El Madrid decepciona en su estreno liguero. - La Nación Digital

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lunes, 30 de agosto de 2010

El Madrid decepciona en su estreno liguero.

El tiempo es lo único que no puede encontrarse en el mercado del fútbol. Le falta al Madrid y no se lo dará el Barça, cuyo arranque de purasangre fue un mensaje directo e inequívoco. El Madrid está obligado a mejorar en marcha, sin dejar de ganar, porque se enfrenta a un enemigo colosal. Para eso llegó Mourinho, que representa la fiabilidad, casi la inmortalidad, en el fútbol, aunque no mejore las videotecas. La salida en falso de ayer deja encogido a un Madrid que primero anduvo sin fútbol y después sin fortuna, a mayor gloria de Aouate.

El Mallorca, arrasado por la ley concursal, la marcha de siete futbolistas, la falta de refuerzos (pocos y tardíos) y el malestar general por la exclusión europea, guarda aún parte de la obra romántica que levantó Manzano. Piensa como un equipo, defiende bien, se oxigena con los siete pulmones de De Guzmán y hasta se asoma en ataque gracias a la fina izquierda de Castro. Y cuando todo falla, está su portero, anoche en papel de superhéroe. Laudrup también le da buen uso a lo poco que tiene.

Mourinho dejó en el banquillo a tres fichajes (Pedro León y los reputadísimos Khedira y Ozil). El currículum sólo abriga al portugués, por su condición de Rey Midas, pero no a sus futbolistas, que para él no tienen pasado ni precio. Por eso jugó Lass, que en el comienzo del verano era manifiestamente prescindible. Por eso fue titular Canales, exponente de lo que Valdano califica como meritocracia, fórmula de gobierno practicada por Mou que iguala a caros y baratos.

Sin embargo, el golpe de timón no ha distanciado el juego del que practicó el equipo en el improductivo pasado inmediato. Ahora salen dos extremos, Cristiano y Di María, pero pronto encuentran excusa para jugar a banda cambiada o para escaparse de ella. El portugués, que a ratos parece de mejor humor y más solidario, ha perdido su vocación de jugador periférico, aunque lo disimula bien por su polifuncionalidad. Aún así, de cuando en cuando, le asoma ese aire de justiciero solitario que tan poco ayuda al equipo.

Di María, perdido. Di María, en cambio, lejos de la banda izquierda, forma parte del paisaje. Portero al margen, nada parece menos reciclable en el fútbol que un extremo puro. A Canales, un futbolista de ocurrencias, de último pase, se le exige un trabajo que le resta frescura. En ese papel de correlotodo no da para más de una hora. Ozil, luego, gastó menos y ofreció más.

El resumen fue que el Madrid, al que tampoco ensancharon unos laterales cortos y sin atrevimiento (no se sabe si por iniciativa propia o por prescripción técnica), no embistió ni por un pitón ni por otro. Manejó la posesión con sosería y sólo apretó al final, empujado por la desesperación, que no por el orden ni la mecánica de juego. Y entonces se vio abandonado por la suerte y la puntería. Cristiano se enredó como un juvenil en un mano a mano con Aouate, bien preparado por Benzema. Y a Higuaín, el más espumoso del frente de ataque, le adivinó el israelí un remate a quemarropa con la misma solvencia que le había sacado dos uno contra uno antes, a los que por cierto llegó el argentino trastabillado tras haber sufrido dos faltas no sancionadas.

Antes padeció poco el Mallorca (un par de disparos fuera de Cristiano) y devolvió algunos golpes: un izquierdazo cruzado de Castro, un cabezazo de Nsúe y otro de Víctor y una falta con picante lanzada por De Guzmán. Después entendió que el empate era un bien mayor y encanalló un partido al que el Madrid no supo hincar el diente. La falta de gol trajo los efectos secundarios esperados: pelotazos de los centrales a Benzema que se saltaban dos líneas, falta de paciencia para la elaboración, fútbol sin extremos. Y así se dejó el Madrid dos puntos en la etapa prólogo, demasiado tiempo para el ritmo de castigo que se le presume al campeón.



Fuente: AS (www.as.com)

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