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viernes, 18 de junio de 2010

Leyendas sorianas.

Pese a que se me pueda tildar de prepotente, he de decir que me considero una persona interesada en la cultura y amante de la lectura. Si, se que esto no debe decirlo uno mismo, que a una persona culta se lo reconocen los demás, pero se muy bien que nadie de mi entorno me lo reconocerá jamás.
La breve exposición con la que comienzo esta entrada quizá sea un poco deprimente. Pero…¿por qué lo deprimente tiene que ser malo?. ¿No puede tener encanto a su manera algo como el desamor o la locura, mezclados con tintes fantásticos o legendarios?. Más o menos, eso es lo que puedo sacar de las leyendas que recopiló en el XIX uno de los mejores escritores de la literatura española: Gustavo Adolfo Becquer.
A algunos gustará y a otros no, en mi caso, me parece un escritor digno de ser tenido en cuenta y ser leído. Y es, junto a Miguel de Unamuno, un escritor que aparecerá bastante por este espacio.
Sus leyendas tienen muchos orígenes en cuanto a lugar geográfico. En principio pensaba inclinarme por las toledanas, pero he preferido comenzar con las sorianas, una tierra que jamás he visitado pero que debe de ser preciosa. Son “El monte de las ánimas” y “El rayo de Luna”.
La primera comienza cuando un grupo de nobles regresa de una montería en la ciudad de Soria el Día de Todos los Santos. Los primeros en la comitiva son Alonso y su prima Beatriz, quien le pregunta por que regresan tan temprano. Alonso le dice que en ese día suena la oración de los templarios y sus ánimas tocan la campana de la capilla derruida del monte. Beatriz solo ve una capilla destruida, por lo que Alonso le cuenta lo sucedido allí siglos antes: cuando los cristianos conquistaron Soria, el rey llamó a un grupo de templarios para defender la ciudad, lo que provocó las iras y envidias de los nobles que la habían conquistado. Tras ir en aumento el odio entre ambos, un día los nobles decidieron acudir a estorbar a los templarios cazando en el monte reservado para ellos. Se produjo una gran matanza y los lobos tuvieron un gran festín. Fueron enterrados juntos en la capilla de los templarios y dicho edificio fue declarado abandonado. Alonso terminó contándole que desde ese momento, cada Día de Todos los Santos, se levantaban de las tumbas espantando a todos los animales del monte y tocando la campana, y que al día siguiente se ven en la nieve las huellas de los esqueletos.
Una vez en su castillo, Alonso comenzó a decirle a su prima Beatriz que, como ella se marcharía pronto, quería darle una joya suya de recuerdo. Ella le dice que en su país el aceptar un regalo supone compromiso, que solo puede aceptarlo en día de ceremonia. Alonso la convence diciendo que es el Día de Todos los Santos, por lo que ella toma su regalo.
Al cabo de un rato, Alonso pregunta si ella no le dejará nada de recuerdo. Beatriz le dice que pensaba dejarle la cinta azul que llevaba durante la montería, pero que la había perdido durante la jornada.
Alonso dice que es el mejor cazador de toda Castilla, pero que esa noche no puede entrar en ese monte, que esa noche teme hacerlo, si no hubiera sido Día de Todos los Santos no hubiera dudado lo más mínimo. Ella le reta ironizando sobre que hace frío y los caminos están llenos de lobos.
Alonso abandona el castillo y sigue sin regresar cuando Beatriz se va a dormir.
Después de meterse en la cama oye una campana y cree oír su nombre. Ella piensa que es el viento, pero oye crujir las puertas del oratorio. Como oyó ruidos de pisadas, descorre las cortinas, pero no ve nada. Intenta volver a dormirse, pero comienza a oír pisadas en la alfombra, por lo que pasa la noche despierta y apretujada en la cama.
Con la salida del Sol piensa que lo de la anoche anterior solo eran fantasías pero…se encuentra la cinta azul que perdió la tarde anterior sobre el oratorio.
Cuando los criados del castillo entran para informar de que Alonso ha sido encontrado en el monte devorado por los lobos, hayan a Beatriz muerta en la cama y con una expresión horrible.
Después de que esto sucediera, un cazador pasó la noche del Día de Todos los Santos en el monte de las ánimas, donde contempló como los templarios y los nobles perseguían a una mujer que daba vueltas alrededor de la tumba de Alonso.
La segunda leyenda tiene como protagonista a Manrique, un noble tan poeta que no escribe para no encerrar sus pensamientos en ningún lado. Manrique es fácilmente enamoradizo, le gustan todas las mujeres, y afirma haber nacido para soñar con el amor y no para sentirlo. Su locura llegaba hasta tal punto que miraba las estrellas, soñando con la posibilidad de que pudieran ser otros mundos con otras mujeres y su posible amor. Además, le gustaba la soledad y detestaba hasta tener una sombra que le acompañara.
Una noche de verano, Manrique visitó la antigua capilla de los templarios. Y, para su sorpresa, en el fondo de una alameda divisó el vestido blanco de una mujer. Siguió el rastro de aquella mujer, pensando que sería como él y que le amaría. Como no la encontró buscando por el bosque, se subió a un cerro, desde donde divisó una barca que iba a la ciudad y donde se veía algo blanco.
Manrique echó a correr hacia Soria, pero llegó tarde. Decidido a encontrarla, recorrió todas las calles de la ciudad hasta que dio con una casa donde había luz.
Pensó que esa sería la casa de aquella mujer, aficionada a la soledad y a pasear de noche como él, pero cuando a la mañana siguiente salió un escudero, este le dijo que allí reposaba el montero mayor del Rey herido en la guerra contra los musulmanes.
Durante varios días anduvo Manrique por toda Soria buscándola e imaginándose como sería, pensando que sus ojos serían azules, su cabello moreno, su voz suave y el complemento de su ser por que le amaría.
Decidió volver al lugar donde la había visto. Fue al mismo lugar que la vez anterior y vio algo blanco perderse entre los árboles. Se dirigió hacia el claro, donde la vería…y se echó a reír como un loco.
Era un rayo de Luna que caía hasta el suelo cuando se movían las ramas de los árboles.
Años después, Manrique solo estaba sentado frente a la chimenea de su castillo.
Su madre le decía que se casara con una mujer que le amara, a lo que él respondía que el amor solo era un rayo de Luna.
Sus criados le decían que se armara y fuera a la guerra en busca de gloria, respondiendo que la gloria era únicamente un rayo de Luna.
Y cuando le preguntaban si quería oír una cantiga, Manrique respondía: “Cantigas... mujeres... glorias... felicidad... mentiras todo, fantasmas vanos que formamos en nuestra imaginación y vestimos a nuestro antojo, y los amamos y corremos tras ellos, ¿para qué?, ¿para qué?, para encontrar un rayo de luna”.
Becquer termina el relato diciendo de que todos le tomaban por loco, pero que en realidad había recuperado el juicio.
Yo pienso que es probable, ¿acaso no es el amor un rayo de Luna, una ilusión, una fantasía, algo en lo que el Hombre pone su fe para que luego le destroce el alma?.

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