El alboroto montado en torno a los juicios a los que está siendo sometido Garzón tiene una explicación muy sencilla: ese señor, juez de oficio y sabedor de cuáles eran sus competencias, quebrantó la ley mientras sabía lo que estaba haciendo; la polémica viene de que ciertos individuos con peso en la política anteponen sus rencores ideológicos frente a lo que establece la ley. Al revés de lo que se piensan muchos de los que apelan al Estado de Derecho en esta situación, si la ley no admite trámites legales por los cuales se pueda llevar a cabo la investigación de lo que quieran, no es posible realizarla.
Es muy habitual escuchar a los autoconsiderados representantes de la “izquierda” política el hablar de Estado de Derecho para justificar su llegada al poder y sus proyectos de ingeniería social (aborto, uniones civiles entre individuos del mismo sexo, libertinaje, promiscuidad sexual); en cambio, cuando las bases del Estado de Derecho no les convienen para sus intereses, son los primeros en apelar a la “injusticia” y a otros valores que rápidamente califican de “democráticos”. Esta hipocresía es comparable a la que adoptan ante diversos hechos de la Historia, que son tergiversados y manipulados a su gusto (a lo mejor, en lugar de hablar de recuperar los restos de sus familiares, quizá deberían primero saber qué hicieron exactamente sus familiares para terminar en una fosa común, porque seguramente no serían los santos defensores de la “libertad” y la “democracia” que se piensan).
Si Garzón termina inhabilitado será a causa de la legislación vigente. Si los leguleyos progresistas, que tanto disfrutan apelando a determinados pasajes de la Constitución, no están de acuerdo con lo establecido actualmente, lo normal sería que dieran ejemplo tratando de reformarla. De todos modos, está muy claro que las marchas en favor de Garzón o de la dichosa “memoria histórica” se incrementarán a partir de ahora porque serán una de las pocas bazas que tengan el PSOE e Izquierda Unida para hacer ruido fuera del Congreso de los Diputados.
Gabriel García
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