En la trinchera, cada uno a su puesto y sin molestar a los demás - La Nación Digital

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sábado, 18 de febrero de 2012

En la trinchera, cada uno a su puesto y sin molestar a los demás

Los camaradas estudiantes tienen que meditar acerca de tres órdenes de deberes:
Primero, en sus deberes para con la Universidad, que no ha de ser considerada como una oficina de expedición de títulos, sino como un organismo vivo de formación total. Así, el sindicato, dentro de la Universidad, tiene que cumplir dos fines: el propiamente profesional, escolar (donde nuestros camaradas han de aspirar a ser los primeros) y el de aprendizaje para los futuros sindicatos, en que el día de mañana se insertará cada uno.
Segundo, en sus deberes para con España. La ciencia no puede encerrarse en un aislamiento engreído: ha de considerarse en función de servicio de la totalidad patria, y más en España, donde se nos exige una tarea ingente de reformación.
Y tercero, en sus deberes para con la Falange, donde el sindicato de Estudiantes ha de ser gracia y levadura. Por eso han querido introducir en él sus más activos venenos de desunión todos los enemigos declarados o encubiertos de lo que representa la Falange.
Si cumplís estos tres deberes, estad seguros de que España será nuestra.
Sólo nuestra debilidad interior nos puede deparar la derrota. Pero si permanecemos unidos y firmes, veréis cómo un día, cuando seamos viejos y veamos en torno nuestro la nueva España de nuestros hijos, recordaremos esta mañana primaveral, que aún tiene luz inverniza, con la satisfacción de los que no están descontentos de su obra.


(Palabras de José Antonio Primo de Rivera en la apertura del Primer Consejo Nacional del Sindicato Español Universitario el 11 de Abril de 1935)



Al universitario medio de hoy en día seguramente le resulte indiferente la situación política, social y económica de España más allá de las escasas posibilidades que tenemos los jóvenes de poder encontrar un empleo digno y para el cual hayamos sido medianamente preparados. Recuerdo que, en cierta ocasión, un conocido me comentaba que si no encontraba trabajo tras finalizar los estudios universitarios haría todo lo posible por molestar a los nuevos gobernantes políticos del Partido Popular, refiriéndose especialmente a Mariano Rajoy y a María Dolores de Cospedal. Ese tipo de pensamiento es muy habitual entre los españoles, el de echarse a protestar a la calle únicamente cuando la situación económica es penosa, actuando de forma indiferente ante otros problemas de la sociedad como el aborto o el terrorismo cuando la economía va viento en popa; y me atrevería a decir que fue la causa principal del nacimiento del ya casi extinto “movimiento 15-M”. Queda claro que la única motivación que puede llevar a algunas personas a hacer acto de presencia en las reivindicaciones por una sociedad mejor es la circunstancia de que no ostenten los caprichos que la sociedad les prometió en su día.


Algunas veces, las pocas en las que tengo la cabeza libre para poder pensar, trato inútilmente de buscar la causa de la histórica irresponsabilidad de los españoles con el destino de su comunidad. Exacto, digo irresponsabilidad porque, por si algunos no se han enterado todavía, vivimos en una sociedad y compartimos el mismo futuro, por lo que nadie puede desentenderse de la situación del prójimo. Y si cada cual pretende plantar cara a la vida por separado y hacer la guerra por la supervivencia por su cuenta, sólo va a conseguir que los españoles nos convirtamos en individuos aislados que sólo nos juntemos para defender nuestros derechos con los cuatro individuos que compartan nuestras posturas.
Personalmente lo siento por aquellos egoístas aspirantes a “señoritos” que tan sólo pueden motivarse con la ausencia de sueldos millonarios, de un adosado y de un coche de alta gama; pero como universitario, como español y como seguidor de la corriente de pensamiento de José Antonio Primo de Rivera no puedo compartir ese sentimiento de indiferencia hacia el rumbo de la sociedad a cambio de una vida cómoda y de sumisión a la democracia liberal, al capitalismo y a todos los poderes ocultos que controlan el mundo y el destino de las naciones humanas. No puedo evitar tener que hacer frente al destino que la vida nos impone a cada uno. Y en esta trinchera en que consiste la vida de cada persona uno debe saber muy bien cuál es el lugar que le corresponde.


Últimamente parecen estarse dando pasos importantes hacia un nuevo intento de proyecto de unidad entre los falangistas. Como digo siempre, no voy a entrar en los motivos más o menos acertados por los cuales haya varios grupos: está claro que si no hubiera diferencias, la situación no sería la que es. Hay que aceptar la existencia de diferenciar, estudiar su origen y tratar de superarlas. Lo que sí que debo decir es que el futuro del movimiento debe decidirse contando con el esfuerzo y la colaboración de todos aquellos que nos sintamos identificados con aquella poesía que prometía que echó a rodar aquel lejano 29 de Octubre de 1933. Y está claro que el esfuerzo y la colaboración no puede limitarse a dar únicamente una palmadita en la espalda al que consideremos “de los nuestros”.
Ni tengo carácter para serlo ni me considero un militante respecto a lo que se entiende normalmente del significado de la palabra, diría más bien que soy un simpatizante. Además, la forma de ser que exige la doctrina falangista no es algo que se consiga de un día para otro y, por ello, hay que saber diferenciar entre un falangista de verdad y una persona que asume esos principios pero a la que le falta dar más para poder llegar a serlo. Y yo, no me importa reconocerlo, estoy en el segundo grupo. Cada día tengo más claro que me falta muchísimo por aprender y que me quedan muchos años para poder decir que soy falangista. Ahora bien, en mi defensa diré que no recuerdo haber criticado la labor que las personas de los diferentes grupos hagan en sus periódicas campañas de activismo político (si así hubiera sido alguna vez, pido mil disculpas por ello) y creo que, en lugar de criticar, aquellos que solemos ver los toros desde el otro lado de la barrera nos debemos de preocupar más de apoyar a quienes se juegan su integridad y dedican un tiempo valiosísimo de sus vidas a tratar de llevar el mensaje del falangismo al resto de la sociedad.


¿Qué puede hacer una persona que no pertenezca a los partidos políticos falangistas para contribuir con la lucha? Como propuestas personales, pero que seguramente comparten muchos, un simpatizante debe, en la mayor medida de sus posibilidades, tratar de contribuir económicamente comprando libros y ayudando a camaradas que hayan tenido algún “percance” con las autoridades, acudir al mayor número de manifestaciones y concentraciones posibles, defender los postulados de la doctrina falangista en su vida diaria, conceder su voto a formaciones que defiendan nuestros principios (no al Partido Popular) y, sobre todo, no estorbar al trabajo de los partidos ni criticar a la ligera el compromiso ajeno de los militantes. No creo que sacrificar veinte euros en cervezas a cambio de un libro o sustituir una tarde viendo dos o tres películas de Hollywood por una manifestación contra el aborto sea mucho pedir.


La unidad de los falangistas, en caso de lograrse, será un proceso largo y difícil frente a lo que se situa una rápida destrucción de todos aquellos principios por los que luchamos. Por lo tanto, insisto en que ahora es el momento de que cada uno ocupe su lugar, valore el trabajo de la militancia y deje trabajar a los dirigentes para poder conseguir el ansiado objetivo.

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