Según el pensamiento oficial, el hecho de que tradicionalmente se haya condenado con mucha más contundencia moral la promiscuidad femenina que la masculina, obedece a una imposición de los valores “patriarcales” y “machistas”. La asunción de estos valores patriarcales habría supuesto la cruel opresión de un sexo (el femenino) a manos de otro (el masculino).
Sin embargo, como veremos, estas afirmaciones no sólo son harto simplistas, sino que además niegan una realidad, que no es otra que la siguiente: el rechazo casi universal (con la excepción de determinadas tribus muy primitivas, donde la promiscuidad generalizada sin distinción de sexos es la regla social a seguir) hacia las conductas promiscuas femeninas que obedecen a motivos biológico-evolutivos. De ahí que, eternos arquetipos femeninos opuestos como el de la “Virgen” y el de la “prostituta” no sean puras construcciones sociales interesadas, sino que, al igual que sucede con todo lo relacionado con nuestro inconsciente colectivo, estén profundamente insertados en nuestro cerebro y en nuestros genes, tal y como pone de manifiesto el autor neo-darwinista Robert Wright, en su obra “The moral animal”.
En el presente escrito, nos referiremos sobre todo al análisis de la deriva biológico evolutiva experimentada por las distintas sociedades blancas u occidentales.
PROPAGANDA FEMINISTA |
Desde una perspectiva biológica, el esfuerzo reproductivo sexual de la mujer, la cual, cuando es fecundada por el varón, ha de pasar por un periodo de gestación de nueve meses hasta dar a luz a su hijo (proceso este que conlleva inevitables cambios hormonales y un temporal desgaste energético), es mucho mayor que el del hombre, que puede cubrir a muchas hembras en un brevísimo lapso de tiempo, engendrando un número cuasi-ilimitado de hijos, incluso de manera simultánea, sin experimentar cambios somáticos o psicológicos. A consecuencia de esto, la mujer ha de ser mucho más SELECTIVA a la hora de mantener relaciones sexuales, dado que tiene que intentar ser fecundada por alguien con buenos genes que le asegure una descendencia de calidad y que a la vez, pueda ocuparse de ella y de sus hijos. Por tanto, debido a su propia naturaleza, la mujer siempre ha tenido (con las obvias excepciones que siempre confirman la regla) un mayor control de su sexualidad que el hombre, ya que toda relación sexual ajena a las relaciones estables (en especial el matrimonio) implicaba el “riesgo” de quedarse embarazada y de no poder hacerse cargo de su propia manutención y de la de su hijo. Incluso en la actualidad, cuando los métodos anti-conceptivos están tan extendidos y cuando hay una deliberada campaña ideológica auspiciada por feministas y demás ralea “progresista” para uniformizar también en los comportamientos sexuales a hombres y mujeres, esto sigue teniendo vigor, pues siempre existe una mínima posibilidad de “fallo” y de ulterior embarazo tras una relación.
En el caso del animal, o incluso de las tribus más primitivas desde un punto de vista antropológico, la pulsión femenina hacia la selección de buenos genes masculinos, se satisface copulando con varios machos en el período de celo; los espermatozoides del macho más fuerte, serán los que fecunden a la hembra. No obstante, en el caso del ser humano civilizado, esta técnica selectiva varía, dado nuestro grado superior evolutivo, y por tanto, la mujer realmente selectiva tendrá que seleccionar con carácter previo al acto sexual al macho con el cual se vaya a emparejar, para así poder estudiar con detenimiento no sólo sus cualidades físicas e intelectuales, sino también morales. De ahí que se dé un largo periodo de cortejo (noviazgo), previo al acto final de emparejamiento (matrimonio).
Mas, el hombre puede muy bien seleccionar a una mujer genéticamente apta por sus condiciones físicas, morales e intelectivas para ser su compañera, y a la vez copular con otras menos aptas, pues al fin y a la postre, serán ellas las que se tengan que hacer cargo de sus criaturas, y no ellos. Y es que una diferencia fundamental que ha habido desde siempre entre los hombres y las mujeres, es que éstas, por razones obvias, siempre introducían en su círculo familiar a los hijos habidos con cualquier hombre, cosa que, por el contrario, no sucedía en la mayor parte de las ocasiones con los hijos de los hombres habidos fuera del matrimonio.
Es por ello que, en general, la mujer tiene muchos más celos cuando su marido mantiene una relación afectiva no física con otra mujer que cuando simplemente mantiene una relación carnal con otra; también sucede lo contrario en la situación opuesta. No obstante, el hombre es casi incapaz de tolerar que su mujer pueda haberle sido SEXUALMENTE infiel con otro.
Esto sucede así, porque por muy promiscuo que pueda ser un hombre (un comportamiento nada ejemplar, por cierto) jamás podrá, por ostensibles motivos biológicos, hacer creer a su mujer que el hijo engendrado con otra es suyo, cosa que por el contrario sí puede hacer la mujer, cuando queda embarazada de otro hombre. Su marido tendrá que sostener con sus recursos a un hijo DE OTRO.
MONOGAMIA |
Podríamos decir que la monogamia, y muy en especial la femenina, es una suerte de estrategia evolutiva, que se adscribiría a lo que los científicos anglosajones denominan como k-Strategies. Este tipo de estrategia evolutiva, contrapuesta a la R- Strategy, es la que se da sobre todo en los organismos más superiores y desarrollados. En ella prima la calidad sobre la cantidad, el establecimiento de células familiares sólidas y el cuidado de los hijos. Sensu contrario, en las llamadas R, predomina la cantidad, el “comunismo sexual”, y la ausencia de lazos familiares fuertes. La primera estrategia, como pone de relieve el profesor John Philippe Rushton, se da sobre todo en la raza blanca y en la amarilla, siendo la segunda estrategia predominante en las razas amerindias, negroides y australoides. Sin embargo, nuestra sociedad actual, sumida en un periodo decadente crítico (Kali-Yuga / Ragnarok), está experimentando una suerte de degeneración y regresión a las conductas más primitivas. En el caso del sexo, esto es muy notable.
Por su propia configuración anatómica, los órganos genitales femeninos, y en especial, los óvulos contenidos en ellos, son mucho más difícilmente accesibles que los masculinos, lo cual denota también una clara función selectiva a la hora de “entregarse” a un macho para “procrear”. Es la hembra la que ELIGE a quien habrá de acceder a los mismos. Por el contrario, en el caso masculino, la configuración externa y no interna de sus órganos, lo hace mucho menos selectivo a la hora de mantener relaciones sexuales.
Asimismo, no podemos olvidar uno de los factores que desde un punto de vista biológico influye más en los comportamientos sexuales: las hormonas. En el hombre, los índices de testosterona, una hormona eminentemente masculina, son muchísimo mayores que en las mujeres, en las que por el contrario, abundan hormonas básicamente femeninas como son los estrógenos y la progesterona. Existe una relación directamente proporcional entre los índices demasiado altos de testosterona y la promiscuidad, de lo que obviamente se concluye que la promiscuidad es mucho más habitual en hombres que en mujeres.
Es necesario recordar que en el acto sexual la mujer ocupa una posición receptora o pasiva, siendo la del hombre activa, transmisora e “invasiva”. Esto, aunque sea de manera subconsciente y simbólica, supone una suerte de “sometimiento” de la “hembra” al “macho”. Cuando este “sometimiento” es llevado a cabo por su pareja “formal”, el acto no menoscaba la dignidad de la mujer (muy al contrario) y es mucho más placentero para ella, al ir acompañado por notorias muestras de afecto.
FEMIPUTAS: LA MUJER MODELO DE LA MODERNIDAD |
Sin embargo, cuando entre la mujer y el hombre no hay vínculo afectivo alguno, el acto se convierte en algo degradante e incómodo para la mujer, por mucho que ella pueda disfrutar aparentemente. Es una realidad que un altísimo porcentaje de mujeres que tienen relaciones ocasionales con individuos a los que apenas acaban de conocer o con los que no los liga vínculo afectivo alguno, desarrolla una suerte de remordimiento o complejo de culpa. Este complejo de culpa no es hetero-inducido como nos han hecho creer hasta ahora los “progresistas”; sino naturalmente auto-inducido y de origen genético-evolutivo, al haber ésta traicionado a su íntima esencia femenina, indefectiblemente unida a su condición de potencial madre y al ejercicio de una sexualidad integral y no meramente utilitario-hedonista de carácter básicamente zoológico. Éste, junto con razones de índole biológico-hormonal, ya mencionadas antes, es el motivo último por el cual las mujeres, salvo en raras excepciones (hoy en día por desgracia cada vez más abundantes), son incapaces de disociar los conceptos de sexo y amor y mantienen relaciones esporádicas con otras personas a las que apenas conocen de forma mucho menos frecuente que los hombres. Sin embargo, el hombre disocia con mucha mayor facilidad los conceptos de amor y de sexo sobre todo a la hora de mantener relaciones esporádicas.
8 comentarios:
Menuda mierda de artículo.
Vaya mierda de artículo. Machista hasta la médula...
Este artículo apesta a Macho mandril alfa no solo putrefacto sino pulgoso... y lo que es peor: un pensamiento cavernario y chauvinista extremo. Qué asco.
A mí me ha parecido objetivo. No se trata de un artículo que justifique la promiscuidad masculina o critique la promiscuidad femenina. Es una disertación que expone, sin connotación alguna, posibles causas por las que hasta la fecha los hombres y mujeres seguían conductas sexuales diferentes. En mi opinión es un ensayo muy bueno.
Sería de gran ayuda, que la gente que critica este texto lo hiciera de forma constructiva. Si además de dar la opinión propia se argumenta, podríamos arrojar algo de luz. Alguien que refuta diciendo: "esto es una mierda", realmente no aporta nada nuevo y falta al respecto el trabajo del autor. Podrá gustarnos o no lo que aquí se dice, pero este artículo es fruto del trabajo de una persona y merece consideración. Gracias.
Gran articulo. Felicidades.
Que ganas de sacudirme el miembro al ver a estas jamelgas tan calientes.. besos
¿Esto fue escrito en el Medioevo?
¡Qué asco me ha dado! Y no tengo argumentos porque el asco es una respuesta visceral, como el asco que te da cuando te enterás de las actividades de un pederasta.
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