Pasó rápido el año. O eso me ha parecido a mí. Al final, será cierto lo que me dijeron de que, cuando se pasa cierta edad, la perspectiva del tiempo se hace mucho más veloz.
Día tras día, semana tras semana, mes tras mes… ¡Y ya estamos, otra vez, en vísperas del día de Navidad! Por si alguno lo desconoce, el día 25 de diciembre se celebra el nacimiento de Jesucristo, Nuestro Señor, que vino al mundo para traer la salvación a todos los hombres (la aclaración podrá parecer una estupidez, pero quizá le venga bien a quien no recuerda por qué la gente tiene la costumbre de reunirse la noche del 24 de diciembre con la familia para cenar).
Como de un tiempo a esta parte me encuentro profundamente molesto y disconforme con todo aquello relacionado con la especie humana (no, “progres”, no me da la gana de pronunciar esa expresión de “raza humana” porque es errónea y os la podéis meter por donde os quepa), este año tan sólo pienso desear una feliz Navidad a todos aquellos a los que pueda considerar como camaradas o a la familia, que es de lo poco que tengo en este mundo. Los demás, todos aquellos que no entren dentro de esos límites, pueden irse bien lejos, porque ya estoy bastante hastiado de “progres”, liberales y falsos católicos.
Hay momentos en los que me alegro de que Dios sea misericordioso y, por eso, decidiera enviar a su Hijo para salvar a toda la Humanidad (menudo disgusto se llevarían los integrantes del “pueblo elegido” cuando comprobaran que el Mesías esperado no iba a esclavizar al mundo para ellos, sino que liberaría a los hombres de todas las naciones con su mensaje de fe, esperanza y salvación). Pero yo no soy tan misericordioso como nuestro Padre Celestial y no puedo evitar sentir un profundo desprecio hacia todo aquello que me rodea y que es responsable de que nuestro pueblo y todas las naciones del mundo vayan camino del precipicio a causa de la ruina moral, social y económica. Sé que no estará bien desear cosas horribles a los demás, pero únicamente soy un hombre… y tengo sentimientos e impulsos que no tienen por qué estar dentro de los límites de lo “socialmente correcto”.
En fin, Señor, no sé si te valdría la pena morir por los hombres… pero te agradezco, de todo corazón, tu sufrimiento y tus desvelos por cuidar de nosotros.
Como no me quiero enrollar mucho, ya que me imagino que mis lectores andarán estos días muy ocupados con los asuntos familiares que demanden su presencia, quiero desear a mis camaradas católicos una feliz Navidad (y que los no católicos no se piensen que me olvido de ellos; les deseo un feliz solsticio de invierno).
En cuanto al resto de la sociedad… dejo a la libre interpretación de cada cual lo que les pueda desear (eso sí, antes de ponerme a parir, más de uno debería recordar las cenas de Navidad celebradas o los regalos recibidos a causa de una efeméride tan “retrógrada” y una festividad de la Iglesia Católica como es la Navidad).
viernes, 23 de diciembre de 2011
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