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domingo, 25 de septiembre de 2011

Después de la caída de Perón (en la que jugaron papel decisivo los judíos Eduardo Vuletich y Abraham Krislavin por­que le fingieron lealtad para luego enredarlo en dificultades con los católicos), tomó el poder el israelita argentino Isaac Rojas y desde entonces comenzó a propiciarse en Argentina la proliferación del co­munismo. Más tarde subió a la Presidencia Arturo Frondizi, quien puso en marcha en 1958 el plan comunista del magnate Frigerio y del judío Hojvat, de Gringauz y de Marchinandiarena. El Padre Meinvielle es­pecifica que el supercapitalismo se acrecentó entonces en Argentina impulsado por el Banco Kuhn Loeb & Co. "Detrás de este superca­pitalismo financiero internacional judío —dice— está también el Departamento de Estado de los Estados Unidos, cuya buro­cracia ha sido denunciada repetidas veces como minada por los comunistas". El supercapitalismo operaba por un lado empobre­ciendo a las masas argentinas, en tanto que los agitadores rojos ope­raban por el otro moviendo a las masas hacia el comunismo. La in­filtración marxista se extendió a todos los sectores; la labor comunizante de la Facultad de Filosofía disfrutó de un subsidio de 260 mil dólares de la Fundación Ford, que desde la muerte de Henry Ford cayó en poder del supercapitalismo hebreo. Hasta el movimiento pe­ronista fue infiltrado por los rojos Buceta, Caballiere, Mell, Tedesco y Saúl Hecker, financiados por Silvio Frondizi, hermano del Presidente.


Alarmados ante la penetración roja, 33 obispos encabezados por el Cardenal Antonio Caggiano formularon una declaración el 20 de febrero de 1959 en que daban la voz de alerta y señalaban que ma­sonería y comunismo marchan en Iberoamérica hacia el mismo objetivo. Muy significativamente esa declaración fue silenciada por el monopo­lio informativo internacional de prensa. El mismo Cardenal Caggiano agregó después que la infiltración comunista está realizándose hasta en algunas escuelas religiosas de aquel país y en todas las clases so­ciales de América. Hizo ver que el bando no comunista carece actual­mente de unidad para hacerle frente a ese peligro.

Monseñor Antonio Plaza, arzobispo de La Plata, denunció en octu­bre de 1959 que la quema de iglesias el 16 de junio de 1955 no había sido obra de Perón, sino de masones que se ostentaban falsamente como peronistas. Luego reiteró su denuncia y aportó más datos y días después le fue colocada una bomba en el Palacio arzobispal, aun­que él resultó ileso.

Bajo el disfraz de "legalista", Frondizi aceleraba la marcha comunizante de Argentina, mientras su hermano Silvio abogaba públicamente (julio 21 de 1960) por la implantación en toda Iberoamérica de regímenes como el de Castro Ruz. Para 1962 la conjura Roja era ya tan evidente que ocurrió una reacción saludable en el Ejército y Fron­dizi fue derrocado. Los militares iban a formar una Junta de Gobierno que barriera con toda la infiltración marxista, pero en ese momento intervino el Departamento de Estado Americano amenazando con sus­pender toda la ayuda financiera .si se rompía "el orden constitucional", y en esta forma logró que se quedara de Presidente el Vicepresidente Guido, que es de la gente de Frondizi. El avance comunista fue con­siderablemente frenado, pero la conjura siguió adelante con los judíos Bezronik, Goldbard y Siwak, en las finanzas, y con numerosas células en universidades, sindicatos, periódicos y cuarteles.
Bajo el régimen del Presidente Arturo Illía la penetración comunista fue tomando mayor fuerza y se puso de manifiesto que uno de sus protectores era el "genio financiero" judío Simón Golchausky, quien junto con otros congéneres suyos ayudaba con fondos de la financiera "Capital, S. A.", del Banco Para el Comercio de Suiza e Israel, de la Toremgh Trade Bank, de la Mortgagzano Bank y de otras casas bancarias.

En junio de 1966 el régimen de Illía fue derrocado por el ejército argentino, el cual acabó con la poderosa célula comunista que operaba en las universidades, bajo la protección de la "autonomía". El mono­polio internacional informativo acusó al nuevo régimen (encabezado por el general Onganía) de ser una dictadura. La Alianza Israelita, lo mismo que el Departamento de Estado americano, se movieron activa­mente para presionar a Onganía e impedir que las financieras judías (patrocinadoras de la infiltración comunista) fueran a ser intervenidas, como se rumoreaba.

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