«La compasión es una enfermedad del espíritu, que se contrae al contemplar las desgracias de los demás, o una depresión causada por los males de los demás, que cree que suceden a quienes no lo merecen. Y la enfermedad no recae sobre el sabio: su mente está serena y no puede sucederle nada que la ofusque. Nada le es adecuado a un hombre como la grandeza del ánimo, y no puede la grandeza coexistir con la tristeza. La tristeza destroza la mente, la degrada, la reduce. Esto no debe sucederle al sabio, ni siquiera ante una calamidad propia; rechazará las iras de la fortuna y las destrozará ante él. Siempre conservará el mismo aspecto, plácido, inalterable, casa que no podrá hacer si diera cabida a la depresión».
SÉNECA, de "Sobre la Clemencia". Clásicos de Grecia y Roma, nº8274, de Alianza Editorial. Pág. 109. Traducción de Carmen Codoñer.
Para los estoicos existían cuatro "pasiones" (=adfectus), una especie de cuatro pecados capitales del espíritu: aegritudo (=tristeza), cupiditas (=deseo), metus (=temor) y uoluptas (=placer). Para los estoicos, las pasiones son impulsos desmedidos provenientes del deseo de querer más de lo necesario y de la inteligencia, que aleja al Hombre de la Naturaleza y de la suya propia. Aún así, la inteligencia no es otra cosa que una adaptación al medio, un paso adelante del instinto. El control sobre las pasiones, mantenerse en equilibrio, es entonces una de las cualidades que debe identificar al sabio, quien debe estar por encima del bien y del mal.
Para Séneca, el sabio debe posar inalterable, imperturbable como una roca. Como bien dice, "la tristeza (aegritudo) destroza la mente", lo que no debe ocurrir en el sabio, sobre quien la tristeza o cualquiera de las pasiones cruza, pero sin erosionar.
En cuanto a la compasión, Séneca dice que es una enfermedad del espíritu. Qué razón tiene Séneca. La enfermedad primero afecta a los que compadecen, convirtiéndose en débiles, palideciendo ante la desgracia, de forma que su visión imparcial se desvanece. Posteriormente, esta enfermedad se contagia a los compadecidos, agasajados con la pena de los demás, con la caridad de los demás, con las supuestas buenas acciones de los que compadecen, que creen hacer una buena acción cuando solamente sacian la enfermedad que les provoca la pena. La compasión está en un polo opuesto a la clemencia, pues la clemencia es castigar y gratificar en su justa medida, ni más ni menos. Como dijo Seneca: "Y la enfermedad no recae sobre el sabio: su mente está serena y no puede sucederle nada que la ofusque"; seamos entonces como el sabio.
Finalmente, la compasión no es algo que deba desestimarse, verse como un mal menor. Hoy en día vemos como compadecientes y compadecidos le sacan partido. No hay que ser ajeno a la desgracia humana ni alejarnos del dolor, es cierto, pero hay que serlo sin pasión, pues flaco favor se hace a los que realmente necesitan ayuda si fanatizamos la clemencia hacia cualquiera de sus polos, hacia la compasión o hacia la venganza. Con la venganza se castiga en exceso tanto al espíritu propio como al ajeno; con la compasión, como hemos dicho anteriormente, el espíritu cae en depresión, debilitándose, y hacemos más débil al débil, creándole dependencia de la compasión de los demás.
En la sociedad actual ser compasivo parece una virtud, nuestro derecho penal está lleno de leyes compasivas. Es más, quien no es compasivo parece un demonio. En definitiva, la compasión es la caridad espiritual hacia los débiles y desvalidos, caridad que convertirá a los compadecidos en pícaros y a los compadecientes en estafados. Creemos una sociedad fuerte, ¡hagamos fuerte al débil!■
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