Crónica y fotos sobre el homenaje de 2012 a los caídos rumanos en Majadahonda - La Nación Digital

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lunes, 16 de enero de 2012

Crónica y fotos sobre el homenaje de 2012 a los caídos rumanos en Majadahonda

Este último domingo se recordó, con un sincero y emotivo homenaje, a los rumanos Ion Mota y Vasile Marin, miembros de la Guardia de Hierro de Rumanía que cayeron en combate el 13 de enero de 1937 en la localidad madrileña de Majadahonda, en un acto organizado por la Hermandad Hispano Rumana.
El municipio alberga, aunque bastante dañado por el tiempo (y lo que no es el tiempo), un monumento en honor a los caídos rumanos que vinieron a España a combatir por la defensa de la fe cristiana y a morir junto a muchos otros patriotas españoles en defensa de los mismos ideales.
A los pies del monumento, a modo de altar, se habían colocado una foto de Cornelio Zelea Codreanu, una estampa que imagino que sería de la Iglesia Ortodoxa y un papelito verde sobre el homenaje a Mota y Marin.

Frente al monumento a los legionarios rumanos se había colocado una corona de flores ante la Cruz que lo precede, ante la cual los rumanos colocaron, un rato después, unas ofrendas.

Antes de dar comienzo el responso (oración por los fallecidos) un grupo de militantes rumanos, ataviados con sus camisas verdes y las banderas de su nación, rindió honores a sus compatriotas caídos por la defensa de nuestra Patria:
Después, los representantes españoles se colocaron a un lado y los rumanos a otro:
El responso de homenaje se llevó a cabo en rumano, por lo que los españoles tan sólo entendíamos alguna palabra suelta que resultara similar a nuestra lengua. No obstante, eso no le quito ni emoción ni belleza al acto.

Tras finalizar el responso, los sacerdotes encargados del mismo se dirigieron a los que estábamos allí presentes:
El primero de ellos, en castellano, nos habló de lo que sintieron aquellos jóvenes rumanos, prototipo ejemplar del modelo de hombre nuevo que querían para su pueblo, que les llevó a marchar de su tierra natal para luchar por Cristo en un país extranjero.
Nunca buscaron la gloria ni el homenaje; simplemente, por difícil que esto resulte de entender hoy en día, consideraron un deber y una obligación moral el acudir a la llamada y a la gesta heroica que otros europeos protagonizaban en una lucha contra, como bien dijo el sacerdote al denominarlas, fuerzas del mal que pretendían socavar los cimientos de la civilización europea. Su intervención finalizó con los asistentes aplaudiendo y dando vivas a España, a Rumanía y a la Europa cristiana.
El otro sacerdote se dirigió a nosotros en rumano. Pese a ello, logré entenderle un pelín: se refirió, en un momento, a Miguel de Unamuno y a su obra “La agonía del cristianismo”; y también mencionó al comunismo y a la masonería.

Tras la intervención de los sacerdotes, Miguel Menéndez Piñar colocó una corona de flores con la bandera española y nos leyó una carta escrita por su abuelo, Blas Piñar, que no había podido acudir al acto:

Cruz, crucifixión, cruzada y cruzados. Estas cuatro palabras bien significativas, conviene recordarlas aquí y ahora. Aquí, porque en este mismo lugar dieron su vida dos cruzados, Mota y Marín, combatiendo en una Cruzada, por quien en una Cruz murió crucificado, para redimir a la Humanidad. Y ahora, porque acaba de cumplirse, antes de ayer, el setenta y cinco aniversario de la fecha en que ambos héroes nos dieron el testimonio vivo de su amor a Cristo.

Ante unos políticos pusilánimes, me atrevo a decir, también, aquí y ahora, es decir, en este momento, donde se alza una cruz y un arco de triunfo, dos cosas: la primera, que la profunda crisis moral que padecemos es la causa de la crisis económica que nos arruina; y la segunda, que el cristiano pertenece a una Iglesia, que en su etapa temporal es peregrina, pero es, al mismo tiempo, militante. El cristianismo, es cierto que no se impone a la fuerza, sino que se propone, evangelizando, y se le defiende cuando se le ataca. Es cierto que el mártir da testimonio de su fe, pero también lo da el que muere combatiendo por ella, como lo dieron Ion Mota y Vasile Marín.

De la historia de esta Iglesia, peregrina pero militante, dan testimonio las Cruzadas, las Ordenes religioso-militares, Fernando III El Santo, y Santa Juana de Arco; los vandeanos en Francia y los cristeros en Méjico; las instituciones religiosas, como las que se denominan Legionarios de Cristo, Legión de María, Compañía de Jesús y Movimientos políticos como la Legión de San Miguel Arcángel, capitán de la Milicia de la “Civitas Dei”, que en Rumanía encabezó Cornelio Zelea Codreanu, y a la que Mota y Marín pertenecieron.

¡Qué estimulante resulta recordar que ambos vinieron voluntariamente a España –punta de Europa- desde Rumania -país de frontera-, como la denominara Agustín de Foxá -a combatir “a la hueste diabólica que trataba –y sigue tratando por otros medios- de arrojar a Cristo del mundo”; y “cuando a la figura luminosa del Salvador se la hiere (como en el Cerro de los Ángeles quedó herida) con la bayoneta y se la ametralla”, “entonces –escribía Ion Mota, para dar la razón de sus presencia en el frente- todos los hombres de cualquier nación que sean, tienen que alzarse en defensa de en la Cruz”.

Ocultar el carácter de Cruzada a la contienda española y reducirla a una pura guerra civil, entiendo que es tan grave, o más, que una memoria histórica falsa, que solo puede inspirar el Padre de la mentira. Mota y Marín no vinieron a España y murieron en el frente para sumarse a una guerra civil, a la que eran ajenos, porque no eran españoles; vinieron como defensores de la Cruz, porque eran cristianos, porque querían una Europa de fe y de cultura cristianas, fiel a sus raíces.

En todas las guerras se lucha y se muere, pero solo se las califica moralmente en función de porqué se lucha y se muere. Los que combatieron “por Dios y por España” fueron, a mi modo de ver, los que mejor personificaron al militante “mitad monje y mitad soldado”, que quería José Antonio, y de los que Mota y Marín son arquetipos ejemplares.


Tras los oradores llegó el turno de la simbología y la actitud castrense propia de estos actos de homenaje. Los rumanos levantaron el brazo y cantaron su himno, haciendo lo mismo los españoles tras ellos. Tras los himnos, se recordaron como presentes a los caídos por Dios y por España, a José Antonio Primo de Rivera, a Cornelio Zelea Codreanu, a Ion Mota, a Vasile Marin… y a Francisco Franco (aunque a ese grito tan sólo respondieron cuatro o cinco personas).

Se pudo dar el acto por terminado una vez los herederos ideológicos de los legionarios rumanos rompieron filas y se ubicaron junto a la Cruz donde se habían colocado las coronas de flores.

En cuanto a mí, reitero que el acto me pareció muy hermoso; eso sí, cuando terminó tenía las manos congeladas y continuos temblores por todo el cuerpo. También aproveché que había sido colocado un puesto de libros para adquirir el “Manual del Jefe”, escrito por Cornelio Zelea Codreanu y que mostraba como debía organizarse la organización política del movimiento legionario. Pese a que he leído poco del mismo hasta ahora, podría decir que perfectamente resultaría comparable, sin olvidar las diferencias ideológicas, con el “Ética y estilo falangistas” de Sigfredo Hillers.

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