(...) La desilusión, el desengaño, como dicen los españoles, es un remedio peor que el mal que pretende curar y desemboca casi siempre en un refuerzo de la ilusión. Un defensor obstinado de una ideología cualquiera estará siempre, no preocupado como podría esperarse, sino más bien tranquilo y reconfortado en su creencia por el fracaso de esta misma ideología, como lo decía François Furet, que muestra, en una obra sobre la idea comunista en el siglo XX, que la ilusión comunista no es para nada derrotada, sino que sale al contrario reforzada, por la sucesión de sus desventuras históricas. Todo hombre que se confiesa desengañado está más que nunca hundido en su propio error, como todo loco que se declara curado no ha hecho más que subir en grado en la jerarquía de su propia locura. Todo el mundo lo sabe. Lo que se sabe menos, y que yo mismo confieso ignorar, es el secreto del mecanismo psicológico que hace que toda ilusión desengañada se transforme casi siempre en ilusión agudizada. (...)
Clément Rosset. EL DEMONIO DE LA TAUTOLOGÍA, seguido de cinco breves piezas morales. Arena Libros, año 2011, pág. 86-87. Traducción de Santiago E. Espinosa.
Estoy parcialmente deacuerdo con el texto que habéis podido leer del filósofo francés Clément Rosset. Pero no lo puedo estar conceptualmente, pues no dejo de entrever en las palabras "desilusión" y "desengaño" dos cosas distintitas y porque lo que dice Rosset no deja de ser relativo, es decir, no es aplicable a todos los casos.
La desilusión comprende que un hombre se ha hecho una idea irreal -e irreal no quiere decir no real como carente de existencia, pues todo es real y lo irreal es real en cuanto que se trata de algo que puede ser pensado, sino que carece de posibilidad- de una cosa que primeramente consideraba posible, o que ha sembrado en su interior una perspectiva sobre algo que a priori parecía posible, pero siempre posible para ese propio sujeto... y para nadie más. La desilusión sería entonces una venida de golpe de lo real, un daño emocional, un golpe, en definitiva, que pone los deseos o lo que cada cual quiere que las cosas sean en suspensión, dejando únicamente al descubierto lo que es posible, lo único que es posible, la evidencia.
No obstante, el desengaño supone que se tiene un conocimiento de lo real pero que a la postre éste, posteriormente, se muestra contrariamente a lo real, manifestándose lo que es de una forma totalmente distinta a la que se concebía.
Así pues, la ilusión es el fantasma de lo real que nos creemos, que forzamos en creernos como real. Cuando el número de magia que nos hemos infundido, o el que nos han infundido, desaparece, viene la desilusión. El engaño, por otro lado, supone que alguien que es ajeno a ti te ha llevado a un entendimiento engañoso de lo real, o que uno mismo se ha forjado una realidad, una realidad de las cosas, pero una realidad siempre ajena al concepto de ilusión, pues no es una ilusión, no es algo que no esté, sino que está, pero que está como una máscara. Cuando la máscara desaparece y surge esa realidad detrás de esa otra realidad, nos encontramos con el desengaño.
Se desilusiona el que sueña, se desengaña el que ve, pero ambos viven en la mentira.
No obstante, ¿cuántas cosas que se han hecho con ilusión han dado un resultado real? Pues claro, una cosa es tener ilusión por las cosas, es decir, un estado de ánimo que te aventure hacia lo que aún no es real, pero que supone un posible sin evidencia aún en la vida misma; y otra cosa muy distinta es soñar despierto, crearnos un mundo idílico, un mundo ajeno a la propia realidad; pues las normas de ese mundo idílico no suelen ser las mismas que las del único mundo posible (si no no sería idílico o utópico). Y bien, ¿cuántos engaños son parte de nuestra propia realidad? El engaño es sólo una máscara, esa falsedad real. Porque lo falso no es irreal, es lo más real si cabe. Es por ello que el que más consciente es es el más desengañado. No está más hundido en su error, estimado Rosset, sino hundido en otro error o más cerca de la verdad, es decir, de lo real. Pero esto... ¿quién lo sabe o cómo puede saberse? Sólo sabemos que la ilusión es enemiga de lo posible y que la máscara lo es de lo evidente.■
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