I. FILOSOFÍA Y ASCETISMO.
(…) Es sabido cuáles son las tres pomposas palabras del ideal ascético: pobreza, humildad, castidad; y ahora mírese de cerca la vida de todos los espíritus grandes, fecundos, inventivos, - siempre se volverá a encontrar en ella, hasta cierto grado, esas tres cosas. (…)■
FRIEDRICH NIETZSCHE, LA GENEALOGÍA DE LA MORAL (Un escrito polémico). Alianza Editorial, año 1998. BA 0610, Pág. 141. Traducción de Andrés Sánchez Pascual.
Decir que la filosofía tuvo como zócalo, como sustrato del cual alimentarse, cierto estiércol maloliente, séase el ascetismo, es de una certeza incuestionable. Pero del estiércol se alimentan las cosas bellas, como las flores y el cereal. Bajo los ideales de pobreza, humildad y castidad tuvo que emerger la filosofía, bajo formas tan anti-vitales tuvo que desarrollarse. Esos tres ideales son sumamente hijos del aburrimiento y de un gusto autorturador exquisito, no apto para Hombres soberanos y dinámicos. Esos tres ideales son también la hipocresía de todo ascetismo (institucionalizado al menos: hablemos de Iglesia Católica, Mezquita Islámica, etc.), más dado a la riqueza, a la prepotencia y al vicio.
La pobreza como ideal ha equivalido en la Historia y en la Vida a “matar al pueblo de hambre”. Perdónenme, ¡pero menudo ideal! Ser pobre no es un ideal, no es perfección, la pobreza solo trae decadencia, enfermedad y deformidad intelectual y física. El ideal no debe ser la pobreza; la prodigalidad, la generosidad (no la limosna) y la riqueza deberían ser mejores constituyentes para una salutífera dieta que forjaran el ideal de la riqueza y de la sobreabundancia. Pero este ideal de la riqueza deberá tener su contrapartida en una actitud para ser ideal (y para ser riqueza de verdad), una condición que evite el derroche y ponga límites: la mesura.
La humildad como ideal ha equivalido en la Historia y en la Vida a “empequeñecer al Hombre para reducirlo a una simple masa de carne y huesos obediente o a forjar hombres sumamente vanidosos”. Aquel que desea ser humilde está abocado a ser un hombre pequeño y temeroso… Es un falso ideal, pues un ideal verdadero, o al menos sano, debería empujar al hombre hacia arriba, a ser mejor cada vez. No hay que sentirse pequeño, sino lo suficientemente hombre, lo suficientemente fuerte y soberano para que no te aplasten. Y frente a la humildad ni vanidad ni prepotencia, ni siquiera fuerza, sino un poco de amor propio y de confianza en uno mismo.
Por último, la castidad (algunas fuentes dicen –como Wikipedia– que no debemos confundirla con la abstinencia sexual) como ideal ha equivalido en la Historia y en la Vida “a hacer culpable al hombre de sus pulsiones más vitales –las abocadas a la sexualidad y a otro tipo de impulsos naturales y humanos, demasiado humanos- y a encubrir la impotencia genital y la incapacidad de fecundar del asceta”. La castidad es el ideal más cruel de todos pues proviene de algo muy noble y que requiere fortaleza: “el dominio de sí”. La castidad ascética concibe a todo acto vital el pecado y a cada nuevo nacimiento que prorrumpe la pringue del pecado original (el asceta no hace bienvenida una nueva vida por mucho que la celebren, son radicalmente contradictorios). Este ideal es producto de cierta barbarie doctrinaria y de la gran locura sacerdotal, estamento éste pródigo en pedófilos, pederastas y demás calaña desbordante de vicios. La castidad también enferma al hombre, lo llena de «complejos» y de «mala conciencia» por su condición natural (ver partes anteriores de este ciclo); es un vicio inverso y como tal también es debilidad y un vicio mucho peor; como dice el propio Nietzsche: (…) una vida ascética es una autocontradicción: en ella domina un resentimiento sin igual, el resentimiento de un insaciado instinto y voluntad de poder que quisiera enseñorearse, no de algo existente en la vida, sino de la vida misma, de sus más hondas, fuertes, radicales condiciones (…) (Pág. 152). La premisa parece sencilla: lo vital es pernicioso. Y es que todo aquello que te hace parecer un Dios, es decir: ser pródigo y generoso (soberano), tener amor propio y ser fecundo y dador de vida… no es bienvenido para el asceta.
Espero que se entienda en mi crítica a la castidad. La critico únicamente como ideal ascético. La castidad puede tener multitud de puntos a favor. Puedo entender la castidad como un “domino de sí” (donde uno avasalla sus propios impulsos para convertirlos en beneficio en lugar de ser arrastrado por los mismos para convertirse en un esclavo), como una moderación del placer y sobre todo como una castidad abocada a una sexualidad exclusivamente procreadora, lo que me parece muy noble y muy bello. En su lado opuesto encontramos el vicio. Todo vicio es una debilidad, una forma de perder el control y la autonomía. En nuestra sociedad casi abogaría por cierta castidad, ¡no por abstinencia!, sino por una castidad que traduzco en “domino de sí”, como he dicho anteriormente en este mismo párrafo. La sociedad de consumo y las instituciones políticas empujan al Hombre a saciar sus impulsos de forma desordenada. Y es que vivimos bajo la “moralidad orgiástica progre”, una nueva era Hippie de experimentación sexual y del culto a los vicios: ¡todo menos cultura y dignificación real del Hombre! – Este es el resultado de tanto malentender, sobrevalorar e invertir el significado de libertad. El progre, el ateo y demás forma sacerdotal se muestran así como unos sacerdotes invertidos, pues sus ideales son –al menos en el terreno de la castidad y no en todos los progres, por supuesto- una antítesis radical de la castidad ascética. Ambas me parecen inhumanas, ambas se me iluminan en mi conciencia como antivitales y oscuras con un objetivo claro: encadenar al hombre, asfixiarlo... (sin que se dé cuenta) Así que la antítesis está en la mesa: la castidad sacerdotal contra el libertinaje pseudoascético. Ambos falsos ideales son defendidos por pastores, y ambos con una conciencia clara de negación de la vida. Para ejemplos podemos verlos en las últimas novedades sobre las leyes que incitan al aborto libre, en la nula y degenerada educación sexual en los colegios e institutos, en series adolescentes donde el sexo se muestra sin tapujos como un simple juego, en pornografía hasta en la sopa –TV, Internet, etc.-…
Conclusión: tanto el sacerdote ascético (fomentador de vicios invertidos: contención de impulsos y condenación de los mismos) como el sacerdote no-ascético (fomentador de vicios al uso: libre curso a los impulsos hasta el libertinaje) quieren dominar el rebaño ya sea dando o arrebatando; desgraciadamente la mayoría de las personas son enfermos sin conocimiento de sí, a esa mayoría le debemos toda esta basura moral que gobierna las conciencias y toda estupidez. Se lo debemos a la ubicua ignorancia, inopia e inconsciencia, con la que los ingenieros sociales hacen auténticas maravillas…
Y el asceta, depositario de falsos ideales, es la “sombría forma larvaria”, como diría Nietzsche, “bajo la cual le fue permitido a la filosofía vivir y andar rodando de un sitio para otro” (Pág. 150). Eso sí, al asceta hemos de agradecerle todo tipo de filosofía, hemos de quererle como a un padre y como a una madre a la vez (¿asceta como ser asexuado pero hermafrodita? –interesante), pero también enseñarle nuestros dientes y decirle que es nuestro enemigo y nuestra «mala conciencia»; y con todo esto no negar sus virtudes, que son de las que aprendemos a desaprenderlas, pues en definitiva, no es ideal la «autotortura ascética». Sin embargo, desprecio (no odio) al sacerdote pseudoascético, pues a éste no habrá que agradecerle nada, si acaso la muerte definitiva de la filosofía.
(…) disfrazarse de sacerdote, mago, adivino, de hombre religioso en todo caso, para ser siquiera posible en cierta medida: el ideal ascético le ha servido durante mucho tiempo al filósofo como forma de presentación, como presupuesto de su existencia, - tuvo que representar ese ideal para poder ser filósofo, tuvo que creer en él para poder representarlo. La actitud apartada de los filósofos, actitud peculiarmente negadora del mundo, hostil a la vida, incrédula con respecto a los sentidos, desensualizada, que ha sido mantenida hasta la época más reciente y que por ello casi ha valido como la actitud filosófica en sí, esa actitud es sobre todo una consecuencia de la precariedad de condiciones en que la filosofía nació y existió en general: pues, en efecto, durante un período larguísimo de tiempo la filosofía no hubiera sido en absoluto posible en la tierra sin una cobertura y un disfraz ascéticos, sin una autotergiversación ascética. Dicho de manera palpable y manifiesta: el sacerdote ascético ha constituido, hasta la época más reciente, la repugnante y sombría forma larvaria, única bajo la cual le fue permitido a la filosofía vivir y andar rodando de un sitio para otro... (…)■
FRIEDRICH NIETZSCHE, LA GENEALOGÍA DE LA MORAL (Un escrito polémico). Alianza Editorial, año 1998. BA 0610, Pág. 150. Traducción de Andrés Sánchez Pascual.■
II. LA REDENCIÓN DE LOS ENFERMOS.
(…) cuando lograsen introducir en la conciencia de los afortunados su propia miseria, toda miseria en general: de tal manera que éstos empezasen un día a avergonzarse de su felicidad y se dijesen tal vez unos a otros: «¡es una ignominia ser feliz!, ¡hay tanta miseria!...» Pero no podría haber malentendido mayor y más nefasto que el consistente en que los afortunados, los bien constituidos, los poderosos de cuerpo y de alma, comenzasen a dudar así de su derecho a la felicidad. (Pincha aquí para seguir leyendo) (…)
FRIEDRICH NIETZSCHE, LA GENEALOGÍA DE LA MORAL (Un escrito polémico). Alianza Editorial, año 1998. BA 0610, Pág. 160-162. Traducción de Andrés Sánchez Pascual.■
NOTA: Recomiendo que se lea el texto de arriba íntegramente, no solamente para que se advierta convenientemente de qué hablo, sino porque además Nietzsche dice lo que digo abajo y varias cosas más que yo no sabría explicar de forma tan certera y arrebatadora.
Son muchos quienes carecen de la fuerza de voluntad para vivir. Ya sea por naturaleza o por contagio muchos necesitan mirar a lo alto para encontrar consuelo y un sentido a la vida y a todo sufrimiento. ¿Acaso no saben que aquel que ven en lo alto no les tiene en cuenta, que como buen Hombre constituido solamente hace caso a sus iguales? ¡¿Tan difícil es simplemente vivir?! Esa debilidad de la voluntad, ese vicio por lo pernicioso, es la enfermedad del hombre por excelencia, una enfermedad contagiosa y de difícil curación. El rebaño de enfermos es el objeto de todo asceta, pues el asceta se muestra como sanador mediante la potenciación y fortalecimiento de la enfermedad (paradójicamente), pues su dominio sobre los débiles reside en que sean débiles. El asceta debe consolarles, y aún siendo igualmente unos pusilánimes, poseen la destreza suficiente y la malicia infinita -combinada con los subterfugios más groseros de la inteligencia- para elevarse como seres superiores sobre su rebaño. Son los pastores de la podredumbre de espíritu, son aristócratas invertidos, unos auténticos matasanos.
Nietzsche recomienda al hombre sano, de constitución fuerte y con conciencia soberana, no acercarse a este tipo de seres debiluchos y enfermizos. El fuerte tiene su derecho a existir, un pathos de la distancia se hace necesario. Como dice Nietzsche, “lo superior no debe degradarse a ser el instrumento de lo inferior”. Desgraciadamente, dicha mezcla se ha dado siempre, pues el hombre superior, hombre noble “de quien de todos se fía”, ha abusado de su magnanimidad. ¡Ya basta! Ahora tenemos que ser más desconfiados, más aviesos, más rapaces que nunca… ¡Ha llegado el momento de defenderse! ¡A por los enfermos! Y no fiaros de ellos, y menos de sus líderes… ¡A por ellos sin piedad, sin compasión! Su pena nos hará dudar, la culpa que nos lanzarán será enorme y nuestras conciencias puede que sufran, su moral intentará invertirnos a nosotros los hombres bien constituidos y de buena compañía, los pastores nos querrán poner el lazo… pero deberemos ser pertinaces, desenfrenados, violentos, tempestuosos, malvados… Creo que ya es hora de una nueva era de hombres y mujeres sanos y de buena naturaleza, tanto anímica como física. ¡Basta de ascetas y de pseudoascetas!
Los infelices enfermos acostumbran a ser unos envidiosos. Tanto es así que sufren cuando son felices y de la felicidad de los demás si es auténtica y con «buena conciencia»: sólo encuentran placer y bienestar en su enfermedad. Los infectados te echarán en cara toda felicidad, toda demostración de salud. Los pusilánimes han conseguido que en el mundo todo se ponga del revés, la inversión de los valores es también la inversión de los estados anímicos, y así no es difícil entrever cómo la alegría ha decaído tanto y el sufrimiento martoriológico ha sido tan ensalzado. Y culpa de esto lo tienen los ideales ascéticos, esos ideales para cansados, para derrotados, para…■
III. ARTE E IDEAL ASCÉTICO Y UNA CRÍTICA A LA VERDAD.
(…) ciencia e ideal ascético, se apoyan, en efecto, sobre el mismo terreno -ya di a entender esto-: a saber, sobre la misma fe en la inestimabilidad, incriticabilidad de la verdad, y por esto mismo son necesariamente aliados, - de modo que, en el supuesto de que se los combata, no se los puede combatir y poner en entredicho nunca más que de manera conjunta. Una apreciación del valor del ideal ascético trae consigo inevitablemente también una apreciación del valor de la ciencia: ¡ábranse los ojos y agúcense los oídos para percibir tal cosa en todos los tiempos! (El arte, dicho sea de manera anticipada, pues alguna vez volveré sobre el tema con más detenimiento, -el arte, en el cual precisamente la mentira se santifica, y la voluntad de engaño tiene a su favor la buena conciencia, se opone al ideal ascético mucho más radicalmente que la ciencia: así lo advirtió el instinto de Platón, el más grande enemigo del arte producido hasta ahora por Europa. Platón contra Homero: éste es el antagonismo total, genuino - de un lado el «allendista» con la mejor voluntad, el gran calumniador de la vida, de otro el involuntario divinizador de ésta, la áurea naturaleza. Una sujeción del artista al servicio del ideal ascético es por ello la más propia corrupción de aquel que pueda haber, y, por desgracia, una de las más frecuentes: pues nada es más corruptible que un artista.) (…)
FRIEDRICH NIETZSCHE, LA GENEALOGÍA DE LA MORAL (Un escrito polémico). Alianza Editorial, año 1998. BA 0610, Pág. 194-195. Traducción de Andrés Sánchez Pascual.
La ciencia y las posturas ateístas son una contradicción del ideal ascético pero no su antagonismo, pues ambos buscan las verdades absolutas e irrefutables. Como contrapartida un nuevo tipo de filósofo, llámese librepensador, un filósofo más parecido a un artista, un filósofo alejado del ideal ascético, más cercano a otro tipo de virtudes más sanas y vitales. Y es que la tarea de un librepensador no es la verdad, al menos no la verdad como medio, sino que su tarea reside en la falsedad, en la mentira, y esta como medio para llegar a la verdad. A la verdad no se llega directamente; ese ha sido, a mi juicio, el gran error de aquellos que de forma obstinada, valiente y esforzada han emprendido el plausibilísimo y poco valorado camino hacia la verdad y a lo verdadero. Tal vez, por esta razón, sea el librepensador un hombre bien cercano al arte, pues cultiva la mentira como manifestación real de la vida y lo falso como realidad inasumible por muchos pero cierta e irrefutable: sólo el arte ascético priva al librepensador de verse en su mundo sin mugre. Como dice Nietzsche: «Platón contra Homero: éste es el antagonismo total».
Pero bien, critiquemos a la verdad. Hemos de hacer énfasis en que la verdad en sí no es criticable siempre que sea lo suficientemente cierta. Lo criticable en realidad es el valor de la verdad, o mejor dicho, el valor dado a la verdad y lo que con ella se ha consumado, es decir, aquella utilización maléfica de la verdad, esa interesada denominación de verdad a cosas que no lo son. La verdad es autoritaria, convierte en dogma todo lo que toca… ¡cuidado con la verdad!, ¡cuidado con aquellos que hablan de la verdad, de ser veraces!
Si algo demuestra la Historia científica y religiosa y la propia clase de hombres libres que lucharon en su momento histórico “en contra de la verdad” (así debió de vérseles en su propia época paradójicamente, como negadores de la verdad, de lo cierto, de lo absoluto) es que no hay nada que haga brotar más sospechas que la mismísima verdad. La verdad otorgada a las cosas por el hombre es bastante ciega. Si Copérnico no hubiera insistido en su teoría heliocéntrica –y posteriormente Galileo y Kepler- del sistema solar (cosa que ya atisbó Heráclides Póntico -aprox. 390-310 a.n.e.-, astrónomo y filósofo griego) Europa seguiría sumida en lo “verdadero” cinco siglos más (intúyase mi ironía). Así que no denostemos lo falso, no denostemos a los “locos”. La idea de verdad es siempre una idea dominante y no siempre una idea cierta e indudable, es la idea que suma más egos y más conciencias a su favor, pero solamente eso. La verdad siempre se ha valido de la “fuerza” y del número para justificar su certeza. Y no únicamente la “fuerza” y el número, sino mucho uso de la Razón, del raciocinio, en pos de la defensa de una verdad equivocada. Y es que hay que decirlo, si bien la inquisición y los estamentos religiosos atascaban los desmarañamientos de la verdad establecida, hoy la ciencia con su disfraz democrático funciona con el mismo dogmatismo. La ciencia es una religión doctrinaria con tantas afinidades con la religión al uso que su confrontación equivale a la de dos sectas cristianas durante el Medievo. Y sé que exagero, pero es que hay algo muy sospechoso y muy extraño: ciencia y religión quieren verdades absolutas e irrefutables. Sin embargo, la religión ha hecho todo lo que ha estado en su mano en contra de la certeza, por ello es bastante lícito tener cierta desconfianza en la ciencia, una ciencia que sea dicho no responde a postulados metafísicos y del más allá, pero si a las grandes corporaciones y capitales: el dinero como una nueva fe que mueve montañas, las infraestructuras de las multinacionales como nuevos templos, el proletariado como creyentes estúpidos que buscan consuelo en el capitalista y…■
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