El Real Madrid resulta ser un ciclón en el Sánchez Pizjuán. - La Nación Digital

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domingo, 18 de diciembre de 2011

El Real Madrid resulta ser un ciclón en el Sánchez Pizjuán.


Decía Rocky Marciano que no encontraba sentido a bailar el vals con un tipo durante diez asaltos cuando le podía derribar en el primero. El Madrid comparte esa mentalidad de campeón de los pesos pesados. Juega sin concesiones, como si hubiera pasado hambre, como si se entrenara en el frigorífico de un matadero. Sus goles no terminan en la red, sino en el mentón del contrario. Disculpen al Sevilla si en los últimos minutos sólo veía estrellas en diferentes formaciones circulares. Tiene mucho mérito que en mitad de ese trance psicodélico Negredo anotara un gol. Y en la portería adecuada.

El marcador comenzó inclinado por la ley de la gravedad y acabó arrastrado por el destino, como si una fuerza superior impulsara a los jugadores a la repetición del 2-6 de la pasada temporada. Vértigo, ambición, querencia a las tablas, círculo sagrado. Llámenlo como prefieran. Sólo así se explican los últimos tantos, desconectados de la competencia del resto del partido.

Lo de antes fue lo de siempre. Lo inevitable cuando el Madrid tiene campo y carece de complejos. Lo hemos dicho ya y tocará repetirlo más veces. No hay mejor equipo a la carrera, ninguno tan mortífero al contraataque. Nadie tan fuerte. Cuando un partido se transforma en un decatlón lo gana, indefectiblemente, el Madrid. Los acertijos son otra historia.

El Sevilla no hizo nada tan mal como para encajar seis goles, al menos al principio. Marcelino concentró su estrategia defensiva en anticiparse al penúltimo pase y en destruir las paredes del enemigo. Lo llenó todo de escombros. Y no le bastó. Cualquier escape era de gas. Natural y mostaza.

Varas evitó el tanto de Benzema a los ocho minutos, pero nada pudo hacer frente a Cristiano poco más tarde. Tres cuartas partes del gol hay que apuntárselas a Di María, que mete pases con la naturalidad de quien da de comer a los delfines. Lo volvió a demostrar con Callejón. En este caso el envío fue tan preciso que el canterano sólo tuvo que besar el balón con la bota (castamente) para marcar el segundo.

Entre uno y otro, el Sevilla abrió la puerta que le hubiera conducido, probablemente, a otro partido y a otro mundo, quién sabe si victorioso. Casillas dio el portazo. Su parada a Del Moral recordó a la que le hizo a Perotti en 2009. La acción se desarrolló por un lado y se resolvió por el otro. El prodigio es que Casillas llegó al palo antes que nuestros ojos. Fue Muhammad Alí quien dijo que era tan rápido como para apagar la luz y meterse en la cama antes de que estuviera oscuro. Iker también puede.

Cristiano terminó con la intriga con un cañonazo bestial, uno de esos disparos que le matan cien demonios interiores. Así, con el 0-3, dolió menos la expulsión de Pepe, fiel a su naturaleza de escorpión.

Insaciable. El Sevilla continuó porfiando, actitud honorable pese al chaparrón. Y cuando más cerca estuvo del gol, volvió a marcar el Madrid, Di María el insaciable. No lo hizo por molestar, ni para apuntarse el mérito; sólo para rendir homenaje al suegro fallecido.

Lo que siguió fue la locura antes citada. El empeño por cerrar un círculo que al Sevilla le dibuja una soga y al Madrid una rueda. Otra.



Fuente: AS (www.as.com)

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