El pacifismo y los sueños rotos. - La Nación Digital

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martes, 9 de agosto de 2011

El pacifismo y los sueños rotos.

No me ha resultado sorprendente leer la noticia de que el catorce por ciento de los niños madrileños encuestados sobre su futuro manifieste querer ser futbolista. En una región con cuatro equipos en la máxima categoría el año que viene (Real Madrid, Atlético de Madrid, Rayo Vallecano y Getafe) y en una sociedad donde los futbolistas llegan a ser casi semidioses se puede considerar algo muy habitual que los más jóvenes quieran emular a sus ídolos… eso por no hablar de la buena vida de la que disfrutan esos señores y que, constantemente, nos restriega la televisión a todas horas. Por este tipo de cosas, siempre digo que los futbolistas deben de tener cuidado con lo que hacen en su vida privada porque eso puede influir en la conducta de sus admiradores (y actitudes como las de José María Gutiérrez, “Guti”, diciendo que “puede estar hasta las seis de la mañana en una discoteca porque se encuentra en la edad para ello” no me parecen lo más oportunas).
Pero no solo quieren ser futbolistas. También hay muchos que quieren ser bomberos, informáticos o empresarios. Y la mitad de ellos sueña con ser el jefe algún día. ¡Está claro que tontos no son!...
Sin embargo, me ha parecido bastante preocupante encontrarme esto: “Los conflictos bélicos siguen siendo, un año más, la mayor preocupación de los niños. El 17,5 por ciento de los encuestados afirma que lo primero que harían si fuesen dirigentes mundiales sería acabar con las guerras y con las armas (muy por debajo de la media nacional, que se sitúa en el 28,4 por ciento)”. Nuestro sistema educativo está formando a futuros "progres" y pacifistas que serán incapaces de hacer frente a los más graves problemas de la vida cuando lleguen a la edad adulta..

Reconozco que no he podido evitar que se me dibujara una sonrisa al leer lo que esperan del futuro los niños madrileños. ¿Quién no ha sido un niño inocente alguna vez? ¡Nadie!
A esas edades somos incapaces de comprender cuáles son los problemas del mundo y nos creemos que todo lo que nos rodea estará ahí para siempre. Pero, es inevitable, crecemos… cada vez más y más. Llega un día en que, para comenzar unos nuevos estudios, te mandan a otro centro “educativo” (aunque necesitarás varios años para colocar unas amargas comillas irónicas a la palabreja) y te toca comenzar de nuevo socialmente hablando. Cuándo nos queremos dar cuenta, los que creíamos que eran nuestros amigos ya no están. Llegados a este punto, se te presentan dos posibilidades: puedes asumir que la vida no es tan bella cómo te hicieron creer y tratar de salir adelante lo mejor posible (misión cuyo éxito no está garantizado); o, en caso de que decidas rendirte antes de tiempo, tienes la posibilidad de aislarte del resto del mundo y dejar que éste te ataque aprovechando tu debilidad (aquí se abrirán otras tres subposibilidades: aguantar los ataques y tratar de devolverlos en el futuro, con la esperanza de que algún día tengas el poder suficiente para vengarte; acabar tú mismo con tu sufrimiento; o protagonizar la masacre más horrible jamás recordada en tu localidad al disparar sin piedad alguna a todos aquellos que te hayan hecho sufrir alguna vez).

Hace ya muchos años (tantos que ya apenas tengo recuerdos de aquella etapa) yo soñaba con ser veterinario. Me veía con una bata blanca, vacunando perros los días de diario y estudiando a la fauna salvaje durante algunos periodos del año. La idea permaneció en mi cabeza hasta que la vida me pegó unos cuantos golpes seguidos: alergia al pelo de los animales, aprensión a la posibilidad de abrir un cuerpo para hurgar en el interior, carácter cobarde, falta de amistades y entorno familiar acomplejado y pacifista.
Sin saber por qué, ya que nunca le había hecho ni deseado ningún mal a nadie (y quizá ahí esté el origen de mis males) me vi metido en una vida sin sentido y probé las dos posibilidades que he mencionado antes. Fue en aquellos años, en los primeros del instituto, cuando comprendí que la vida no era tan maravillosa como el Sistema nos la vendía y que todo se guiaba por la mentira, la apariencia y la hipocresía.
¿Qué es lo que te ocurre si decides aislarte de los demás? Normalmente, algún idiota acomplejado por sus problemas tratará de hundirte más en tu miseria para disfrutar de ello y olvidar los males que le aquejan a él. Da igual que no comprendas su actitud porque eres alguien muy pacífico y que no se mete con nadie… el otro no descansará hasta verte moralmente destrozado. Si a esto le añadimos que, de forma machacona y constante, te han convertido en un blandengue desde tu infancia, estás perdido. Nunca serás nada y todos se aprovecharán de ti. Tendrás únicamente la posibilidad de aguantar la situación, suicidarte o provocar una carnicería (a los que tomen este camino, recuerdo que sólo tienen que disparar o acuchillar a quienes les hayan hecho la vida imposible y no a individuos inocentes).
Sé que todas estas palabras escandalizarán a muchos, pero les recuerdo que existe un concepto llamado "empatía". ¿Por qué no utilizan la empatía para ponerse en lugar de los marginados sociales en lugar de utilizarla para apoyar a colectivos como los inmigrantes y los homosexuales? ¿Cuántos "individuos modernos, tolerantes y respetables" no desearían abrir fuego contra quién les humillara diariamente? Que nadie me acuse de justificar los sucesos horribles que nos llegan, ocasionalmente, de Estados Unidos. Tan sólo me limito a decir que esas desgracias tienen su origen: la hipocresía del Sistema, que vende respeto y pacifismo que adormecerá a la sociedad a costa de arruinar la vida de unos pocos.
Si sigues aguantando la situación, tienes la posibilidad de lograr tener una nueva vida… pero, por muchos amigos que encuentres, siempre seguirá habiendo personas que te recuerden lo inferior que te han hecho sentir respecto a ellas. Ahí es cuando lamentas no haber roto un par de muelas o un brazo al primer zángano que se creyó superior a ti porque le dio la gana.
Tras haber vivido todas estas situaciones, dejé de verle un sentido a la vida y no supe qué rumbo darle. ¿Veterinario? ¡No, aquella aspiración pasada había muerto! ¡Y bien muerta se encontraba, con unas buenas capas de tierra por encima! ¡Los fenecidos sueños de la infancia; cuánto más lejos, mejor!
Por fortuna para un servidor, se cruzó en su camino la doctrina del nacionalsindicalismo y su conciencia providencialista para devolverle un sentido a la existencia. Lo vi muy claro: el destino me había puesto en las manos la posibilidad de encontrarle un rumbo a mi vida y todo lo demás era secundario. Y ahí fue cuando decidí que mi futura profesión tenía que ser la de abogado, igual que mi admirado José Antonio, y que tenía que devolver al Sistema todo el dolor que me había causado buscando su destrucción total y sin piedad alguna.

A día de hoy, he comprendido y vivido muchas cosas. Y me he dado cuenta de que no podemos depositar nuestra forma de ser y nuestras decisiones en los demás. La familia, los amigos, los vecinos, los compañeros de clase o trabajo… ¡incluso las mujeres, si uno se descuida!... nunca tienen que guiar nuestras decisiones. Si yo soy yo y mis circunstancias, yo decido como pienso; yo decido como actúo; yo decido quien soy; y yo decido lo que me parece bien y lo que no. ¡Y nadie más! Otros podrán aconsejarme o tratar de convencerme de sus planteamientos, pero la decisión definitiva es la mía.
Los años pasan y se comienza a comprender que la única compañía que no nos abandonará nunca… o, al menos, hasta la vejez, somos nosotros mismos. Nuestro “yo interior”, esa sensación que únicamente estorba en algunos momentos y no ayuda cuando se le necesita urgentemente, es lo único que nos quedará al final de nuestra existencia, cuando estemos envejecidos y solos.
Sin embargo, tan importante cómo estar tranquilos con nuestra conciencia y ser nosotros mismos es eliminar de nuestra mente el pacifismo inculcado desde nuestra infancia. Ese pacifismo tan sólo lleva a la miseria personal de quien lo practica. Ya va siendo hora de que los jóvenes españoles aprendan que su fuerza física está para defenderse o reclamar lo que es justo para ellos y que su uso no tiene nada de malo (excepto cuando se utilice para fines egoístas y materiales). ¡Hay que luchar para ganarse el respeto de los demás! ¡Ningún joven debe permitir que maten a una parte de su naturaleza con pócimas dañinas cuyo único resultado es el de una generación de cobardes y acomplejados! ¡Impongamos la consigna de la lucha como elemento de socialización!

¿Y por qué pienso así? Estoy harto del Sistema. Lo desprecio desde lo más profundo de mi alma. Y quien lea esto y no piense igual, debería hacer lo mismo. ¿Piensas seguir defendiendo una sociedad que habla de “mirar en el interior de las personas”, pero cuya publicidad incita a los jóvenes descontentos con su físico a operarse? ¿Es justificable que se imponga a nuestros jóvenes el pacifismo y luego se deje a esos pobres chicos vendidos ante compañeros prepotentes que, en el futuro, no aportarán nada a su comunidad?
Por todas las razones expuestas, me ha resultado interesante pensar que será de los niños madrileños de la encuesta dentro de diez años. ¿Alguno conseguirá ser futbolista? ¿Dónde acabará trabajando el que sueña con ser empresario? Y, lo más importante, ¿habrá alguno que aspire a defender nuestra visión de la vida? Pero, lógicamente y antes de defender nuestros postulados, esos niños habrán tenido que pasar por una etapa vital que les marcará para el resto de sus vidas y donde se decidirá qué tipo de individuos serán en el futuro y lo que podremos esperar de ellos.

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