Segundo partido del Mundial: todavía no sabemos si vamos a setas o a Rolex. Y es la indefinición la que nos consume. Pretender que el equipo combine el toque con el juego directo (balones a la olla) es como querer acariciar y golpear en el mismo gesto, como incorporar dos personalidades en la misma cabeza. El resultado es la confusión, la bipolaridad. No somos nosotros, aunque ganemos. No funciona un extremo en un equipo que no está pensado para eso. No mejoró nada la entrada de Navas por Silva. Al contrario. La Selección, que tenía como mejor virtud un ataque imprevisible, ahora se anuncia con megáfono por la banda derecha en busca de un ariete que no tenemos.
No es mi intención cargar las tintas contra Navas. Se trata de un jugador magnífico y España bien pudo golear con él sobre el campo. El problema es la traición a una filosofía, el gesto forzado en una gestualidad que hasta ahora surgía de forma natural. El problema, el principal, es que hemos dejado a los bajitos en minoría y lo que antes era un enjambre de genios ahora son soldados con uniforme. Y no éramos eso cuando nos proclamamos campeones de Europa.
E insisto en que no pretendo explicar el resultado, sino el desencanto. Más allá de no haber conseguido los muchos goles a los que invitaba Honduras, España se dejó un jirón de credibilidad. Porque si el partido contra Suiza nos dejó una buena sensación y un mal resultado, en esta ocasión el marcador fue bastante mejor que las sensaciones.
El hecho es que la Selección sigue sin quitarse el trauma de su debut y esa sombra le rondó durante todo el partido. Hubo docenas de ocasiones para girar el destino y ninguna mejor que el penalti fallado por Villa (minuto 62, 2-0). Sin embargo, el error nos devolvió a nuestra peor versión, la de equipo de plástico, sin vísceras.
Ya no es mala suerte, no puedo serlo. Lo que en el estreno se reveló como un golpe de mala fortuna ahora se mezcla con una preocupante falta de ánimo. Cuesta quitarse de la memoria los minutos finales, con el equipo roto y exhausto, parado, incapaz de bailar sobre la tumba de un rival que pedía a gritos más castigo. Sólo se me ocurre achacarlo al estrés de un grupo que no estaba preparado para estos sofocos.
Y al mismo tiempo que recordamos ese desconcierto final, en nuestra cabeza se proyectan las oportunidades falladas, muchas de Torres en la primera mitad, cuando el impulso todavía era más fuerte que el esquema. En esos primeros minutos Villa disparó al larguero, nos hicieron dos penaltis de libro (manos y empujón) y sacamos brillo al canto de los postes. Entonces nadie echó de menos a Iniesta, sólo la filosofía.
Deseo.
El gran gol de Villa debió abrirnos el camino hacia un nuevo panorama. Lo suyo fue una combinación de determinación y talento: partiendo desde la izquierda, atacó por el pico del área grande y regateó a cuantos hondureños le pidieron pasaporte; luego, marcó por la escuadra. Y, aunque menos brillante, su segundo tanto volvió a nacer del puro deseo de marcar: chut malvado que se hizo mortal al tocar en una pierna enemiga.
Luego vino el penalti, y cuando imaginábamos la fiesta, nos sorprendió el enredo. No ayudó la sustitución de Xavi, ni mejoró la escena con Mata sobre el campo. Con Honduras al ataque, España no aprovechó un solo contragolpe.
Ahora toca ganar a Chile. Los equipos que sobreviven aprenden de sus errores y la Selección tiene varios deberes que cumplir. El primero, mirarse al espejo.
Fuente: AS (www.as.com)
martes, 22 de junio de 2010
España vence a Honduras por 2 goles a 0 pero sigue sin convencer.
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