Escorias y cenizas. - La Nación Digital

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martes, 2 de agosto de 2011

Escorias y cenizas.

Esta entrada va dedicada a mi camarada Daniel Aragón por dos motivos.
Primero, por la ayuda que me ha proporcionado corrigiendo mis faltas de ortografía (muchas gracias, LOGSE) y dando sugerencias para mis relatos en los primeros pasos serios en el mundo de la narrativa que he dado. Sin su ayuda, jamás podría haber obtenido un resultado tan satisfactorio.
Segundo, porque demuestra continuamente en su bitácora “El mundo de Daorino” que es una mente muy valiosa dentro del área identitaria y ya va siendo hora de que se le reconozcan sus logros en cuanto a proyectos personales se refiere. Y pese a que tengamos nuestras diferencias ideológicas, siempre nos hemos tratado cordialmente como caballeros que somos y algunos de mis artículos incluso han formado parte de las publicaciones de su página.
Por los motivos expuestos decidí que lo mejor era leer su novela “Escorias y cenizas”; la que, en palabras del autor, es la mejor de las tres que ha escrito por estar más alejada de sus originales influencias marxistas.
“Escorias y cenizas” consta de diez relatos, que voy a resumir y a intentar explicar (y digo intentar porque a lo mejor puedo entender un significado diferente al que quería expresar el autor de la obra). Cómo una sola entrada hubiera sido demasiado larga, he decidido separar en dos partes esta crítica que espero que sea del agrado del autor.


La cestita de las voluntades”.
Su protagonista es Nicolás, un mendigo que vive en Barcelona y es emigrante de un país del Este de Europa. Es hijo de una prostituta y conoce perfectamente lo que es el comunismo por haberlo sufrido en su tierra natal. Tras la caída del Telón de Acero; Nicolás había viajado por el mundo capitalista, hasta acabar llegando a España. Pese a que algunos de sus compatriotas habían logrado una nueva vida en los lugares a donde habían emigrado, Nicolás carecía de papeles, por lo que no podía optar a nada. Trabajando en oficios mal remunerados y de mala muerte, Nicolás había acabado comprendiendo que el mundo capitalista no era tan maravilloso como él se lo había imaginado.
Al llegar a Barcelona, Nicolás vivió de la mendicidad pensando que así le hacía un bien social a los adinerados al hacerles sentir menos culpables de su egoísmo cuando le daban limosnas. El poco dinero que ganaba lo gastaba en vino para poder seguir afrontando la vida. Pese a que había pensado en suicidarse, nunca lo había hecho porque tenía esperanza en que le cambiara la suerte. Además; se consideraba un auténtico ciudadano del mundo, libre y sin papeles.
En una ocasión; Nicolás había sido víctima de una broma de un niño, que le había hecho creer que le iba a dar una moneda. El mendigo fue detenido y llevado a comisaría. Sin embargo; eso fue lo mejor para él, ya que pudo ducharse y le dieron ropa limpia.
Pese a vivir en la más absoluta miseria, Nicolás seguía soñando con la posibilidad de ascender socialmente aunque ello le costara renunciar a la libertad que tenía.
Una noche de Navidad Nicolás recibió una cesta de comida de un desconocido. Se la comió, mientras recordaba con añoranza a su madre, y se durmió. No despertó. Un grupo de hombres, entre los que estaba el que le había dado la cesta, se lo llevaron a un furgón y le extrajeron todos los órganos. Después de que eso pasara, un grupo de jóvenes que pasaba por la calle donde había estado Nicolás se fijó en su cesta y, seguramente tocados por la fibra sensible que la Navidad despierta en la gente, a la mañana siguiente amaneció la cesta con una cantidad de treinta euros.

El relato supone una crítica al capitalismo. El protagonista es un hombre que huye de un sistema tiránico buscando la libertad y el bienestar, pero tan solo encuentra la otra cara de la moneda. Con el paso del tiempo, descubre que debe elegir entre su libertad o vivir aceptando las normas impuestas por el sistema capitalista.
Un reproche que se le puede hacer a Nicolás es el hecho de que viva esperando que las cosas le cambien por sí solas. Como dijo Ortega y Gasset, “yo soy yo y mis circunstancias”; y las circunstancias personales de cada uno no las hacemos nosotros, sino que nos vienen dadas, por lo que nos vemos obligados a acatar lo que nos viene y a hacerle frente de la mejor manera posible.
Pero no solo se puede reprochar la conducta de Nicolás. Los jóvenes que le dan limosna, cuando ya ha sido raptado por una mafia para coger sus órganos, demuestran ser los típicos chicos de ciudad materialistas que únicamente se preocupan de ser caritativos con un pobre para aliviar su conciencia en una etapa del año en la que se insiste en ser bueno con todo el mundo. Como hubiera dicho el propio autor (palabras que no comparto, todo hay que decirlo), “los cristianos y los “progres” son iguales en el hecho de que no quieren sentirse culpables por sus acciones”. Repito, no lo digo porque lo comparta, sino porque la escena se desarrolla en Nochebuena y estoy convencido de que el autor lo hubiera dicho.


Don Juan”.
El protagonista es un cuarentón adinerado y mujeriego adicto al sexo. Cuando no seduce a ninguna chica joven, busca mujeres de alquiler por la sección de contactos o por las líneas eróticas de las guías de teléfono. Alguna vez había intentado llevar una relación seria con una mujer, pero nunca había podido.
Sus amigos, con cierta envidia, se divertían escuchando sus anécdotas de cama. Sin embargo, aquellos que no eran sus amigos le consideraban un inmoral.
A don Juan le preocupaba, sobre todo, el efecto del tiempo sobre su cuerpo, por lo que se embadurnaba con fragancias caras y se tintaba el pelo.
Una mañana, tras una reunión con los tipos que llevaban sus inversiones, don Juan paseó con su Porche por un barrio marginal. Entre las malas miradas que le echaron sus habitantes estaban las de una chica gitana que le impresionó. Con la intención de no pensar en ella, aquella noche se acostó con dos universitarias.
Al día siguiente, al salir para ir al casino, don Juan se topó con la chica gitana del día anterior, que estaba vendiendo laurel. Le compró la mitad del ramo y le dejó que le leyera la mano. Una vez salió del casino, volvió a encontrarse con ella y la invitó a almorzar. Mientras comían, la gitana le contó toda su vida. Más tarde; don Juan la invitó a tomar café a su casa, donde la terminó violando. En los siguientes días a su horrible acto recibió amenazas de muerte de los familiares de la chica.
Al final; los gitanos acaban quemando su casa y robándole como venganza por lo que le había hecho a su hermana, recibiendo don Juan el castigo por su lascivia.

Don Juan resulta ser el típico hombre de nuestro tiempo que únicamente considera a las mujeres como objetos sexuales. La diferencia entre don Juan y el resto es que él tiene dinero y multitud de lujos que ofrecer a sus ocasionales citas, por lo que puede llevar al máximo su promiscuidad.
El final hacia el que se ve abocado por no saber controlar sus instintos es el castigo que el protagonista se ha buscado por haber llevado semejante estilo de vida.


El oasis y el desierto de las flores”.
Un narrador en primera persona cuenta como se crió dentro de las normas establecidas por la sociedad dominante de turno. Habla de cómo abandonó la idea de la existencia de Dios y del viaje que emprendió para ser libre. En dicho viaje, el autor cuenta como su cuerpo y su mente se van endureciendo.
Tras atravesar España y Francia, el protagonista se pierde en los Alpes. En medio de las montañas, una tormenta le sorprende, viéndose obligado a huir y dejando atrás la bicicleta en la que iba. Por suerte para él, termina encontrando una cabaña con semillas para plantar y herramientas para trabajar la tierra.
Finalmente el protagonista termina quedándose a vivir allí, sintiéndose libre y echando tan solo de menos aspectos de la vida como las mujeres o la amistad verdadera.

El autor dice al empezar la narración que cada persona tiene su propio camino hacia la libertad. Lo que está claro es que todos necesitamos meditar sobre nosotros mismos o iniciar un viaje espiritual que nos haga ver que rumbo tenemos que darle a nuestra vida y si queremos que tenga o no sentido alguna.


Caricias en la superficie”.
Olguín trabajaba como modelo en una agencia de prestigio y tenía todo aquello que se pudiera desear, como el dinero y el atractivo físico. Sin embargo, despreciaba los valores que ensalzaba aquel mundo para el que trabajaba, por eso sólo le atraían las mujeres rellenas. Ciertamente, era un superficial insensible, como el resto de la sociedad. Si una mujer era delgada, la despreciaba, provocando muchas veces que ésta acabara engordando a propósito para atraerle.
A los catorce años había tenido su primera novia, Glorieta, una chica que sufría sobrepeso y a la que Olguín dejó cuando se puso a dieta. A la segunda novia, cuyo nombre no recordaba, la dejó porque enfermó y eso provocó que adelgazara en exceso (para él).
El interés de Olguín por ese tipo de mujeres venía de cuando, siendo niño, había seguido a su padre al trabajo. Éste trabajaba en un bar donde algunas mujeres con sobrepeso se dedicaban a la prostitución, algo que desde el primer momento impresionó al joven.
Debido a los gustos del muchacho, su familia había tenido que mudarse del anterior barrio porque las hijas de los vecinos engordaban a propósito y se peleaban entre ellas por Olguín. En su nuevo barrio, Olguín entabló amistad con dos prostitutas colombianas y dos transexuales.
Al cumplir veinte años Olguín llevaba dos como modelo y había conseguido ganar una pequeña fortuna. No había terminado sus estudios porque podía vivir de su imagen.
Un día Olguín descubrió a su madre masturbándose con una de sus portadas. Cuando volvió a encontrarse con ella, mantuvieron sexo incestuoso y nunca volvió a mirarla como antes. Debido a eso, Olguín se mudó a otra casa. Tiempo después, tanto su padre como su madre murieron.
Tras la muerte de sus padres, Olguín regresó a su antigua casa pero las colombianas y los transexuales ya se habían ido de allí. En su lugar llegaron unos nuevos vecinos, una familia que tenía a una hija con sobrepeso y con síndrome de Down que obsesionó a Olguín. Sin embargo, Olguín probó su propia medicina cuando Maricia, que es como se llamaba la chica, le dijo que solo le gustaban los chicos gordos. Olguín se vio obligado a renunciar a su carrera con el objetivo de poder gustar a Maricia. Finalmente, consigió su objetivo y la forzó a mantener relaciones con él, para terminar abandonándola. Cuando se arrepiente de su error, ella le pide que le de su corazón.
El relato termina con la policía entrando en la casa de Olguín y encontrándoselo muerto y con el pecho abierto de par en par, con el corazón en una mano.

Olguín es un individuo materialista respecto a las mujeres, únicamente le atrae de ellas su físico. Es igual que el resto de los hombres de la sociedad donde vive, con la diferencia de que a él le atraen las mujeres con sobrepeso en lugar de las modelos de revista. Con el paso del tiempo, termina probando su propia medicina y, con ello, suicidándose al sentirse como él había provocado que se sintieran muchas mujeres antes.


Dementia”.
Su protagonista, Jacinto, es un anciano que vive en un asilo. Nunca ha tenido familia, pero siempre se ha comparado con un pájaro por sentirse libre.
Antes de su muerte, Jacinto pide que sea enterrado sin ataúd en la tierra. Tras cumplirse su voluntad, crece un olivo en el lugar donde reposan sus restos.

Jacinto se considera un ser libre que no está atado a nada ni a nadie. Normalmente eso es considero como malo, pero él lo ve como algo bueno.


Doña Matilda”.
La protagonista es una mujer promiscua que se aprovecha de los hombres para ridiculizarlos, escribe versos infantiles y disfruta bebiendo whisky en los bares.
Una noche, borracha como una cuba, es llevada por cinco hombres a su piso, donde se aprovechan de ella. A la mañana siguiente, Matilda les raja el cuello con un cuchillo y cocina sus miembros viriles en la sartén como venganza.
Como a la noche siguiente es incapaz de atraer a ningún hombre acude al narrador, quien sufre los efectos de las tendencias sadomasoquistas de Matilda. Ésta decide tirar por la azotea al narrador, siendo interrumpidos por la policía.
Finalmente, se descubre que Matilda y el narrador eran la misma persona.

La historia adquiere sentido al final (muy similar al de la película “El Club de la Lucha”). El protagonista resulta ser un transexual con doble personalidad y algunos traumas infantiles sin cura.

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