10 de diciembre de 1898. España firma el Tratado de París mediante el cuál renuncia a su soberanía territorial sobre Cuba, Puerto Rico y las Islas Filipinas. España pierde así sus últimas posesiones ultramarinas, quedando así su influencia colonial limitada a la Guinea Española (Guinea Ecuatorial), el Sáhara Occidental o Sáhara español, y el Rif, el Marruecos español. España había ido perdiendo posesiones americanas por medio de declaraciones unilaterales de independencia y guerras coloniales infructíferas para la metrópoli durante todo el siglo XIX. A mediados del siglo XIX, el sol aún no se ponía en el Imperio Español, pero España era una nación atrasada industrial y políticamente respecto al resto de Europa. El siglo XIX fue el siglo en el que España fue paulatinamente pasando de estar entre los primeros puestos de influencia mundial hasta convertirse en una potencia muy secundaria, tanto como para permanecer neutral en los dos conflictos mundiales que caracterizarían la primera mitad del siguiente siglo.
En Cuba, existían ya varios movimientos independentistas que bebían de las teorías políticas de otros jóvenes estados hispanoamericanos, así como de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América. Uno de los más destacados independentistas era José Martí.
Hijo de un valenciano y de una canaria, Martí desde joven se identificó con la opción independentista. Siempre fue observado y controlado por las autoridades españolas, llegando a estar encarcelado por sus excesivas manifestaciones en contra de la soberanía española sobre la isla. Martí había viajado por diferentes países hispanoamericanos, jóvenes estados en los que había mucha gente que simpatizaba con la idea de una Cuba independiente, así como por EEUU, donde el interés no era meramente ideológico.
Equilibrando el poder entre militares y civiles para no repetir los erores de los fallidos intentos de levantamiento pasados y tras reunirse con Antonio Maceo, y con Máximo Gómez, Martí desembarcó desde Haití al mando de una reducida fuerza militar en las Playitas de Cajobabo, coincidiendo con el Grito de Baire y muchas zonas del oriente cubano. En la República Dominicana se firmó el Manifiesto de Montecristi, en el que se reconocía la necesidad imperiosa de una Cuba independiente.
Martí murió casi nada más iniciar la guerra, pero esto no hizo sino convertirlo en mártir y hacer que las fuerzas independentistas luchasen con un mayor ahínco y arrojo. Los independentistas avanzaron hacia el oeste de la isla poco a poco, hasta encontrarse con las fuerzas españolas casi en el centro de Cuba, infantería profesional y fortificaciones terrestres, principalmente. Las fuerzas independentistas, que ya habían tejido una red política en toda la isla, consiguieron levantamientos en muchas ciudades importantes y un aparente descontrol por parte del general Martínez Campos, quien fue sustituido por el general Valeriano Weyler, quien al mando de 25000 hombres, moderno equipamiento terrestre y control de costas no pudo contener a los rebeldes. Weyler había sido especialmente cruel con el campesinado cubano, conentrándolo en condiciones muchas veces infrahumanas en las plazas ocupadas por las fuerzas españolas.
Pero la guerra torna de un tinte totalmente diferente cuando un acorazado norteamericano, de aquellas primeras grandes embarcaciones bálicas metálicas, explotó
en el puerto de La Habana cuando se encontraba de visita en Cuba. Un aparente conflicto colonial iba a convertirse en un conflicto internacional con la definitiva caída del Imperio español como triste desenlace.
Fernando Salazar
miércoles, 28 de diciembre de 2011
El Baúl de la Historia: "Más se perdió en Cuba (I)"
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Fernando Salazar
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El Baúl de la Historia,
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