Los discursos morales - La Nación Digital

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viernes, 13 de enero de 2012

Los discursos morales

(...) El principal punto neurálgico, o punto débil, de la moral me parece residir en su incapacidad de afrontar lo real, o, lo que es lo mismo pero expresa más precisamente mi pensamiento, en su aptitud para recusar como inmoral lo que no puede admitir como realidad a partir del momento en que ésta es trágica (o contraria a sus deseos). Por ello es por lo que califiqué con el término un poco raro de «anti-trágico» toda propensión al moralismo. Quizás hubiera valido más decir «infra-trágico» o «hipo-trágico», designando así un punto de vista incapaz de abrazar la realidad trágica, como se habla en geometría de ángulo capaz e incapaz. (...) Pues lo real, puesto en cuarentena por la moral, termina siempre por triunfar a la larga y por hacer valer sus derechos con creces.

Clément Rosset. EL DEMONIO DE LA TAUTOLOGÍA, seguido de cinco breves piezas morales. Arena Libros, año 2011, pág. 66-67. Traducción de Santiago E. Espinosa.


Clément Rosset

Para mí la moral no debe pensarse con lo bueno y con lo malo, porque qué es eso de lo bueno y de lo malo (no existe un lugar común para ambas cosas), sino con el orden natural de las cosas, es decir, pensando trágicamente (y para eso si existe un lugar común: lo real, lo que es por sí mismo), alejado de la indignación con la que se manifiesta el moralista, sin martirizarme por todo aquello que escapa a mi hacer y sobre todo que no es culpa mía, o mejor dicho, para no utilizar la inapropiada palabra culpa, que no es a causa de mí. Digamos que la moral no debe ser un constructo humano, que no hay necesidad de guiarse por lo que queremos o deseamos, y no me refiero a apetencias naturales como el comer. Debemos aspirar sólo a lo real, y eso conlleva a no rechazar lo que nos desagrada y sobre todo a no pretender generar un mundo aparte, pues tal cosa supone la negación de lo único posible. Hoy la libertad no supone en hacer más o en hacer menos, sino en ser capaces de admitir lo evidente y de rechazar aquello que no es por sí mismo, que es sólo porque queremos o algunos quieren. Por ejemplo, en Andalucía se ha extendido la falacia de que "todos" los andaluces proceden de los andalusíes, es decir, de los musulmanes que invadieron la península. Pues da igual que se muestren estudios de genética, mapas de haplogrupos y demás, "muchos" quieren ser tal cosa (y puede que "no tantos" lo sean) y la realidad no importa. Es políticamente correcto la negación de uno mismo y la aceptación de algo que no se es. Es lo políticamente correcto ese discurso moralista que hoy quiere acabar con todo lo evidente.

Es difícil, es más que difícil pensar en conceptos alejados de "bueno" y de "malo". Y bien, yo no digo que renunciemos a esos conceptos. Nuestra costumbre, siempre y cuando se base en lo real, nos dirá lo que debe ser costumbre y lo que no debe ser costumbre: lo que no debe ser costumbre simplemente hay que admitirlo y asumirlo como un posible. El filósofo francés más bien ataca al "moralizador", al hombre que disfraza a capricho todas las cosas de bueno o de malo. Así, nuestro mundo creado racionalmente es simplemente la consecuencia de los arbitrios de algunas conciencias que no fueron contrarrestadas en su momento. Muy lamentablemente.

En nuestros días vivimos un contexto donde en demasiadas ocasiones lo evidente es considerado como inmoral y por lo tanto hay que denigrarlo, incluso tapar y borrar su existencia. Una censura atroz la que nos acecha, un lavado de cerebro el que sufren los que crecen, un lavado que ya han sufrido muchos de los que ya han crecido. Vivimos sin duda la época con menos libertades de la historia humana -o en la ápoca donde menos cosas pueden hacerse sin dinero-, pero nadie se dará cuenta de ello, excepto algunos de los menos, porque el simple cuestionamiento de la libertad ha sido calificado de inmoral y por lo tanto no es posible, no es posible esa ausencia de la libertad al no ser un problema siquiera posible de plantearse.

El hombre vive muy alejado de la realidad. Inmersos en sus nidos de cemento ha olvidado que existe un mundo fuera, un mundo que no necesita racionalidad, al menos de una racionalidad humana, para mantener un equilibrio.

Pero no neguemos el lugar del moralista, o más bien debería decir moralizador, él es un ser real, forma parte de la realidad. Pero dentro de la realidad es alguien que inventa otras realidades y otros mundos. Es el que siempre niega, es el que tiene, y aquí me doy el lujo de tomar prestada una expresión de León Riente, un profundo cabreo con la naturaleza, con lo real, pues no asume un mundo ajeno a sus deseos.■

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