifista no puede comprender que tanto un bando como el otro lucha porque sus intereses y objetivos son totalmente opuestos y ninguno puede salir airoso sin la desaparición del enemigo.
Dejando al margen lo visto en la película, cierto es que el ser humano está acelerando la destrucción de la naturaleza. Y el origen de todo se encuentra en la Revolución Industrial y el afianzamiento del sistema capitalista. Ahora bien… ¿Estaríamos dispuestos los seres humanos a renunciar a las comodidades a las que hemos llegado tras tantos siglos sólo por detener la destrucción de nuestro ambiente? Está claro que muchos dirían que no, pero esa respuesta no es la adecuada. Si se destruye la naturaleza, los hombres estamos condenados a muerte.
Por lo tanto, la única opción que nos queda es la de buscar unas fuentes tecnológicas y de energía que contaminen lo menos posible y contribuir todo lo que podamos a la preservación de nuestro mundo. De la misma manera que no podemos renunciar a determinados avances tecnológicos, tampoco podemos rechazar a la naturaleza que nos rodea y apartarla de nosotros.
Mucho más profundo resulta el conflicto entre tradición y modernidad.
La defensa de la tradición aparecería encarnada en el espíritu del bosque y los animales. El espíritu del bosque sería la divinidad suprema que decide sobre el destino de todos aquellos seres que están bajo su control (como así sucede cuando decide acabar con el sufrimiento que la maldición provoca a Okkoto). Por su parte, los animales serían los guerreros encargados de defender a ese mundo tradicional (lo que explica los ataques del clan de los lobos a las comitivas de la “Ciudad del Hierro”).
En cambio, la modernidad sería, sobre todo, la persona de Lady Eboshi, una mujer gobernante de una ciudad que ha creado a partir de su apoyo a colectivos marginales y que, para conseguir sus objetivos, está dispuesta a terminar con todo aquello que se interponga en su camino por muy ancestral que sea.
El conflicto entre la modernidad y la tradición surge cuando los animales ven invadido y destruido su entorno para que el progreso modernista cumpla sus objetivos. Pero el punto culminante sería el momento en que Lady Eboshi, sedienta de poder y avaricia (recordemos que el emperador ofrece una gran recompensa), cumpla su objetivo de acabar con el espíritu del bosque en lo que podría ser una similitud a la actitud de “matar a Dios” que, de una forma altiva y desagradable, ha llevado a cabo el ser humano de nuestro tiempo. Y esto es algo que se puede ver en la misma película, cuando ella misma, antes de disparar al espíritu del bosque, dice: “Voy a enseñaros cómo se mata a un dios. Un dios de la vida y la muerte. El secreto está en no temerle”.
Por lo tanto, Lady Eboshi es el prototipo perfecto de líder feminista y ambiciosa inculcado en nuestra sociedad desde hace décadas (defensora de colectivos marginales, con carácter arrogante y enemiga de una divinidad a la que considera enemiga de sus intereses personales).
Todo lo contrario a Lady Eboshi sería San, la chica lobo. Abandonada por sus padres en el bosque, el clan de los lobos es la única familia que ha tenido y, por ello, su identidad como animales es la suya propia. San es una guerrera identitaria que lucha por su tierra y el modo de vida que le han inculcado, una causa noble por la que está dispuesta a entregar su vida y a matar, sin piedad alguna, a todos aquellos que sean sus enemigos. En resumen, la chica resulta ser un alma valiente y decidida que contrasta radicalmente con la mentalidad pacifista y mediadora de Ashitaka, quien no consigue ninguno de los objetivos que se marca (tan sólo librarse de la maldición, pero a costa de la muerte del espíritu del bosque).
La similitud histórica que se puede encontrar con esta película es el Japón del siglo XIX. El sistema feudal se halla en decadencia y la fabricación de las armas de fuego hace que los samuráis, guerreros respetados por sus gestas históricas, se encuentren ante un mundo que pronto dejará de ser el suyo (la visión que tuvieron los samuráis japoneses de aquel entonces recuerda mucho a la de los carlistas en España en el mismo siglo) al tener que convertirse en meros soldados armados con un fusil y no con una katana, lo que hace que dejen de ser la élite guerrera que habían sido durante siglos.
De la misma manera, podemos ver en la película como los animales luchan contra “La Ciudad del Hierro” porque, una vez los humanos hayan destruido al bosque y a su espíritu protector, dejarán de ser semidioses para convertirse en vulgares alimañas.
Otra similitud podemos observarla en la industrialización que se llevó a cabo en Japón durante el XIX (que terminaría, por otra parte, con la adquisición de la condición de potencia mundial) y la actividad de “La Ciudad del Hierro”. En ambos casos y bajo el nombre del progreso, se llevan a cabo acciones contra la naturaleza y los modos de vida tradicionales inculcados desde varias generaciones atrás.
Como reflexión final de todo lo visto, podría decir que el objetivo del hombre en el futuro debe ser el de buscar los medios más adecuados, para consigo mismo y la naturaleza, si desea lograr la mayor calidad posible de vida a la vez que respeta y defiende la identidad de la comunidad humana a la que pertenece porque forma parte de sí mismo y es el legado de sus antepasados y la herencia de su estirpe. Todo eso sin olvidar que, si verdaderamente queremos conseguir nuestros objetivos personales y los de nuestra comunidad, tenemos que estar dispuestos a hacer frente a nuestros enemigos y a no agachar la cabeza ni en los peores momentos.
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