A lo mejor no era un flemón. A lo mejor era eso que los ingleses llaman tongue in cheek: la lengua que inflama la mejilla para expresar ironía. Messi es refractario a la vanidad, como definió Verón: "Tan callado que dan ganas de ponerlo en la mesita de noche", dijo la Brujita. Y sin embargo, algo de displicencia hubo en su primer gol: un cabezazo sin impulsos ni excesos gestuales, los pies pegados al suelo en medio del área, nada físicamente memorable... salvo la destreza del remate, giro sutil del cuello para castigar el pie de plastilina de Diogo. Un error grosero del uruguayo en la salida permitió a Pedrito la escapada y un centro con el que Messi inició su noche portentosa en La Romareda.
A estas alturas al argentino ya no lo alcanzan los defensas ni desde luego los adjetivos. Su fútbol ha penetrado en una virtualidad irreal con mínimos apegos terrenales, eso que se llama el planeta Maradona. Cada partido supone un acontecimiento; cada balón anticipa un suceso memorable. Si su primer tanto careció de matices ampulosos, subrayado de simplicidad, debió de ser sólo porque Messi iba a contraponerlo al artificio con el que construyó los otros dos, más el penalti. En los tres tuvo el comportamiento de un futbolista de hambre desmedida, animado por las tarascadas, capaz de recuperar balones y transformar tan prosaico ejercicio en una deliberada explosión de maravillas. Si Messi gana carácter, si lo está haciendo, cerrará el círculo de su gloria. Y tal vez convenza a Argentina del error de su desprecio.
Imparable.
En el segundo le arrebató la pelota a Ander, y de esa porfía de piernas cruzadas salió como una centella. Incendiado de cimbreante velocidad, dejó atrás a Jarosik y al entrar al área puso a Contini, tipo que no pierde la compostura defensiva fácilmente, a girar sobre sí mismo. Por último remató cruzado. En el tercero sintetizó la diversidad de su repertorio con un golpeo combado tras descarga de Iniesta. Inapelable.
Hizo falta una actuación maradoniana para rendir al Zaragoza, equipo aguerrido, severo y agresivo atrás, pero blando arriba. La generosidad de Arizmendi y Eliseu no le basta para acercar fútbol a Suazo. Gay lo explicó al quitar en el descanso a Edmílson para meter a Lafita al enlace. La posterior entrada de Colunga afiló una rebelión tardía que precipitó Márquez, fuera de tiempo y espacio en las dos jugadas en las que el asturiano se le escapó para poner el 2-3. Piqué y Milito se habían ido lesionados. El Zaragoza había tensado el hilo cuanto pudo. Sin Messi enfrente, sin Messi redentor de Ibra y otros defectos, el Zaragoza habría obtenido más que la honra del perdedor. Pero lo del sábado no era un flemón: eran tres goles. Y si era flemón, reventó como un hongo atómico.
Fuente: AS (www.as.com)
lunes, 22 de marzo de 2010
El portentoso Messi rinde a un Zaragoza valiente.
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