El Madrid se acuesta líder después de un triunfo grandioso, trabajado río arriba durante un partido intenso, desafortunado, en el que regaló dos goles, estrelló tres palos, se enfrentó a un equipo sólido y a un gran portero, Palop, que cada año parece un poquito mejor. Frente a todo eso se superó, buscó y buscó y desató el delirio en su afición. El "¡Así, así, así gana el Madrid!" atronó al final en el Bernabéu, en el sentido inverso al que se le dio en Gijón, donde alumbró como grito crítico. Coreado en homenaje a un equipo grande, resistente a la derrota, que sabe exprimirse hasta el último gramo.
Hace unos días dijo Pellegrini con audacia que éste es el mejor Madrid en quince años. Ahora lo puede decir más seguro. Es un equipo que juega y es un equipo que lucha hasta el final. Llevamos años viendo las dos cosas por separado: la elegancia indolente de los galácticos o el fuego loco del 'Clavo Ardiendo', esa sucesión de tardes heroicas que nos dejaban aturdidos. Ahora hay un equipo que gana por fútbol y que, cuando eso no le alcanza, saca lo otro: el resto físico, el coraje, la constancia, la raza ganadora. Un Madrid que va cuajando y en el que merece la pena creer. Sólo me queda la duda de Kaká.
Y el Madrid es líder además porque el Barça no ganó. Lillo, inspirador del fútbol de Guardiola, tiene en su cajón también apuntes de Maguregui y tiró de ellos. Le ayudó el nerviosismo del Barça, al que le empiezan a gritar "¡Villarato!" y no le gusta. Ayer una cesión mal pitada desencadenó los demonios, que crecieron cuando la falta del primer gol, para mí falta real, sólo que hace tanto que no se pita una cama en ningún campo que nadie se acuerda. Ibrahimovic fue víctima de sí mismo, de un mal colega y de un mal linier. Guardiola acabó fuera y hablando de villarato. La conclusión del día es que uno crece y el otro mengua.
Cuando el partido se convierte en cuestión de orgullo, gana el Madrid; cuando se involucra el Bernabéu, gana el Madrid; cuando lo merece, cuando el rival se encierra, cuando ya no importa tanto el fútbol, ni la pizarra, cuando se desata la tormenta perfecta, la ciclogénesis explosiva. Entonces, gana el Madrid. Y cuando el Madrid gana de esa manera también suele ganar la Liga. Lo hemos visto antes. Un buen día, una buena noche que puede ser de perros, el equipo adquiere una confianza que es como un manto mágico. Desde ese instante todas las monedas caerán de su lado, todos los tréboles serán de cuatro hojas, cada boleto premiado. No invento nada. Ya lo hemos visto antes.
Quedará entre los pecados del Sevilla el haber despertado a la bestia. No había tenido noches así el Madrid. Sumaba puntos y goles para satisfacción del entrenador, pero le faltaban proezas y las hazañas verdaderas necesitan de un gran enemigo y de una gran adversidad. Hubo de cada cosa, si bien la grandeza del adversario duró poco más de 20 minutos, el tiempo de marcar un gol y disfrutar del desconcierto ajeno. Después el Sevilla se concentró únicamente en defender el resultado y hay que decir que en ese empeño tan poco romántico se conformó con todos los marcadores menos el último. De eso murió. Se puede ganar al Madrid jugando al fútbol, pero es imposible vencerlo en el Bernabéu jugando a que pase el tiempo.
Tras una irrupción deslumbrante, el Sevilla se encogió tanto que se desconectó de sus alas, que son su fuerza. Así nació el primer tanto, de una carrera de Navas y de un último pase de Capel que empujó, sin quererlo, Xabi Alonso.
Lo que siguió fue un boxeador que se pone en pie y escupe el golpe sacudiendo la cabeza. Y que vuelve a empezar de nuevo, uno-dos, uno-dos. Todavía no había ni gloria ni hazaña, pero se iniciaba el camino. Insistiendo, chocando y volviendo a chocar. Contra Palop.
En esos minutos del primer asedio Cristiano se empeñaba en hacerlo todo y no había quien le chistara. Daba la impresión de que no había nadie mejor para sacar los córners y cabecearlos, para empezar y terminar las jugadas, para asistirse y rematarse.
Cuando Dragutinovic consiguió el segundo gol por incomparecencia de Casillas la montaña alcanzó la altura de los milagros. Por allí trepó el Madrid. Con la autoridad moral de quien hizo más, con la compañía del estadio, con Cristiano, Guti e Higuaín. También con Ramos. El club de los corazones desbocados. Los hombres-lobo.
El arreón. Recortó Cristiano y nos invadió el deja-vú: lo habíamos visto antes. Guti disparó al larguero y acto seguido Ramos empató con celebración de dos rombos. Ya soplaba el huracán.
Fue el turno de Higuaín, tiburón de estos mares, olfateador de miedos. Estrelló dos balones en los palos que tuvieron el efecto de acelerar la ventisca. Lo demás fue un drama espléndido, un tiroteo.
El gol del triunfo lo marcó Van der Vaart aunque pudo ser cualquiera. La empujó el viento. Así ocurre: cuando el Madrid inclina el mundo todas las monedas caen de su lado. Suerte, dicen.
Fuente: AS (www.as.com)
domingo, 7 de marzo de 2010
El Real Madrid gana al Sevilla en un emocionante partido.
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