Ya no sé sobre qué escribir. Voy sin rumbo fijo. Desde que hace meses comencé a comprobar que políticamente la vida no era como yo creía, me he visto forzado a rectificar, reflexionar y volver a empezar. Probablemente la mayoria de todo lo que he escrito hasta el día de hoy sea algo que ya no comparta... y la verdad es que me da igual. He podido conocer y tratar con gente extraordinaria y, al final, eso resulta ser lo más importante de todo.
¿Qué rumbo pretendo darle a este artículo? Ninguno. Ya no sé si aspiro a ser un ensayista, un narrador (después de haber dejado muy aparcado ese terreno, por ahora, lo dudo mucho) o un simple aspirante a intelectual de quinta fila. A decir verdad, muchos días no veo ningún sentido a mi vida y tengo que estar, constantemente, recordando y meditando acerca de por qué me siento católico, español y falangista.
No quiero que nadie malinterprete lo que quiero expresar al escribir estas líneas. Los bajones de moral en mi persona son algo habitual y ahora no es que me note muy animado precisamente, pero tampoco hecho un guiñapo; por lo tanto, el panorama es el habitual y no hay nada de lo que preoparse.
A decir verdad, antes de soltar todas estas parrafadas sin sentido, estaba meditando sobre la posibilidad de escribir sobre la relación de los dos aspectos instintivos del ser humano que más contribuyen a su control: la violencia y el sexo. Escuchar a la bella Sharon den Adel, vocalista de Within Temptation, cantar sobre una relación amorosa obsesiva (“What have you done”) creía que me ayudaría a terminar de inspirarme, pero se ve que la holandesa no es la musa que me inspira (al menos en el día de hoy). Así que lo siento mucho, pero mi reflexión sobre el erotismo de la violencia y la violencia del sexo tendrá que esperar.
Musas... Está muy extendido el mito de que todas aquellas personas con inquietudes literarias (entre las que, para bien o para mal, me veo reflejado, pese a la mediocridad de mi estilo) idealizan a mujeres que supuestamente les inspiran. Ese tipo de relaciones platónicas e idealistas no es que vayan mucho conmigo, pero tampoco las descarto. Quizá sea esa la razón por la que miro instintivamente a toda preciosidad que se cruza en mi camino... a lo mejor no es únicamente mi instinto primario, el encargador de perpetuar la especie, el que me obliga a ello (y es que, pese a que esto vaya camino de parecer muy “políticamente incorrecto”, el que me gusten las mujeres es algo natural y que yo no he elegido en ningún momento); sino que también, desesperada y absurdamente, puede que esté tratando de encontrar una musa hasta debajo de las piedras.
¿Habrá alguna musa en algún lugar del mundo que logre sacar una mínima gota de talento de mi ser? Y de ser así, ¿sería verdaderamente es positivo que me cruce con una mujer que me inspire? Porque de acuerdo, en caso de surgir amor todo es muy bonito al principio (paseos por el parque, sexo apasionado, inmunidad ante las críticas ajenas), pero luego todo puede acabar convirtiendose en un desastre y un infierno personal... y más con una musa, con una mujer que inspira al aspirante a genio. Algunos se creerán que a ellos no puede tocarles, pero se están engañando a sí mismos.
La musa, por mucho que pueda desagradar a quien lo lea, sacará lo mejor del escritor cuando éste se vea abandonado por su fémina. Ahí será cuando el dolor, el resentimiento y la desolación logren que el narrador o el poeta se conviertan en intelectuales o genios de verdad. El amor y la felicidad darán como resultado las buenas críticas, pero los fracasos y las desesperaciones catapultarán a la gloria a todo aquel que haga de las letras su forma de vida y de ser.
Pero tampoco quiero convertir esto en una reflexión sobre una musa que ni ha aparecido ni aparecerá (me gusta ser muy sincero para todo, en lo bueno y en lo malo). Las musas, las amistades, el reconocimiento personal ajeno, el éxito social... parafraseando a Gustavo Adolfo Bécquer, son “mentiras todo, fantasmas vanos que formamos en nuestra imaginación y vestimos a nuestro antojo, y los amamos y corremos tras ellos, ¿para qué?, ¿para qué?, para encontrar un rayo de Luna”.
La verdad es que ya he perdido gran parte de la ilusión que me llevó a comenzar a dejar escritas mis reflexiones, independientemente del tema que fueran. Pero, por mucho que trate de evitarlo, uno sólo puede hacer lo que medianamente sabe y lo mío es escribir... más mal que bien, pero lo considero uno de mis pocos puntos fuertes. Y cuando una persona se siente consciente y responsable ante una situación en la que sus circunstancias le han obligado a vivir, escribir y expresar su opinión para tratar de encender una llama en el corazón de sus congéneres se convierte en “una alta tarea moral” (y pido mil disculpas a José Antonio Primo de Rivera por utilizar su frase).
Pero tampoco quiero engañar a nadie. Otra razón por la que escribo es porque me resulta muy positivo para desahogarme en lo personal. Todos necesitamos liberar la “mala leche” de alguna manera. Y no me importa reconocerlo, escribo porque resulta más barato y accesible que dar golpes a una pared o a un saco de boxeo, más tranquilo que discutir con alguien y más seguro que el sexo promiscuo.
Normalmente a estas alturas, al llegar al final del artículo, suelo plantearme en demasía cómo finalizar el escrito. No me gustan las despedidas a secas, prefiero terminar continuando previamente con el asunto que he tratado pero finalizando con una conclusión que no deje lugar a dudas. Pero ahora no sé qué hacer. La verdad es que, para la pequeña legión de fieles lectores que tengo, lo mínimo que puedo hacer es finalizar de forma seria; pero hoy, al haber escrito algo sin orden ni idea fija, simplemente por un “venazo”, parece que haré una excepción y dejaré al personal, sintiéndolo mucho, a medias.
lunes, 5 de marzo de 2012
Musas, desganas y sinsentidos
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