El pensador, de Auguste Rodin |
El primer pensador fue sin duda alguna el primer maniático del por qué. Manía poco habitual y de ninguna manera contagiosa. Raros, en efecto, son los que la padecen, los que están roídos por la pregunta y sin poder aceptar ninguna certeza, pues nacieron en la consternación.
E. M. Cioran. DEL INCONVENIENTE DE HABER NACIDO. Santillana, S.A. (Taurus), año 1995, pág. 40. Traducción de Esther Seligson.
Desde pequeño he sentido una gran inclinación hacia el noble ejercicio del pensar, de hecho siempre he querido ser filósofo y de alguna forma lo soy, pues un filósofo no se fragua en las facultades, desde donde sólo surgen licenciados en filosofía; y bien, no quiero decir que de allí no salgan filósofos, pero una cosa es aprender filosofía y otra ser la propia filosofía. Reflexionar, meditar, llegar a conclusiones, crear mis propias convicciones y valores (si tal cosa es posible) ha sido uno de los quehaceres que llevo conmigo casi desde la cuna. Muchos desengaños y muchas desilusiones, pero siempre con la idea clara de que siempre puedo empezar, que siempre puedo emprender el camino desde cero y generar una nueva cosmovisión, complementar la que tenía o mejorarla. Creo que esta capacidad de empezar desde cero, de resetearme, ha hecho favorable que no me estanque en ideas fijas, tener posturas más abiertas y sobre todo ser más consciente de qué debo o no debo ser, qué debo y qué no debo seguir. Me puedo equivocar una vez, y es disculpable, pues errar es algo normal, pero si me equivoco de nuevo en lo mismo ya es culpa mía.
Un por qué incesante en mi cabeza, un por qué que poco a poco va perdiendo fuerza en mí. La razón es creo muy lógica: ese por qué es la duda, una duda que ciertamente me llena de consternación y que muchas veces no lleva a respuesta alguna. La duda ha convertido durante siglos y milenios a la filosofía en mera especulación. Y es que los filósofos han perdido mucho tiempo en la duda, en dudar y ya está. Hay que buscar la certeza, dejar de perdernos en laberintos y dar una respuesta inmediata a lo que es. Tanto dudar la filosofía parece haberse alejado de las cosas reales. Por supuesto, estoy generalizando, pero tal cosa no es mi intención, pues sé que la filosofía es muy amplia y no una sola cosa. Al final tendríamos que dudar sólo de nuestras certezas, no obstante.
Y bien, hoy todo el mundo llama filósofo a todo charlatán, a todo aquel que da consejillos. Ese ser no es un filósofo, sino un manual de autoayuda, un libro barato lleno de consignas vacías y expresiones manías. Y es que un filósofo no da consejos, sino que busca respuestas. Busca respuestas razonadas, y no empíricamente, cierto es, pero también se sirve de multitud de disciplinas que si son empíricas. Difícil tarea la del filósofo, entre la certeza y la duda se mueve, y es posible que sea entre las dos donde el filósofo encuentre la verdadera consternación: al nacer tiene la certeza de haber nacido y a la vez la duda de por qué ha tenido que nacer.
Es frustrante tener la certeza de las cosas que son y no saber el por qué éstas son o dudar de si son el realidad como se muestran. Así pues, ¿es la tarea del filósofo una tarea imposible? ¿Tiene entonces algún valor la tarea del filósofo?
Ciertamente tiene valor cuando su pensamiento aporta una sabia y una fuerza nuevas a un grupo concreto de hombres o a una cultura en general, cuando su pensamiento es capaz de mover la materia gris de todo un país y con ello construir un mundo nuevo. También cuando una cosmovisión particular es capaz de hacer más fuerte a personas individuales y luego éstas empujar a todo un grupo de personas con su carisma y personalidad atractivas. En definitiva, el poder de los pensamientos está ahí, parecen irreales, fantasmagóricos, pero su fuerza reside precisamente en ello. Hay que reivindicar la figura del filósofo, porque las armas son siempre más letales cuando van unidas a la virtud de la palabra y del pensamiento. De nada sirve ser el más fuerte, el mejor armado, si ello no va acompañado de valores, de una cosmovisión surgida del pensamiento y de los hombres formidables, que en un momento histórico concreto, deben mostrarse consecuentes, incorruptibles e implacables.■
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