Los girasoles ciegos. - La Nación Digital

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domingo, 25 de abril de 2010

Los girasoles ciegos.

Por motivos del sistema educativo he tenido que leerme el libro “Los girasoles ciegos”, del que hace poco se hizo una película. El libro, al igual que la versión cinematográfica, es la típica versión progresista de la posguerra civil española, es decir, revanchismo puro y duro, ya que en la contraportada se muestra la expresión “ajuste de cuentas” en referencia a las historias que van a ser contadas.
Resumiré brevemente las cuatro historias tal y como salen en el libro antes de dar mi opinión personal sobre ellas.
La primera trata sobre el capitán Carlos Alegría, quien se unió al pronunciamiento del 18 de Julio de 1936 para proteger el pequeño patrimonio del que disponía. Era un joven que nada tenía que ver con la guerra, y al tener condición de universitario se le concedieron pequeños cargos de mando, limitándose su función a proporcionar armamento y comida a los que luchaban. Al comienzo del relato, Carlos Alegría se rinde por que afirma que “no van a ganar la guerra, sino a matar hombres”. No se considera un desertor, sino un vencido, al igual que los defensores de la República. Insiste en que si el gobierno republicano se hubiera rendido a Franco el día del pronunciamiento le hubieran dejado sin gloria, ya que para que haya esta tiene que haber muertos sobre los que vanagloriarse. Carlos Alegría es fusilado, pero milagrosamente sobrevive. Sintiendo que acabará muriendo, consigue salir de la fosa común donde había sido enterrado y marcha hacia su localidad natal. De camino, desfallece y es ayudado por un grupo de campesinos, que le protegen con una manta en el camino y le dan comida. Cuando Carlos Alegría se recupera, reinicia su camino y acaba llegando hasta unos soldados del bando nacional, a los que ve no como vencedores, sino como futuros derrotados al igual que los vencidos republicanos. Se entrega a ellos diciendo “soy de los vuestros”.
La segunda historia son unos papeles encontrados en una cabaña junto a los cuerpos de un chico joven y un bebe de pocos meses. En ellos se narra la huida del muchacho junto a su novia embarazada, quien dio a luz allí y murió. Habla de todo lo que pasó en la cabaña, de cómo dio de comer a su hijo, de sus reflexiones sobre la guerra, de su sufrimiento, de la muerte de su hijo…al final, el autor afirma haber visitado el pueblo de donde decía ser el muchacho, donde le confirman que allí mataron al maestro por ser republicano y que su mejor alumno huyó a Madrid para alistarse en el ejército republicano. Termina con la conclusión de que si era cierto que los papeles eran suyos, ese joven debía tener 18 años y nadie se merece a esa edad sufrir tan horriblemente.
La tercera historia trata de cómo Juan Senra, un preso y enfermero republicano, es interrogado por un militar sobre el paradero de su hijo. Juan Senra le cuenta que le conocía, y miente acerca de por que le fusilaron, diciendo que su hijo había pertenecido a la quinta columna en lugar de contarle que le habían matado por traficar y que había delatado a muchos quintacolumnistas de Madrid para salvar su vida. Durante su estancia en prisión, Juan Senra conoce a un joven de 16 años llamado Eugenio, quien se alistó en el bando republicano por despecho hacia su tío. El joven odiaba a su tío por lo mal que trataba a su madre, y había esperado a que este se decantara por un bando para apoyar él el otro. Para Eugenio la guerra había sido una especie de juego que a él le había tocado perder, pero que ya le tocaría ganar en el futuro, diciendo que el resto de republicanos tenía muy “mal perder”. El día que se llevan a Eugenio en el camión de los condenados a muerte, Juan Senra cuenta al militar y a su mujer (quien había ido a verle para preguntarle por su hijo) que su hijo fue fusilado por ladrón y delincuente, y miente diciendo que lo había ordenado él, mintiéndoles para ganar tiempo de vida.
La cuarta historia es la versión que se llevó al cine. Trata la historia de la familia Mazo. Ricardo era un profesor comunista que estaba escondido en un armario de su casa, haciendo creer a todo el mundo que estaba muerto, excepto su familia. Elena, su mujer, hacía todo lo posible por que nadie supiera que escondía a su marido en su casa. Lorenzo, el hijo menor, asiste a un colegio donde un seminarista (el hermano Salvador) se fija en él, debido a la tristeza que desprende. El hermano Salvador se empieza a obsesionar con Elena, a la que comienza a seguir. Llegará un momento en que entré en su casa con intención de poseerla sexualmente, lo que hace que su marido salga a defenderla. Cuando observa que el marido comunista estaba escondido en la casa, comienza a pedir a gritos la llegada de la policía, y Ricardo se tira por la ventana. Durante el relato se entremezclan la historia contada por Lorenzo, la carta que el hermano Salvador escribe a uno de sus maestros y la narración en sí.
El hermano Salvador justifica su actitud como un plan de Dios para que un comunista muriera, no por que él estuviera enamorado de la mujer.
Las historias conectan entre sí: Carlos Alegría reaparece en la tercera historia, donde está encarcelado de nuevo, y se suicida tras arrebatar a sus carceleros un fusil y la joven que fallece tras parir en la segunda historia es Elena, la hija del matrimonio Mazo y que se llama como su madre.
Varias críticas se pueden hacer a estas historias:
Un militar del bando nacional, por muy baja condición que tuviese, jamás se hubiese rendido a los republicanos el día de la Victoria. En cambio, muchísimos militares republicanos desertaron hacia el bando nacional y nadie escribe sobre eso.
“No se estaba ganando una guerra, se estaba matando gente”. Una guerra no es nada bueno, pero en eso consiste. Siempre sufren los que menos lo merecen, nunca los políticos culpables. La guerra, aunque duela reconocerlo, es algo natural en el ser humano, que es al mismo tiempo la única criatura racional e irracional a la vez.
Por otra parte, a nadie se le hubiera ocurrido huir al exilio con una joven de 18 años embarazada de 8 meses, unos padres normales jamás lo hubieran permitido. Y un muchacho de 18 años no se merece sufrir de esa manera, pero ¿qué pensaría el escritor ya difunto si ese sufrimiento lo hubiese padecido un falangista o un sacerdote en las checas de Madrid o Barcelona?. El muchacho hace mucha mención a los poetas, de que el bando nacional quería acabar con ellos. A esto he de decir que Jose Antonio Primo de Rivera admiraba mucho a los poetas y concebía su formación como tal. Todos conocemos su “la bandera está alzada, ahora vamos a defenderla de manera alegre, poéticamente”.
En la tercera se nota muchísimo que se hace aposta que el hijo de un militar del bando nacional sea un delincuente. A esta no le puedo poner muchas pegas.
En cambio, la cuarta parece ser muy de actualidad: un cura que abusa de otras personas. El hermano Salvador justifica su actitud con los planes de Dios que él desconocía. También sale una escena en el libro que se podría calificar de “topicazo”, donde le dice a Lorenzo que “cante el himno de los que mueren por la Patria”, por que el muchacho se negaba a cantar el “Cara al Sol” después de que hubiera sido pillado moviendo los labios sin cantar la letra.
Por ultimo, sale el victimismo de la izquierda, cuando Ricardo dice que “le quieren matar por lo que piensa y lo triste es que su hijo tendrá que hacer lo mismo con los otros”. Por desgracia, está comprobado que los españoles somos cainitas por naturaleza, y que estamos condenados a matarnos unos a otros. El ejemplo mas evidente son las heridas reabiertas por sectores revanchistas de nuestra sociedad, de lo que trataré en mi próxima entrada cuando acabe por fin todo el caso Garzón.

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