Tras haber entrado en Madrid el 30 de Marzo de 1939, el Glorioso Ejército Nacional había derrotado por completo a las fuerzas partidarias de la II República del Frente Popular, que llevaban muchísimo tiempo resistiendo en Madrid y finalmente se habían rendido ante la oposición de muchos de sus miembros a seguir resistiendo una derrota que era inevitable.
La trágica Guerra Civil; el conflicto bélico que, de una u otra manera, había marcado (y continuaría marcando) el destino de los españoles durante mucho tiempo, terminaba el día 1 de Abril de aquel 1939, dos días después de la entrada en Madrid de las tropas nacionales, en el momento en que el general Francisco Franco “proclamaba la Victoria sobre el desarmado Ejército Rojo”.
Pese a todas las injurias de sus detractores, los valores por los que luchó el bando nacional eran nobles…y mucho.
En primer lugar, estaba el de la religión católica. Aquellos hombres no entendían una España que no fuera católica. No podía haber una España donde no hubiera una iglesia en la que rezar ni un Cristo ante el que implorar perdón por parte de un alma atormentada por los errores de su vida.
Como es lógico, este pensamiento (yo diría más bien “esta forma de ver la vida”) se oponía radicalmente a la del bando republicano, quien consideraba a la Iglesia como uno de los problemas de España y aspiraba a su destrucción (los partidarios de la II República encarnaban una actitud muy parecida a la del Gobierno de hoy, es decir, defensa de la “libertad de cultos” mientras se atacaba verbal y no tan verbalmente al cristianismo).
Con toda la razón del mundo, la Iglesia bautizó a la Guerra Civil como una “Cruzada de Liberación” en defensa de la fe católica. Las imágenes de la época, con aquellos sacerdotes cantando el “Cara al Sol” y llamando a la lucha contra el anticristianismo republicano, son una prueba irrefutable de que aquello fue algo más que un conflicto civil (que de por sí ya es algo muy grave).
La unidad de España fue otro de los pilares por los que luchó el bando nacional. España era Una, algo considerado como un principio irrenunciable.
Para los integrantes del bando nacional no había “dos Españas” (tal y como han reivindicado desde hace mucho los sectores progresistas), sino tan solo Una, la que encarnaba el espíritu imperial y abanderaba esa fe católica que había predicado por medio mundo. Y esa España, la única y auténtica, se oponía a esa vulgar creación que con la denominación de “España” pretendía implantar en nuestra nación movimientos de origen extranjero, como el liberalismo y el marxismo, que carecían de espíritu nacional y cuyos objetivos únicamente se basaban en la economía, cada cual a su manera, con la pretensión de dar a la vida de los españoles un sentido material.
La Guerra Civil había supuesto para un sector del bando nacional la esperanza de que se llevara a cabo la Revolución Nacional defendida por la doctrina nacionalsindicalista de Falange.
La Revolución Nacional…palabras de bella prosa, versos de la poesía que prometía frente a la poesía que destruía…una idea que había costado la vida de muchos jóvenes en los años anteriores, muchachos que habían probado el beso de plomo que portaban las balas cargadas de odio del marxismo.
Aquellos jóvenes no se echaron a las armas, a sufrir en la trinchera el miedo a la muerte, por defender los privilegios de clases altas adineradas. Aquellos jóvenes creían en una identidad que se llamaba España, con un pueblo portador de valores eternos y al que deseaban ver regido por la Justicia Social.
Vaya desde aquí mi más sincero homenaje a todos aquellos muchachos (y no tan muchachos) falangistas y patriotas españoles en general.
Por desgracia para el bando nacional, no todos sus partidarios eran tan idealistas como aquellos muchachos. Y no me refiero a los carlistas, a quienes considero unos grandes patriotas y luchadores ejemplares por Dios y por España pese a no compartir algunos aspectos de su doctrina tradicionalista católica.
Hablo de todos aquellos que se llenaron la boca con elogios hacia José Antonio sin conocer su obra y vida, convirtiéndole en un mártir al que luego despreciaron cuando ya no les resultaba de provecho.
Hablo de todos aquellos que utilizaron la juventud y la vida de muchachos jóvenes e idealistas para conservar amplias tierras sobre las que luego no darían uso alguno (una lástima que los falangistas de la posguerra no siguieran los postulados de Ramiro Ledesma en cuanto a lo de expropiar a los terratenientes capitalistas).
Hablo de todos aquellos que pensaban que con su dinero comprarían el perdón de Dios.
Hablo de todos aquellos que aludían a la Revolución Nacional pero que luego prefirieron enriquecerse a costa del nuevo régimen.
Hablo de todos aquellos que cometieron maldades, amparándose en la autoridad que les otorgaba el uniforme que no merecían.
Como sucede en todas las épocas, hubo aspectos positivos y negativos.
Bien es cierto que la Falange no tuvo ningún poder, únicamente sus miembros estuvieron cerca de Franco en los primeros años porque le convenía tener a simpatizantes abiertos de la Italia de Mussolini y la Alemania de Hitler a su lado. No obstante, derechos tan básicos como las vacaciones pagadas y la Seguridad Social, además de las viviendas de protección oficial, que hoy se nos hacen tan habituales y sin las que no entenderíamos la vida de la misma forma, fueron medidas impulsadas por los falangistas con el objetivo de llevar a cabo la Revolución Nacional.
Si se habla de Revolución “pendiente” es precisamente porque se llevaron a cabo algunas medidas, pero no todas.
Por lo tanto, no se debe caer en la idea de que el nacionalsindicalismo no hizo nada en aquellos años. Hizo lo que pudo el tiempo que le dejaron. Al menos, los nacionalsindicalistas de hoy tenemos una referencia sobre la que basar nuestra actuación en la época que nos ha tocado vivir.
Sin darme cuenta (o sin saber cómo llegar) me he apartado mucho del tema original.
El 1 de Abril recordamos la Victoria del bando nacional sobre el bando republicano. Una guerra entre españoles, entre hermanos y amigos, es lo peor que uno puede imaginarse. Pero, por desgracia, en este mundo de hombres imperfectos puede llegar a convertirse en algo necesario.
No quiero hacer ningún llamamiento a otra Guerra Civil. En los últimos dos siglos hemos tenidos cuatro, así que ese tipo de conflictos es algo de lo que los españoles, por desgracia, vamos bien servidos.
Algunos españoles quieren conservar la fe católica tradicional. Otros quieren un nuevo Estado. Algunos (si no casi todos) desean cambios económicos radicales. No me cansaré de repetirlo; la respuesta, españoles de toda condición social, edad, sexo y región, está donde menos esperáis: en la doctrina nacionalsindicalista de la histórica Falange Española de las JONS (no confundir con las formaciones actuales, ese es otro tema sobre el que se puede debatir largo y tendido).
El nacionalsindicalismo puede ser la solución a los problemas identitarios, políticos, económicos y sociales de España, además de la clave para alcanzar la “reconciliación” entre los españoles, esa que se creía lograda hace mucho tiempo y que las circunstancias han dejado claro que no ha sido así.
Terminaré la entrada de hoy recomendando esta película, que por desgracia aún no he podido ver:
Trata sobre un periodista que descubre el trato que mantuvo su padre con José María Escrivá, el fundador del Opus Dei, durante la Guerra Civil.
Hasta hace poco, la figura de Escrivá no era muy de mi agrado, principalmente porque veo en el Opus Dei a uno de los grupos que se opusieron a la Revolución Nacional de Falange (que me corrijan si me equivoco), además de que hoy tiene como miembros a gente que milita en el Partido Popular y en el Partido Nacionalista Vasco. Sin embargo, el emotivo anuncio de esta película y el saber que sufrió mucho durante aquellos años me ha hecho cambiar mi opinión sobre él.
Quizá me resulte más elogiable de lo que yo pensé en un primer momento…Rectificar es de sabios, ¿no?.
Espero ver pronto la película y poder hacer una crítica sobre ella. Mientras tanto, dejaré esta frase para que mis lectores mediten:
“No hay mayor pena que la culpa...y no hay mayor regalo que el perdón”.
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