Una de las principales incógnitas que rodean la muerte del almirante Luis Carrero Blanco, a manos de ETA, es casi cuarenta años después la composición del explosivo utilizado por los terroristas. La magnitud del atentado hizo extremadamente complejo poder realizar un estudio certero, puesto que el material empleado resultó “contaminado”. En ninguno de los más de 3.000 folios que conforman el sumario 142/73 tras la instrucción de la ‘Operación Ogro’ aparece un análisis científico que asegure prácticamente al cien por cien el tipo de sustancias que contenía la bomba.
‘LA GACETA’ ha tenido acceso a dicho sumario y ha podido constatar cómo las pesquisas policiales albergan más conjeturas que pruebas. Según hemos podido saber, el explosivo fue alterado con el componente C-4 (ciclotrimetilentrinitramina, también se conoce como RDX), de uso militar y ampliamente utilizado por el Ejército de Estados Unidos en la guerra de Vietnam.
¿Cómo podía ser introducido en España el C-4? Las vías más directas e inmediatas eran las bases americanas, especialmente las de Rota (Cádiz) y Torrejón de Ardoz (Madrid) por albergar un mayor tráfico de mercancías. En 2003, un diario nacional entrevistó a un oficial del Ejército que dijo haber participado en el operativo que acabó con la vida de ‘Argala’ en 1978. En una de sus respuestas sobre la acción de venganza, reveló que “los explosivos (colocados luego bajo el vehículo del etarra) salieron de una base norteamericana”. “No recuerdo con exactitud si fue de Torrejón o de Rota”, agregó.
La larga y compleja investigación del magnicidio se inició nada más producirse el atentado, aquel 20 de diciembre de 1973. Personal técnico de la Maestranza de Artillería se desplazó de inmediato hasta el número 104 de la calle madrileña Claudio Coello. Allí, sobre el terreno aún candente, tras el rastreo oportuno, facilitaron un primer informe en el que se “señala que la galería (desde el sótano de la finca hasta la calzada) había sido utilizada para colocar una carga explosiva de alta potencia, difícil de determinar, ya que la tierra calcinada en el embudo del socavón había estado sujeta a la acción del agua durante varias horas”. Asimismo, los peritos indicaron que “los explosivos habían sido colocados en sentido longitudinal (…), calculando en 50 kg. de dinamita la carga que situaron en el terminal de la referida galería”.
En otro de los folios del sumario, el Servicio Central de Documentación-SECED (aparato de Inteligencia del tardofranqusimo, que luego se convirtió en el CESID y posteriormente en el CNI) amplía que “observado el embudo producido por la explosión y lugares próximos, no se ha podido sacar en consecuencia el tipo de explosivo empleado, ya que dicho embudo quedó anegado por el agua producida por la rotura de las cañerías, impidiendo el acceso a la cámara de fuego”. Y añade: “Se precisarían análisis especiales de las tierras para obtener algún dato que permitiera tal conclusión”.
Efectuados posteriores análisis en las semanas siguientes al crimen, el SECED realiza una serie de conclusiones en las que intenta zanjar las especulaciones sobre el artefacto. En ellas, certifica que “debido a no conocerse el tipo de explosivo empleado, no se puede determinar con exactitud la cantidad del mismo utilizada”. “No obstante –prosigue-, y con fines exclusivamente orientativos, se precisan 200 kilos de trilita colocados en cinco cargas de 40 kilos cada una, para obtener un embudo de características análogas al existente. Dicha carga, transformada en explosivo plástico, equivaldría a unos 190 kilos del ‘XP’, utilizado en el Ejército o a 304 kilos de dinamita normal”.
Los peritos se limitan a aquí a formular aproximaciones. Sin embargo, sí que aportan un detallado desglose de la composición de la bomba escondida en el Austin 1.300 M-893.948, el coche trampa que no llegó a explotar por un fallo técnico y fue utilizado por los etarras para asegurar el objetivo. Sobre la bomba encontrada en el maletero de dicho vehículo, en primer lugar, el servicio de Inteligencia relata que contenía un envase de plástico de 20 x 18 x 20 ctms., con boca circular de 9 ctms. de diámetro, ocupando algo más de dos tercios del depósito y cuyo peso, con el envase, se elevaba a 9,250 kilos.
En cuanto a su composición, según la Policía Científica, presentaba nitrato amónico (al 59,88%), nitroglicerina (27,76%), nitrocelulosa (1,35%), dinitrotolueno y trinitotoluneo (5,87%) y serrín y resto insoluble, al 2,60%. A este respecto, y a diferencia de la falta de concreción que muestran sobre el artefacto principal, los peritos subrayan en este caso que la composición de la bomba localizada en el Austin “coincide significativamente con la del explosivo Goma 2E-C (denominación oficial Gelamonita 1-D), que fabrica la Unión Española de Explosivos”.
Once meses antes del día D, los etarras dieron un golpe estratégico e imprescindible para luego perpetrar el plan urdido. El 31 de enero de 1973, un comando integrado, entre otros, por el jefe etarra Eustaquio Mendizábal, alias ‘Txikia’, Jesús María Zabarte Arregui, alias ‘Bigotes’, y José Antonio Urruticoechea Bengoechea, ‘Yosu’, se introduce en un polvorín de la Unión Española de Explosivos, localizado en el barrio hernaniarra de Epeleko-Etxeberri, y roba 3.000 kilos de dinamita en unas 120 cajas.
Unas semanas después, la detención de los ‘liberados’ Miguel Lascudain, Lorenzo Eguía, José María Yarza y Manuel Irasasa Iturrior condujo a la Policía a un garaje de Lasarte donde hallaron 2.500 kilos de la dinamita sustraída en Hernani. Del botín inicial, sólo faltaban 21 cajas, siete de las cuales habían sido empleadas en la voladura del chalet del industrial Lorenzo Zabala. El resto fueron repartidas entre “otros varios cómplices para inmediatas acciones” (ABC, 4/3/73). Meses después, el 10 de octubre aparecieron otros noventa kilos de la misma dinamita en un puente la variante de Amara, en San Sebastián.
De este modo, descontando los 9 kilos que fueron al maletero del Austin 1.300, sólo se habría perdido la pista a 230 kilos de dinamita, una cantidad que, aunque hubiese ido a parar íntegramente a manos de los asesinos de Carrero Blanco, estaba aún lejos de los 304 kilos que, según los peritos, eran necesarios para provocar un efecto devastador como el acontecido en la calle Claudio Coello.
Los propios etarras quedaron sorprendidos de la magnitud de la detonación. ¿Usaron algún otro componente, además de la dinamita, en el diseño del explosivo que mató al presidente del Gobierno? Esta es la gran pregunta. La teoría más extendida sostiene que la carga accionada por José María Beñarán Ordeñana, ‘Argala’, había sido elaborada con dinamita procedente de aquel robo del polvorín de Hernani. Domingo Iturbe Abásolo, ‘Txomin’, e Ignacio Múgica Arregui, ‘Ezquerra’, la había recogido en Burgos y trasladado de Burgos a Madrid pocos días antes, según cuenta Florencio Domíngez en 'Josu Ternera. Una vida en ETA' (2006).
Sin embargo, y en paralelo, existe otra tesis según la cual el explosivo fue alterado con el componente C-4 (ciclotrimetilentrinitramina, también se conoce como RDX), de uso militar y ampliamente utilizado por el Ejército de Estados Unidos en la guerra de Vietnam. ¿Cómo podía ser introducido en España el C-4? Las vías más directas e inmediatas eran las bases americanas, especialmente las de Rota (Cádiz) y Torrejón de Ardoz (Madrid) por albergar un mayor tráfico de mercancías. En 2003, un diario nacional entrevistó a un oficial del Ejército que dijo haber participado en el operativo que acabó con la vida de ‘Argala’ en 1978. En una de sus respuestas sobre la acción de venganza, reveló que “los explosivos (colocados luego bajo el vehículo del etarra) salieron de una base norteamericana”. “No recuerdo con exactitud si fue de Torrejón o de Rota”, agregó.
En cuanto al enclave militar madrileño, al parecer, los servicios de espionaje españoles hicieron entrega al entonces fiscal general del Tribunal Supremo, Fernando Herrero-Tejedor, de un informe que aludía a “la llegada a la base de Torrejón de diez minas antitanques procedentes de Fort Bliss” con anterioridad al atentado del 20-D. Herrero-Tejedor fue el mismo que quiso aprovechar la apertura del año judicial en septiembre de 1974 -nueve meses del magnicidio y nueve antes de su muerte en un accidente de carretera- para manifestar que no estaba descartada la participación de organizaciones distintas a ETA en el asesinato de Carrero Blanco. En cambio, frente a esas sospechas alrededor de la base de Torrejón, nunca se había puesto el foco de atención sobre la estación aeronaval de Rota, una línea de investigación que descubre ‘LA GACETA’ en estas páginas.
El pasado 16 de enero de 2011, este periódico publico en exclusiva las dos hojas de una nota enviada desde Francia, según la cual, la Guardia Civil sabía desde un año antes que Carrero era objetivo de ETA. Ahora, este mismo diario ha tenido acceso -y aquí aparece reproducido por primera vez en prensa- al segundo y único cable que siguió a dicha nota. Confidentes de la Benemérita en el país galo remitieron a finales de 1972 sendos informes en los que ya se da cuenta de las intenciones de ETA de actuar contra altas personalidades como el entonces vicepresidente del Gobierno, Luis Carrero Blanco, y el director general de la Guardia Civil, Carlos Iniesta Cano. El segundo cable, con fecha de 17 de diciembre del citado año, firmado por “Agente Principal-Francia” y cuyo titulo reza “Entrada en España de comandos de ETA-ENBATA con fines terroristas”, revela que en noviembre de 1972 habían entrado en territorio español “elementos pertenecientes a las organizaciones separatistas vascas”. Los confidentes indican que los etarras, procedentes de suelo francés, efectuaron su paso por Dancharinea (Navarra) y las zonas de Roca Pinet, Port Negre y Pla de Llosas, del Principado del Andorra. Asimismo, los colaboradores de la Guardia Civil detallan que los pistoleros habían conformado cinco comandos con destino a Cataluña, Levante, Sevilla, Algeciras y Madrid. Para suministrarles armas, la banda había establecido, según los informantes, dos puntos fijos en Levante y el Sur. La nota se detiene en esta última localización y relaciona, aunque sin dar nada por seguro, el aparato logístico de los etarras con “el contrabando de armas que al parecer se realiza desde la base de Rota (Cádiz)”. Dos circunstancias coincidían entonces: a) en torno a esta base se podía acceder al destructor C-4 y b) ETA ya tenía desplegado un comando en sus inmediaciones, con movimientos desde Algeciras. Una oportunidad perfecta para ampliar su arsenal.
La víspera del 20-D, el secretario de Estado de EE UU, Henry Kissinger, mantuvo en Madrid una agria entrevista con el presidente del Gobierno. La situación siguió igual al término de la misma. Carrero Blanco sostuvo su negativa a que aviones estadounidenses usaran las bases españolas para apoyar a Israel en la guerra del Yom Kippur. Al mismo tiempo, el deseo de Washington de un aperturismo político para España se acrecentaba. El panorama fue muy diferente tan sólo unas horas después. “La democracia liberal es inviable para España por sus anteriores fracasos históricos”, había sentenciado Carrero.
Fuente: La Gaceta (www.intereconomia.com)
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