Durante la madrugada del 17 al 18 de Septiembre de 1936, las casas de Toledo fueron desalojadas por las milicias populares defensoras de la II República. La intención era dejar la ciudad completamente vacía para cuando explotara toda la dinamita que había sido ubicada debajo del Alcázar de Toledo, donde resistían los valerosos combatientes del bando nacional. Pese a que lo tenían todo preparado para que no quedara ni una sola piedra en pie (incluso los partidarios de la República del Frente Popular se habían tomado el lujo de llevar al pro-soviético Largo Caballero al suceso para que presencia la “victoria” republicana en primera fila), el Alcázar perdió gran parte de su construcción pero siguió, a duras penas, en pie. Ciertamente, fue un hecho milagroso (si no, la respuesta más probable sería la incompetencia de los milicianos frentepopulistas al colocar la dinamita).
¡Muy grande fue la sorpresa de los republicanos cuando, mientras entraban entre las ruinas del Alcázar dando gritos y celebrando la “victoria”, de entre las piedras comenzaron a salir hombres que se negaban a morir! Como llevaba sucediendo desde el comienzo del Alzamiento Nacional en la ciudad de Toledo, el Frente Popular tampoco pudo en aquella jornada acabar con la heroica resistencia de guardias civiles, militares, falangistas y otros católicos en el Alcázar.
No obstante, los frentepopulistas no se quedaron de brazos cruzados. Tal y como habían hecho en la jornada del 23 de Agosto (cuando un aviador de la República lanzó, por error, un explosivo contra las milicias populares en lugar de a quien iba dirigido, a los hombres del Alcázar) decidieron hacer pagar su incompetencia con las armas atacando a civiles indefensos (el clero y los individuos relacionados con formaciones políticas opositoras al Frente Popular fueron sus víctimas predilectas) y ordenando alguna que otra “democrática” ejecución mientras registraban en las puertas de entrada a la ciudad a la gente que, tras el intento de demolición del Alcázar, regresaba a sus hogares.
Si Toledo ha destacado por algo en la Historia de España en la etapa de la Guerra Civil no ha sido sólo por el heroico episodio del Alcázar. Se podría decir que fue una de las ciudades que más sufrió la persecución religiosa llevada a cabo por el gobierno frentepopulista de la II República. Entre otras cosas, saquearon la Catedral Primada de España (un miliciano llegó a disfrazarse con las ropas del arzobispo de Toledo y a punto estuvo de recibir un disparo de un compañero suyo, que muy estúpidamente había creído que el arzobispo expulsado de Toledo al proclamarse la II República había regresado a la ciudad) y las demás parroquias de la ciudad y convirtieron el Paseo del Tránsito (donde, actualmente, se puede observar un siniestro busto de homenaje al judío Samuel Leví) en un auténtico matadero de clérigos.
Actualmente, la cifra de mártires por la fe católica calculada en Toledo y los alrededores es de 321 personas. Con razón se considera al siglo XX, en general, como una de las etapas con mayor número de mártires católicos y a la Guerra Civil Española, en particular, como uno de los mayores genocidios cometidos hacia un grupo humano por motivos religiosos.
Mientras pasaban los días, las tropelías de las milicias populares continuaban su curso a la vez que comenzaban a perder la esperanza de tomar el Alcázar. Las tropas nacionales del general Varela cada vez se encontraban más cerca de Toledo y, finalizando el día 27, terminaron entrando en la ciudad ante la despavorida huida de los marxistas y anarquistas que habían estado luchando contra los sitiados en el Alcázar.
Lo que pasó después es de sobra conocido por todos. El general Valera se acercó a las ruinas y Moscardó le dijo el famoso “Mi general, sin novedad en el Alcázar”.
Mucho se ha hablado acerca de por qué las tropas nacionales se dirigieron a Toledo en lugar de avanzar hacia la desguarnecida, en aquellos momentos, ciudad de Madrid. La “acusación” más habitual hacia el general Franco es que utilizó la gesta toledana como arma propagandística a su favor a la hora de hacerse con el control total del Ejército Nacional y la posterior Jefatura de Estado.
Una cosa es segura: no se puede negar que la valentía de los hombres del Alcázar fue una de las bazas sentimentales más efectivas del bando nacional durante toda la Guerra Civil. Su uso o no por parte de Franco en su carrera hacia el poder es algo que debería quedar, pienso yo, en la conciencia del general. Lo que me importa es el heroísmo y el arrojo demostrado por aquellos hombres y mujeres (que no lucharon con las armas pero dieron un apoyo moral muy grande, siendo más efectivas en su bando que las fornicadas milicianas del Frente Popular) que no renunciaron a sus principios como seres humanos y llegaron a preferir la muerte antes que venderse a los engaños de la República. Por eso, por mucho que pasen los años y se trate de borrar su recuerdo, algunos españoles siempre los tendremos muy presentes y como ejemplo a seguir.
Como suele ser habitual, los partidarios actuales del Frente Popular achacan a “mitos” e “invenciones” lo que se cuenta de la actuación de los milicianos frentepopulistas en Toledo (y, para ser sinceros, en toda España). Hace mucho tiempo encontré estas interesantes líneas escritas por el general comunista Enrique Líster acerca de los anarquistas que controlaban Toledo durante el asedio al Alcázar: “Para las fuerzas republicanas, Toledo pasará a la Historia como una de sus mayores vergüenzas… Por parte del bando republicano en ningún momento hubo verdadero plan ni se tomaron las medidas necesarias para la conquista del Alcázar. Durante más de dos meses, de cuatro a cinco mil hombres (la mayoría anarquistas) acompañados de varios centenares de “señoras” también con pañuelito rojo y negro, traídas de los burdeles de Madrid, se dieron la gran vida”.
Líster sería comunista, pero al menos fue un tipo consecuente con sus ideas y que creía en algo. No hace falta preguntarse si aquellos anarquistas aficionados a las fulanas y a la bebida creían en algo, aunque fuera al menos en la libertad comunal. Y es que los opositores políticos pueden ser de dos tipos: dignos adversarios o despreciables peleles que sólo luchan por ellos mismos.
No puedo sentir por los defensores del Alcázar más que un profundo respeto y una grandísima admiración. Hoy en día no se puede negar que los que estamos orgullosos de ser españoles vivimos tiempos difíciles. Pero no hemos sufrido ni una mínima parte de lo que lo hicieron aquellos hombres y mujeres. Al igual que hicieron ellos con el Alcázar, los patriotas de hoy tenemos la obligación de hacer de nosotros mismos un fortín impenetrable a las influencias nocivas del exterior que pretenden acabar con nuestros principios y nuestra forma de ver la vida. No olvidemos que la lucha contra el Sistema comienza en nuestro interior y que nuestro enemigo más importante somos nosotros mismos.
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